En el complicado escenario político actual en México, donde las elecciones y las decisiones gubernamentales se debaten a la par en la plaza pública como en las redes sociales, los ciudadanos enfrentamos un reto que va más allá de lo evidente: la influencia de nuestros propios errores de razón, llamados sesgos cognitivos.
Estos atajos mentales, aunque útiles en la vida cotidiana para muchas cosas, pueden distorsionar nuestra percepción de la realidad y, en consecuencia, nuestras decisiones políticas, sociales, económicas y personales.
La heurística de la disponibilidad nos hace creer que aquello que recordamos más fácilmente es más frecuente o importante de lo que realmente es. Un claro ejemplo es la percepción sobre los jueces en México. Aunque las estadísticas oficiales muestran una buena administración de justicia en términos generales, a cargo del Poder Judicial de la Federación, lo cierto es que la campaña de desprestigio, magnificando casos aislados por parte del oficialismo, han generado una percepción equivocada que ha sido dada por buena por un importante sector de la población.
Esto no significa que no existan casos de corrupción, sino que debemos ser críticos con la información que recibimos y que luego, algunas veces de manera irresponsable, compartimos. No todos los eventos son representativos de una tendencia general, y dejarnos llevar por el pánico puede hacer que exijamos soluciones impulsivas en lugar de estrategias bien pensadas.
La heurística de representatividad nos lleva a juzgar a los políticos basándonos en estereotipos o prototipos. En México, un candidato carismático y cercano al pueblo puede ser percibido como “bueno” porque encaja en el molde de un líder popular, aunque sus propuestas no sean sólidas. De igual forma, alguien con un discurso técnico y distante podría ser descartado injustamente.
Ningún ejemplo mejor que López en dos mi dieciocho y su contraste con José Antonio Meade. Sin poder afirmar si Meade hubiera o no sido mejor presidente (cosa fácil, ciertamente) que López, lo cierto es que se ilustra perfectamente este desvío de la mente, donde se prefirió el carisma a la razón.
El sesgo de anclaje es evidente en el contexto electoral. Cuando un candidato lanza una promesa inicial, esta se convierte en el punto de referencia para los votantes, incluso si después resulta poco realista. Por ejemplo, si un aspirante promete que el sistema de salud pública será mejor que el de Dinamarca, esto influirá en nuestras expectativas, aunque no analicemos si es viable.
El efecto de arrastre, o la tendencia a seguir a la mayoría, también juega un papel crucial. En las redes sociales, por ejemplo, es común que ciertas figuras o ideas políticas ganen popularidad simplemente porque son tendencia, sin importar las razones. Esto puede llevarnos a adoptar opiniones sin un análisis crítico, solo porque parecen ser “lo que todos piensan”.
No siempre lo más popular es lo más correcto. La opinión pública puede ser moldeada por intereses ajenos, y nuestra responsabilidad es informarnos antes de unirnos al “carro ganador”, cosa que, cada día, podemos verlo más como cotidiano en México. Cambios de camiseta de legisladores no son mas que la más desvergonzada muestra de esta alteración del pensamiento.
El sesgo del optimismo, por otro lado, nos hace subestimar los riesgos y creer que los problemas nacionales se resolverán rápidamente con un cambio de gobierno. Este pensamiento, aunque esperanzador, ignora la complejidad de los retos políticos, económicos y sociales que enfrenta el país. ¿Le suena conocido?
En un entorno político tan polarizado como el de México, ser conscientes de estos desvíos es el primer paso para tomar decisiones más informadas y racionales, cosa que al oficialismo no le interesa.
La clave está en diversificar nuestras fuentes de información, reflexionar críticamente sobre lo que leemos o escuchamos y, sobre todo, no dejarnos llevar por la primera impresión.
@jchessal