Anti-Economía

(III y último)

Pues sí. Hay encantos y sinsabores al expresar opiniones en el periódico y diseminarlas lo más posible, con el nombre y la responsabilidad de uno por delante. Es estimulante que se generen acuerdos o desacuerdos, aprobaciones o reprobaciones, decisiones de guardar o reenviar lo escrito… claro, mientras no nos traiga severos ataques o insultos a partir del fondo o la forma.

En el primero de la serie revisamos un poco varios temas como la renuncia del secretario de Hacienda y sus aparentes razones (aún no las detallaba él); las implicaciones para su sustituto en un área tan comprometida; el deterioro adicional de la baja calidad del actual Gabinete; los ataques al renunciante por parte de feligreses morenistas; el sorpresivo y tardío rechazo del presidente a su “neoliberalismo”; las erradas y peligrosas alusiones a supuestos períodos neoliberales (1982-2018); el origen de nuestra economía relativamente liberal tras aquel desastre de un populismo estatista y nacionalista (1970-82); el escaso crecimiento en décadas, que ahora se empieza a extrañar; la identificación de 10 puntos que definirían la economía neoliberal o convencional; la continuación de más de la mitad de ellos en la actual política económica, con variantes en corrupción y atención social; el abuso de criterios políticos e ideológicos en vez de técnicos o económicos; la presencia de una menor o mayor corrupción en fases de los 36 años “de saqueo”, y el hecho de que la necedad presidencial resulta peor que su ignorancia: no sólo no sabe… tampoco quiere saber.

Con el II se cubren por encima cuestiones como los peligros de un jefe tan autoritario; la gravedad de que a México no le funcione su gobierno en materia económica; el daño que causan los discursos contra los medios especializados o las calificadoras internacionales, así como las embestidas contra el NAIM o varios contratos legales y firmados; las acusaciones de corrupción que nunca son precisadas ni sancionadas; las implicaciones negativas de ahuyentar inversiones privadas que se requieren para abatir la pobreza; la pretensión de sustituir el modelo económico (neo)liberal por uno de “economía moral”; la simpatía hacia el modelo de desarrollo estabilizador (1958-70) que igual resulta liberal e inaplicable hoy en la globalización; la confusión populista de ideas políticas que no ayudan a combatir la pobreza y desigualdad; el desdén por los tecnócratas o especialistas en temas delicados; el actual desperdicio del jalón de la economía estadounidense, y las perspectivas nada alentadoras para la economía mexicana.

Ahora, una vez confirmados estos puntos, sólo esbozo aquí las siguientes derivaciones.

Primero. Me queda claro que la economía incide de muy diversas formas en lo demás, y se ve afectada por un sinnúmero de factores (sobre todo, de manera negativa).

Segundo. A su vez, digamos, ¿cuál viene a ser el origen de nuestros actuales problemas? Fue Enrique Peña Nieto quien hizo historia al legarnos el torpe populismo económico-social de López Obrador… El rechazo popular a la corrupción y frivolidad en su gobierno justificó el acceso al poder de alguien tan diferente: austero y con un discurso de honestidad, aunque sin la capacidad ni solidez para conducir la economía y el país.

Tercero. Sólo con sus buenos deseos, AMLO nos apostó que se alcanzaría un crecimiento económico de 2 por ciento en 2019, pero al confirmarse apenas una cifra superior a cero ya insiste en que el crecimiento no es tan importante como el desarrollo (aunque sin creación de riqueza no llega el deseado desarrollo social).

Cuarto. Muy desalentadores fueron sus intentos de reinventar un Plan Nacional de Desarrollo (que ahora deja de ser un instrumento técnico de planeación) y el Plan de Negocios que requiere Pemex para sobrevivir y mejorar sin desangrar en el corto plazo a la economía en su conjunto.

Quinto. Tampoco percibe que los organismos técnicos autónomos e imparciales le pueden servir mucho a él y al país, como se apreciaba ya en los sectores energético y educativo o, de manera específica, con el Coneval en su función de evaluar y sustentar (sin autoengaños) la situación social y las mejores políticas para enfrentarla. ¿A la larga respetará al INEGI, al INE y al Banco de México?

Bueno, se aferra AMLO a anécdotas de un pasado que no acaba de entender y se niega a considerar o respetar ideas que no sean las de él. Es así que tiende a repetir los fracasos de Echeverría, López Portillo, Perón, Chávez o Maduro. Destruye organismos y programas que han funcionado razonablemente, con la idea de que nunca regrese “la maldad del pasado”.

Incluso muestra un liderazgo político, que resultaría fundamental para que la economía avanzara y México se transformara. Sin embargo, sus limitaciones y fallas como anti-economista (contra los mercados, la competencia o las empresas) hacen muy improbable su éxito. La ignorancia acarrea riesgos, pero es peor la soberbia que ciega, ofusca… y, si uno se fija, nuestro líder autoritario empieza a desesperarse al grado de poner en peligro hasta su seguridad personal.

La economía, oigan, pasa ya a segundo término… pero, ojo, podrá frustrar un ambicioso proyecto de transformación. Y también, en buena medida, el futuro previsible del país. Se tratará, pues, de una auténtica tragedia, aún más si al fracasar no rescatamos sus mejores partes.

Miren, más que progresista, aquí AMLO viene a ser regresivo y conservador con tintes religiosos y antiliberales. De izquierda no es, si bien se deben recobrar y renovar sus anhelos en contra de la pobreza y la corrupción.

* ESTOS ARTÍCULOS HAN GENERADO opiniones positivas (muchas) y negativas (bastante menos), lo cual me parece normal pero, entre las pocas más agresivas, me llama la atención una de un prestigiado economista que ataca la forma —no tanto el fondo, creo— como algo pasional y ofensivo. Lo rechazo.

Creo yo que cada quién decide sus temas y objetivos, al igual que el estilo que prefiere y aceptan sus lectores habituales. Claro, siempre podrá uno ser más “elegante o analítico”, pero a menudo no va a ser de nuestro interés.

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