El reciente estreno de Netflix, titulado “1994”, es una serie de 5 capítulos que recrea los graves acontecimientos políticos verificados en el curso de ese año. Sin ver aún el material, vienen a la mente una variedad de imágenes que impactaron a la opinión pública nacional. El primero de enero de aquel año, la irrupción del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, con la figura central del Subcomandante Marcos, reivindicando la causa indígena toda y cuestionando al gobierno del “usurpador” Carlos Salinas de Gortari. La reacción de éste, primero represiva y sangrienta, para después instaurar la famosa Comisión para la Paz, a cargo de Manuel Camacho Solís, entonces vencido aspirante a la candidatura presidencial del PRI, pero tenido como inconforme con la decisión salinista que había inclinado la balanza del partidazo por Luis Donaldo Colosio. Salinas recuerda, en “La herencia. Arqueología de la sucesión presidencial en México”, de Jorge Castañeda, el reclamo de Camacho sobre el porqué no tuvo la decencia de avisarle que no sería el ungido del dedazo presidencial, a lo que Salinas respondería: “Manuel, el PRI no avisa”.
Esa frase del entonces considerado como “factótum” de la vida política mexicana, es más que ilustrativo del clima de tensión que se padecía en esos años. El denominado “viejo PRI” (¿acaso ha existido alguno, en verdad “renovado”?) cojeaba, guardadas las proporciones, de la misma pata de los partidos autoritarios que, en Europa del Este sobre todo, los llevaban a una crisis grave, ofreciendo un pretendido reformismo para humanizar el duro rostro económico, pero sin la debida transparencia política. Acá se acuñó la frase “salinastroika sin prisnot”, para dar cuenta de esa descomposición que el gobierno salinista no quería ver, ahogado en la borrachera de la pretendida “modernidad” que, alucinaba, hasta lo haría líder mundialmente reconocido, como por ejemplo al frente de la OMC (Organización Mundial de Comercio). Empero, la economía del país, prendida con alfileres, reventaría al término de 1994, ocasionando la terrible debacle financiera que aún hoy seguimos pagando, vía el oneroso rescate bancario del “Fobaproa”, y que hasta daría para una peculiar huelga de hambre de Salinas en una colonia-bastión de su programa Solidaridad, culpando a Ernesto Zedillo del “error de diciembre”.
La política del “no avisa” salinista, o sea del “descontón” sin decir “agua va”, del “primero muerto y después virigüas”, fue lo que permeó todo ese año del ‘94 y que luego confirmaría Mario Ruiz Massieu con la célebre frase “los demonios andan sueltos”, cuando se hizo cargo de la investigación del crimen de su hermano José Francisco, entonces secretario general del PRI y, por supuesto, ya sin posibilidades de preguntarle a Salinas porqué no le avisaron que sería sacrificado por intereses oscuros del sistema político imperante. Como tampoco le avisarían a Luis Donaldo que impedirían, a sangre y fuego, su llegada a la presidencia de México por el riesgo de que llevara a sus últimas consecuencias el desagravio de los reclamos nacionales (sobre todo de esa parte mayoritaria del país con “hambre y sed de justicia”) que hiciera suyos en el histórico discurso del 6 de marzo de ese año en el Monumento a la Revolución. En suma, un régimen político podrido y caduco que, por eso mismo, en el límite de su credibilidad y concertación interna, terminaría por volver, paradójicamente, a sus orígenes más oscuros, cuando las “fuerzas vivas” dirimían sus diferencias, literalmente, “por sus pistolas”.
A 25 años de aquellos y otros acontecimientos, las cosas de la vida pública nacional han dado numerosos vuelcos. Para muchos, se inició allí la transición que culminaría con la alternancia en el gobierno federal en el 2000 y, luego, la interrupción de la democracia (como lo describe, por ejemplo, el texto de Jo Tuckman, titulado “México, democracia interrumpida”, Ediciones Grijalbo-Proceso, 2015) mínima alcanzada (reducida a lo electoral -y con sus “asegunes”-) con los gobiernos ineptos y corruptos de Fox, Calderón y Peña Nieto. Sin duda, uno de los más llamativos es la crisis que hoy vive el PRI, el otrora poderoso partido que ya hasta buena parte de su militancia está perdiendo, pero que allí sigue dando coletazos cual dinosaurio herido en algunas zonas del país, mientras en otras sigue nadando “de a muertito”, sobrellevando la crisis y optando por “jugarle al enmascarado”. Nada que ver con el poder omnímodo de aquellos años, pero como luego se dice, no dejan de salir, de repente, polvos de aquellos lodos. Con este breve recuento, hay que aprestarse, pues, con palomitas de por medio, a ver que nos trae la mentada serie.