Nos encontramos en la encrucijada del Antropoceno, enfrentando un desafío sin precedentes: el colapsismo ecológico. Esta corriente de pensamiento, que anticipa un futuro de colapso ecológico y social, se ha vuelto prominente en el debate público y científico. A pesar de ello, el colapsismo no es una condena fatal, sino una advertencia urgente que nos llama a replantear y transformar nuestras prácticas y políticas.
La idea de un inminente colapso ecológico se ha popularizado en gran medida gracias a obras como ‘Learning to Die in the Anthropocene’ de Roy Scranton, que propone aceptar el fin de nuestra civilización tal como la conocemos. Aunque esta visión puede parecer desalentadora, es fundamental evitar caer en el fatalismo. El colapsismo, abordado de manera crítica, puede impulsar la búsqueda de soluciones sostenibles y justas.
Los crecientes desastres naturales, temperaturas récord y la pérdida de biodiversidad son señales claras de que nuestro planeta está en crisis. La era de la “ebullición global”, como la denomina António Guterres, exige una respuesta colectiva y decidida. No podemos permitirnos la indiferencia ni el pánico; necesitamos una acción informada y comprometida.
El colapsismo ecológico, al centrarse en los aspectos más negativos de la crisis climática, corre el riesgo de paralizar la voluntad de actuar. Es crucial evitar la inacción que puede derivar del miedo y la desesperanza. En lugar de rendirnos ante la idea de un colapso inevitable, debemos enfocarnos en las oportunidades para una profunda transformación ecosocial.
Desde un punto de vista científico, los discursos del colapso a menudo incurren en un reduccionismo que ignora el papel de las decisiones humanas colectivas. La historia no está predeterminada; nuestras acciones tienen el poder de moldear el futuro. En lugar de un colapso absoluto, lo que enfrentamos son turbulencias ecopolíticas que requerirán respuestas innovadoras y equitativas.
Las políticas públicas transformadoras son esenciales para abordar la crisis ecológica. La idea de que el Estado ha perdido su capacidad para implementar políticas públicas significativas es un mito que debe ser desmantelado. La acción gubernamental, en coordinación con la sociedad civil y el sector privado, puede marcar la diferencia entre la catástrofe y la oportunidad de construir una sociedad más justa y sostenible.
A pesar de los desafíos, hay motivos para la esperanza. La revolución tecnológica en energías renovables, los avances en la comprensión de la biodiversidad y su potencial regenerativo, y la creciente conciencia sobre la necesidad de acción climática son señales de que el cambio es posible. La adopción de hábitos de consumo más sostenibles y la movilización social en torno a la crisis climática son indicativos de una voluntad colectiva de enfrentar el desafío.
En conclusión, el colapsismo ecológico es una llamada de atención que no debe llevarnos a la desesperación, sino a la acción. Estamos en un momento crítico de la historia humana, donde nuestras decisiones determinarán el futuro del planeta. Es hora de unir fuerzas, movilizar recursos y trabajar juntos para superar esta crisis. No estamos condenados a un colapso inevitable; tenemos la capacidad y la responsabilidad de forjar un camino hacia un futuro más sostenible y equitativo. La tarea es monumental, pero la historia nos ha mostrado que la humanidad es capaz de grandes logros cuando se une por una causa común. El colapsismo ecológico no es el fin subestimar la crisis climática y caer en el desánimo. La solución radica en equilibrar la conciencia de la gravedad de la situación con acciones constructivas. La historia humana está repleta de ejemplos de resiliencia y adaptación, y el desafío actual no es la excepción.
Delírium trémens.- Próximamente revelaremos evidencias que demuestran que el principal adversario del Área Natural Protegida de la Sierra de San Miguelito es Andrés Manuel López Obrador y su movimiento político, la Cuarta Transformación (Morena, Partido Verde Ecologista de México y PT).
@luisglozano