Cada quien tiene su cerro

He traído en la mente a Maximiliano, Emperador de México. Contrario a lo que se cree, el segundo hermano del emperador de Austria no era ningún ingenuo encandilado con la ambiciosa idea de venir a un país de puro salvaje que necesitaba salvación. Hay que recordar que el que se convirtiera en el segundo emperador de México nació en un momento donde en su país no existía un heredero natural al trono, ya que su tío, el emperador Fernando I de Austria no tenía hijos, por lo que lo sucedería cualquiera de sus sobrinos.  Se esperaba, por supuesto, que el heredero fuese el primogénito de su hermano Francisco Carlos, es decir, el hermano mayor de Maximiliano, Francisco José, pero, como era frecuente en la época, sabedores de que en cualquier momento alguna enfermedad podía recaer sobre el primogénito, Maximiliano fue educado para gobernar a la par de su hermano, tratándolo como una especie de repuesto por si algo le pasaba a Francisco José. Así, al llegar a la vida adulta, Maximiliano era un emperador sin imperio. 

Sus biógrafos aseguran que, además de culto, Maximiliano tenía una curiosidad natural por las cosas. Le entusiasmaban los adelantos científicos, era buen estratega, navegante competente, apreciaba la riqueza cultural de países extraños al continente europeo y para rematar, no era nada feo. Estuvo profundamente enamorado de María Amelia de Brasil, con la que se iba a casar, pero ella murió prematuramente. Así, Carlota de Bélgica entró, al igual que él, como carta de reemplazo. Las crónicas aseguran que, aunque le tenía un profundo afecto, no hubo una tórrida historia de amor atrás del matrimonio. Carlota, por su parte, era una mujer más educada que el promedio, inteligente  y astuta. 

Así, cuando la joven pareja se casó, ambos estaban sin nada que hacer, por lo que por presiones del padre de Carlota, el rey Leopoldo I de Bélgica, el emperador austriaco nombró a su hermano Virrey de Lombardía y Véneto, y se trasladaron a Italia a finalmente, gobernar una porción del territorio imperial. Su gestión tuvo toques liberales y reformistas, pero no popular ni entre los italianos, ni tampoco con su hermano el emperador, que lo consideraba indulgente con su pueblo y demasiado progresista, hasta que finalmente renunció y volvió a Austria, otra vez sin tener nada en que ocuparse. 

Por tanto, la comitiva mexicana en Miramar para ofrecerle el trono  mexicano llegó como caída del cielo. La pareja pidió pruebas de que realmente el pueblo les quería y regresaron a las pocas semanas con los resultados de una supuesta consulta con resultados positivos. De esta manera, decidieron embarcarse y ya sabemos cómo acabó. 

Ahora bien, la historia de Maximiliano no es una de ingenuidad, es más bien una de desinformación. Con los medios disponibles en la época y bajo las circunstancias que en aquél entonces ocurrían, es lógico comprender por qué Carlota y Maximiliano se lanzaron a la aventura mexicana. La suya, es una especie de parábola: cada quien actúa conforme los datos que tenga al momento. 

Una podría creer que la cosa es distinta ahora, que con dos clicks Maximiliano se hubiera enterado en redes sociales si la gente lo quería o no; sin embargo, es en estos días cuando más difícil es encontrar la diferencia entre los datos ciertos y los construidos a golpe de afán manipulador. Por eso ahora pareciera que pululan los maximilianos.  Yo nomás sugeriría que se pongan aguzados, porque el deseo es una trampa seductora que nos hace acabar fusilados en el Cerro de las Campanas, por más listo que uno sea. Ahí se las dejo.