En México, desde hace mucho tiempo ha sido legal que se usen ciertas áreas de algunos museos, ya de jurisdicción federal, estatal o municipal, para la celebración de eventos sociales. Llama la atención que los oficialistas hayan convertido el Museo Nacional de Arte en el salón de bodas más chic de la temporada. Porque, ¿quién necesita salones de fiestas cuando se tiene a disposición el patrimonio cultural de la nación, no obstante que ya no son como los de antes, según dicen?
En el fascinante mundo de la política mexicana de los transformistas de cuarta, las relaciones internacionales se entrelazan con los eventos sociales más exclusivos y, por supuesto, no faltan las comparsas voluntarias, involuntarias y, por supuesto, las que ni siquiera se enteran.
El protagonista de esta creativa iniciativa es Martín Borrego, exjefe de Oficina de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Con una visión digna de un maestro del protocolo, Borrego decidió que su enlace matrimonial merecía un escenario a la altura de su posición. ¿Y qué mejor que el Museo Nacional de Arte? Claro, siempre y cuando se revista con la apariencia de una celebración diplomática de los ochenta y nueve años de relaciones entre México y Rumanía. Un detalle menor que, seguramente, nadie notaría. Por lo menos, Alicia Bárcena no.
La cereza del pastel fue el uso del correo institucional de la cancillería para gestionar la reservación del museo. Porque, al parecer, nada dice “evento oficial” como una dirección de correo gubernamental. Y para añadir un toque de sofisticación internacional, la invitación incluía una mesa de regalos con una cuenta en euros. Porque, después de todo, ¿quién no tiene unos cuantos euros guardados para ocasiones especiales? Yo creo que Alicia sí.
La actual secretaria de Medio Ambiente y Recursos Naturales, Alicia Bárcena, quien en ese entonces encabezaba la Secretaría de Relaciones Exteriores, asistió al evento. Sin embargo, en un giro digno de una telenovela, Bárcena afirmó que desconocía que se trataba de una boda y que Borrego “quebrantó su confianza” al disfrazar el evento como diplomático. Es comprensible; después de todo, ¿quién podría sospechar que un brindis con los recién casados, en un museo, con una lista de regalos, podría ser una boda? Alicia no.
La presidenta Claudia Sheinbaum, siempre lista para defender a su equipo, describió a Bárcena como una “servidora pública ejemplar”. Porque, evidentemente, asistir a eventos de dudosa naturaleza en recintos culturales es una muestra de ejemplaridad en el servicio público, sobre todo si ni siquiera se entera de nada.
Borrego, por su parte, presentó su renuncia y negó haber actuado en abuso de autoridad. Admitió que fue “impropio” utilizar su correo institucional para reservar el Museo Nacional de Arte, pero insistió en que no se trató de un evento personal.
Este episodio nos deja valiosas lecciones. Primero, que el patrimonio cultural de México es tan versátil que puede servir tanto para exposiciones de arte como para bodas de funcionarios. Segundo, que la línea entre lo personal y lo diplomático es tan delgada que puede cruzarse con un simple correo electrónico. Tercero, que en la diplomacia mexicana, el amor y el deber pueden fusionarse en los lugares más insospechados y, finalmente en cuarto lugar, que Alicia Bárcena tiene problemas de atención dispersa.
Si la actual Secretaria del Medio Ambiente y Recurso Naturales llegó a un supuesto evento diplomático y no le extrañó que no estuviera el canciller o, por lo menos, funcionarios del entorno de la Secretaría de Relaciones Exteriores y no le llamó la atención que hubiera mesa de regalos y cuenta en euros en la invitación, entonces los jaguares, los venados y en general toda la zona del tren maya está en grave riesgo, porque ni en cuenta la titular.
Así que, la próxima vez que reciban una invitación a un “evento diplomático” en un museo, no olviden llevar, por si acaso, un regalo para los novios. Nunca se sabe.
@jchessal