El ministro de finanzas que aspiraba a suceder a la canciller la imitaba abiertamente. Olaf Scholz tenía claro que, para ocupar el puesto de Angela Merkel, había que parecerse a ella. Debía convencer a los votantes que era tan aburrido y tan confiable como ella. A pesar de pertenecer a otro partido de su coalición, enfatizaba que su oferta era más de lo mismo. Repetía sus lemas e, incluso, remedaba sus gestos. Scholz colocaba las manos al frente, en forma de rombo, como lo había hecho Merkel desde siempre. Sholz plagiaba el famoso rombo de Merkel. En el fondo y en las formas, en el estilo y en la sustancia, se presentaba como un clon de la canciller.
A nadie debe extrañar la estrategia de Sholz. Ante un gobernante que termina su mandato con enorme popularidad, es natural que una persona de su círculo inmediato trate de enfatizar la continuidad de políticas y modos. Si una mayoría está satisfecha con el rumbo del país, el subrayar la afinidad con el gobernante es una decisión realista. Lo mismo podríamos decir de Claudia Sheinbaum. Por supuesto que ha presumido su vínculo político y personal con el presidente López Obrador, por supuesto que se presenta como la carta de la continuidad, como la protectora de los programas y políticas del régimen. Y, desde luego, como la favorita del caudillo.
La estrategia de la emulación nos puede parecer penosa a quienes no compartimos la devoción por el caudillo, pero no puede negarse que es, en estos momentos, una estrategia razonable. Hacer campaña como la apuesta personal del presidente, defenderlo en todo, hasta en lo indefendible, imitar al señor en todo--¡hasta en su acento! A quien representa continuismo, los simpatizantes del régimen no piden autenticidad, sino lealtad. No están buscando una opción atrevida, sino disciplinada. Esa subordinación es la que ha ofrecido Claudia Sheinbaum. Hasta el momento, le ha funcionado. Será candidata a la presidencia y tiene altas probabilidades de ocupar la silla.
La estrategia del remedo no solamente se monta en la popularidad del presidente. Sirve también para ocultar una personalidad que no es electoralmente atractiva. Por lo que hemos visto, la campaña no es el elemento de Sheinbaum. Su método y su disciplina, prendas cruciales en la gestión gubernativa, bloquean cualquier brinco de espontaneidad. Los intentos de vinculación emotiva han sido un chasco. Se entiende la imitación: es preferible escucharla repetir las consignas del padre fundador que cantando con su pareja o esforzándose por parecer cercana.
Encuentro dos problemas en esta estrategia. El primero es que da por sentado que la base del lopezobradorismo seguirá siendo suficiente a mediados del 2024. Morena y sus aliados tienen simpatías y algunas han solidificado. Una franja considerable de los electores votará por Morena, pase lo que pase. Pero hay otra porción de electores que ha simpatizado con una oferta de cambio y que sigue respaldando a López Obrador, pero que, a estas alturas, está abierta a las alternativas. Las tragedias en salud y en seguridad tendrán un impacto electoral. Si el 2021 no repitió la historia del 18, podemos esperar que el 24 tenga, igualmente, aires distintos.
El segundo problema es que la emulación no es solamente coincidencia ideológica sino muestra de la debilidad de una política que no ejerció a plenitud sus competencias constitucionales en momentos críticos por no encarar al presidente de la república. Como lo mostró el New York Times en su momento, el gobierno de Claudia Sheinbaum ocultó información sobre la gravedad de la crisis de covid en diciembre de 2020. Nos mintió, nos puso en riesgo, provocó muertes para no contrariar al presidente. La científica estuvo dispuesta a ignorar la evidencia científica. Eso no fue emulación, fue complicidad. No hablo de asuntos de vieja historia sino de política actual. Sheinbaum no puede esperar a asumir el cargo para empezar a ponerle límites a un caudillo que insiste en definir la agenda legislativa del próximo gobierno y que reparte posiciones en el gabinete de su sucesor. Si Sheinbaum quiere ejercer la presidencia y no solamente ocuparla, tendría que ser capaz de poner límites al caudillo en los asuntos capitales desde ahora.