El COVID-19 es la enfermedad que desde hace semanas se pasea por el mundo sembrando el pánico y la destrucción, que tendrá efectos gravísimos para todos los países, para todas la regiones y para toda la humanidad.
Como consecuencia del cambio climático, que carcome la salud del planeta, vamos a vivir una de las primaveras más calurosas de la historia. Según los epidemiólogos, esas altas temperaturas, tan nocivas para nuestro planeta, pueden servir para frenar la acelerada propagación del virus. Paradójico, lo que resulta fatal para nuestro medio ambiente, será bueno para meterle el freno a esta pandemia.
Los desafíos que tenemos por delante –desafíos colosales que jamás podremos superar si no trabajamos realmente unidos– están íntimamente hiperconectados. La salud, los derechos humanos, el progreso económico, la democracia y los populismos, la revolución digital, el cambio climático, la desigualdad, las migraciones o la educación son retos que fluyen y se entremezclan en las arterias de un mundo hipertenso y global.
Con esta pandemia, serán altísimos los desafíos que debemos afrontar para recuperar el camino hacia un progreso humano y sostenible.
La era de la incertidumbre aún no ha alcanzado su máxima expresión: lo peor, dicen, está por llegar y los efectos económicos serán devastadores. Ojalá los gobiernos entiendan que la Agenda 2030 y los Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS) no pueden ponerse en cuarentena.
Pues el panorama es aún más complicado por algo que se ha llamado el “cisne verde”, término recientemente acuñado por el Banco de Pagos Internacionales (BPI) para referirse “a eventos producto de la crisis climática de graves consecuencias.”
Nuestro amigo Pablo Ramírez de Greenpeace México recientemente explicó que esta nueva expresión proviene del “cisne negro”, usada desde 2008 en episodios no pronosticados que han impactado gravemente la economía mundial. “Y el coronavirus tiene plumas de ‘cisne negro’”, explicó Ramírez. También dijo que desastres naturales cada vez más frecuentes y de mayor magnitud, escasez de recursos hídricos, pérdidas de cosecha y enfermedades relacionadas con el cambio climático, como el dengue, representan un riesgo permanente para la humanidad. Aunque no se ha comprobado que la pandemia de COVID-19 tenga una relación directa con la crisis climática, es una muestra de que las estructuras a nivel mundial no están preparadas para eventos de tipo “cisne verde”, subrayó Ramírez.
Estos episodios son impredecibles y transformarían irreversiblemente el planeta por el aumento en la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera, señala un reporte del BPI publicado en febrero pasado. Varios ambientalistas han indicado que este fenómeno causará falta de agua y daños en cosechas. Pero no todo está perdido, si cumplimos metas climáticas y el Acuerdo de París, nuestra situación puede variar.
Finalmente quiero rescatar una nota de la agencia EFE en la que menciona que Andrés Ángel, asesor científico de la Asociación Interamericana para la Defensa del Ambiente (AIDA), señaló que el origen de la pandemia tiene que ver con el tráfico de especies y el uso indiscriminado de fauna silvestre. La destrucción de los hábitats que desplazan especies, como el murciélago y el pangolín, y las ponen en contacto con los humanos, aumenta la posibilidad de transmisión de enfermedades propias de los animales salvajes, como se investiga en el caso del SARS-CoV-2. Y finalmente subrayó que “el calentamiento global está derritiendo Groenlandia a una velocidad increíble, casi 6 veces la de la Antártida, donde habitan varios tipos de microorganismos enterrados bajo unos 3 kilómetros de hielo que no han salido de ahí desde hace millones de años. Cuando estos se liberen no tenemos la menor idea de qué es lo que va a pasar, porque son microorganismos muy antiguos con los que nunca hemos convivido”. Terrorífico ¿no?.
Delírium trémens.- Prudencia ante el COVID-19; por favor cuídese.
@luisglozano