Carnavalización: el mundo al revés

“Un día nos encontraremos 

en otro carnaval (...) 

el tiempo está después”.

Fernando Cabrera

Ya viene el equinoccio de primavera y parece que viene muy caliente. En el carnaval, este desahogo de los sentidos previo a la cuaresma —que se supone época de recogimiento y reflexión, de abstención—, se subvierte el orden y cada quien asume el personaje que se le antoja. Es una fiesta del pueblo, afuera del palacio (o palacios, los eclesiásticos y los de la nobleza). Se busca la inversión de las oposiciones jerárquicas cotidianas y la separación del cuerpo y el alma.

Es risa y baile, es (debería ser) subversión. Es, digamos, un rompimiento, una romantización o una exageración de ciertos aspectos de lo cotidiano, como veremos. Es el predominio de lo grotesco ante lo clásico y de lo excéntrico ante lo canónico, al menos por unos días.

El crítico literario Mijaíl Bajtin dice: “Es imposible escapar, porque el carnaval no tiene frontera espacial. En el curso de la fiesta sólo puede vivirse de acuerdo a sus leyes, es decir de acuerdo a las leyes de la libertad”.

Él mismo propuso el término «Carnavalización» para referirse a los textos literarios donde el mundo está al revés, donde se profana lo sagrado, donde la ironía y lo carnal campean a sus anchas. Un ejemplo que toma es Don Quijote de la Mancha, donde el protagonista crea su mundo a partir de la imaginación (a la que algunos llaman locura).

Claro que el orden establecido sigue después del carnaval. Hugo Mancuso habla de que el carnaval le permite al sistema «asimilar» las voces de los oprimidos y lo llama “un típico proceso colonizador”, con la oportunidad de quiebres, de nuevas máscaras de rebeldía que a su vez darán pie a búsqueda de colonización, en un bucle que iría de lo establecido a lo dionisiaco (recordemos que el carnaval también se basa en las fiestas griegas a Dioniso, y con sus correspondientes romanas a Baco, las bacanales). 

Hay pocos personajes asignados, casi necesarios para el carnaval. Las autoridades de estas burlescas horas son elegidas por su rareza o su fealdad, a veces por su locura (en el sistema “normal” también suele pasar, pero no es tan obvio el método). Es el caso de Quasimodo, campanero de Notre Dame, nombrado rey de los locos en el Festival de Bufones, fiesta que Víctor Hugo recrea en su novela a partir de las saturnalias, el carnaval y la “plantación del mayo”.

El rey Momo en la actualidad es un personaje importante de los carnavales, poseedor de las llaves de la ciudad, y que debe pesar más de 110 kilos, pero más bien debería haber una reina Momo, ya que ese nombre era originalmente femenino.

Los griegos tenían dioses para casi todo. Momo era la diosa del sarcasmo, de la ironía y, por lo mismo, algo así como “santa patrona” de los escritores. Sus características eran una sed por la burla ingeniosa y llevar en la mano una máscara, que se ponía cada vez que hablaba. Cuentan que fue quien aconsejó a Zeus crear a Helena (y desencadenar así la guerra de Troya) para parar la sobrepoblación humana, y que reclamó a Hefaistos (Vulcano) haber hecho a los hombres sin una ventana en el pecho para ver su corazón (sus sentimientos).

En los carnavales, en las calles, surgieron máscaras de todo tipo, para permanecer en el anominato durante los excesos, con motivos trágicos (como las de la peste) o alegres (la de arlequín y la de polichinela). 

El humor en las cortes no era igual, era cosa de bufones: personas que hacían reír al rey o persona poderosa mediante la burla a los enemigos. Solían ser personas con enanismo o o alguna deformidad, pero hábiles para hacer acrobacias, machincuepas, contar chistes y otras formas de quitarle “lo aburrido”. En ciertas redes sociales aún los hay, al servicio de sus particulares reyes, condes o duques.

La burla a “los de arriba” en los carnavales era esencial, y por eso una de las máscaras de carnaval es la del doctor Balanzone, un tipo que presume de sabio, hecha para burlarse de esos que quieren hacernos creer que su careta de superioridad moral o intelectual es su cara. (Parece que está de moda la máscara de Pierrot, con su lágrima negra estampada en la mejilla, usada en realidad por el usurero Pantalone.) Y no, no hay discriminación inversa.

¿De qué nos reímos en estos tiempos? La risa no es consciente, es involuntaria; surge como las lágrimas o el enojo y el miedo. Es parte de nuestro lenguaje. A veces reímos por no llorar, de nervios, o nos carcajeamos de una caída (de otro, nunca de una propia), como demuestra el éxito de los programas de “ridículos” y “fallidos”. El mal gusto y la esterotipación poco a poco van difuminándose, pero siguen allí. 

Hay quienes se toman sus farsas demasiado en serio. Solo quieren aplausos. Pocos de “los de arriba” aceptan críticas o tienen al menos sentido del humor. Para eso tienen sus bufones. Peor para ellos.

En estos tiempos de ultracorrección y de lecturas erradas a conveniencia, el humor tiene que revitalizarse. La aceptación del Otro es necesaria, como lo es una actitud crítica ante la autoridad, sea cual sea. De los panfletos a los carnavales, de la caricatura a los sketches o la quema de judas, necesitamos no tomarnos tan en serio. A veces, reirnos es lo que  nos queda. 

Y gozarnos, porque la vida es corta. Ya lo dijo 

Celia Cruz.

Posdata: ya se están cocinando nuevos proyectos editoriales, pictóricos y audiovisuales y se buscan mecenas. Mientras tanto, este columnista se renta todo o en partes, ofrece talleres, servicios editoriales, corrección, fotografía y de redacción, con precios especiales para proyectos de autor. Disponibilidad para viajar y cambiar intermitentemente de lugar de residencia. Llame ya.

Web: https://alexandroroque.blogspot.mx

Twitter: @corazontodito