Cambio de época

México vive un cambio de época, algo más que una época de cambios. No se trata de un simple juego de palabras. Una época de cambios se refiere a un tiempo coyuntural y superficial, en tanto que un cambio de época se entiende como algo más permanente y profundo. La llegada de un gobierno de izquierda a la Presidencia de México, implicó un cambio de época, de transformación institucional de largo plazo que, por definición, no podría agotarse en un primer mandato inaugural. La oposición de derecha no lo entendió y fue incapaz de ofrecer algo más que descalificaciones a un estilo de ejercer el poder público, pero no fue capaz de plantear alternativa de proyecto político. La consecuencia de ese proceder opositor se avizoraba desde hace tiempo y el proceso electoral de 2024 confirmó el desenlace: legitimidad plena para la continuidad de la transformación progresista.

La disputa política es un campo de batalla permanente, más todavía en un sistema de partidos como el que tenemos, donde lo electoral es apenas una parte que, por lo demás, conlleva las más diversas prácticas de avance y retroceso. Pero siendo permanente la lucha política, el problema es ubicar el tiempo preciso en el que se puede actuar con dirección específica para llegar a buen puerto, porque tampoco se trata de moverse sin sentido alguno. Direccionar la lucha política para ganar hegemonía es clave para sortear un campo siempre minado, sin embargo, la oposición se olvidó de eso y terminó asumiendo tácticas erráticas y posicionamientos disparatados como los que ya hemos comentado en este espacio, especialmente en el plano ideológico donde se perdió la brújula por completo (que si los rusos, que si el comunismo, que si Venezuela, etc.).

En el caso de la izquierda progresista se hizo una lectura pertinente y oportuna del cambio de época inaugurado. Más allá de sobresaltos tácticos, se pudo mantener una estrategia de posicionamientos claros sobre el horizonte al que se tendría que orientar la acción política. En ese proceso fue determinante el liderazgo y capacidad de comunicación del presidente AMLO, sobre todo para imponer la agenda nacional de manera cotidiana durante seis años. Pero también, en el caso de la mayoría de los cuadros políticos del partido Morena, se pudo arraigar la convicción de impulsar y apoyar una transformación institucional verdadera y, parafraseando a un clásico, se asumió el esfuerzo del nosotros como algo propio: “si piensas que el campo de batalla te pertenece, empieza a actuar por tus propios medios” (Trotski, dixit).

En su sexto informe de gobierno el presidente AMLO refirió una amplia lista de acciones que han transformado a las instituciones del país, marcando un antes y un después con respecto a los regímenes neoliberales previos, especialmente en cuanto a la justicia social que posibilita reducir la desigualdad de condiciones y de oportunidades. Pero también se refirió a las iniciativas de reforma constitucional pendientes, sobresaliendo la relativa al poder judicial federal donde, como ya es muy propio del presidente AMLO, no solo habló del remedio propuesto para ir al fondo del problema, sino también del trapito para ayudar a poner en contexto (histórico) lo que plantea, más allá del simplismo lógico en el que suele perderse una visión inmediatista de las cosas. El presidente recomendó acudir al texto de “La democracia en América” de Alexis de Tocqueville”, para mostrar cómo hasta lo señalado por el inefable embajador gringo Ken Salazar, con respecto al tema, está más que sesgado. En ese mismo texto se habla de la admiración de Tocqueville por la capacidad de los norteamericanos de “crear asociaciones” para fortalecer la democracia; pero en un escenario de cambio de época, no todas las asociaciones se encaminan a ese fin, como en el caso de no pocos partidos políticos que, aquí y allá, terminan como meros espacios de intereses sectarios.