Cosas de la edad

¿La edad importa? Claro. Cuando uno quiere darse ánimos, es frecuente decir que la edad está en la mente. Tal cosa sería fabulosa si fuese verdad, pero lo cierto es que la edad pesa y deja marca sobre el cuerpo. Obviemos las señales naturales: sabemos que la piel se arruga o se cuelga, que el cabello se vuelve gris, los músculos pierden tonalidad; vaya, que físicamente el tiempo puede distinguirse en cualquier persona. Por dentro la cosa es igual: el metabolismo ya no trabaja tan bien, venas y arterias pueden colapsarse ante ciertas sustancias no procesadas o acumuladas y los órganos van desgastándose simplemente porque todo por servir se acaba. La edad no está en la mente, está en todo el cuerpo y se siente. 

Quizá lo que podríamos conceder, es que aunque la edad no está en la mente, la actitud con la que enfrentamos el paso del tiempo sobre nosotros, sí lo está. La actitud ante el inevitable envejecimiento hace toda la diferencia en la manera en que una persona vive. Seguramente usted, lectora, lector querido, conoce a alguien cronológicamente joven, pero cuya actitud parece de la de un anciano victoriano. Tal vez le venga a la mente el caso contrario, un adulto ya entrado, digamos en la quinta década, que insiste en comportarse como un adolescente inexperto. Por ejemplo, se ha llamado síndrome de Peter Pan al trastorno en donde una persona se niega a crecer mentalmente; o bien algunos han llamado síndrome de Wendy al fenómeno contrario, donde una persona joven insiste en comportarse como figura paterna o materna, asumiendo actitudes mucho más avejentadas a las de su edad. También está, por supuesto, el caso de aquellos que han decidido no luchar contra lo inevitable y abrazar con gracia e incluso humor, el paso del tiempo sobre ellos. Esos son los afortunados, porque han decidido vivir en lo único que hay: el presente. 

La humanidad ha tenido desde siempre una fijación entendible por la juventud, dado que es generalmente, donde mejor aspecto tenemos y donde gozamos de mejor salud. Conservarla o alargarla lo más que se pueda, ha sido motivo igual de mitos que de avances científicos. Lo mismo hablamos de leyendas sobre fuentes de eterna juventud, que de descubrimientos para disminuir las líneas de expresión o mejor aún, vacunas y medidas de higiene que han hecho prolongar el promedio de vida de las personas considerablemente. En alguno de sus textos, Yuval Noah Harari dice que el siguiente paso para la humanidad, es tratar nuestro inevitable envejecimiento como una serie de fallas que pueden ser corregidas. No seremos eternos, pero sí es posible, como ha ocurrido hasta ahora, que tengamos éxito en lograr prolongar nuestras vidas considerablemente. 

Ahora bien, en  el fenómeno del emparejamiento entre personas, no queda de lado la edad de quien busca una pareja más o menos estable.  La práctica generalizada y socialmente aceptada ha sido que la pareja sea más o menos de la misma edad, y en el caso heterosexual, que el hombre sea mayor que la mujer. Entonces, la edad es un fenómeno físico, pero el cual se inserta en una construcción social entre lo que creemos “normal” o establecemos como el “deber ser”.

Hace unas dos generaciones era completamente natural que un hombre de, digamos 58 años, se casara con una chica de, digamos 18. Aunque en estas épocas tal cosa se aleja cada vez más de la generalidad, continúa ocurriendo. Se escucharán quizá dos o tres comentarios mordaces, pero no deja de ser más “normal”. Lo que sí no pasa desapercibido, es cuando una mujer decide emparejarse con un hombre notoriamente menor que ella. Veamos por ejemplo, el caso de Brigitte Macron, esposa del presidente francés, Emmanuel Macron. La toma de protesta del joven mandatario, que actualmente tiene 44 años, se vio opacado por los comentarios contra la esposa del presidente, que tiene 68 años. Sin embargo, pocos años antes, los comentarios fueron muy diferentes cuando fue presidente de la misma nación Nicolás Sarkozy, actualmente de  67 años de edad casado con Carla Bruni,  a quien le lleva 9 años. Vaya, cuando Sarkozy estaba terminando la primaria, Bruni estaba naciendo. Las críticas contra Brigitte Macron hicieron que incluso el presidente  Jair Bolsonaro, de Brasil, entrara al círculo de burlas en contra de la mujer del mandatario europeo. Bolsonaro, de 66 años de edad, está casado con Michelle, quien tiene 39. O ahí está  el caso de Donald Trump, que tiene 75, y su mujer, Melania, que tiene 51. Trump le lleva 24 años a su mujer. Exactamente los mismos 24 que Brigitte Macron le lleva a su esposo; sin embargo, los comentarios tanto para Sarkozy, Bolsonaro o Trump, fueron más bien en el sentido de felicitarlos por haber conseguido a tales mujerones, mucho más jóvenes, como pareja; cuando en el caso de la señora Macron, fueron totalmente lo opuesto. Estamos entonces ante un doble estándar.

La sonada boda de Elba Esther Gordillo este fin de semana, me recordó el caso de los mandatarios (hombres todos) con casos de matrimonios con diferencias significativas de edad. Estoy segura que la Historia juzgará a Gordillo por su cuestionable papel en las relaciones de poder político, el sindicalismo o las riquezas con orígenes poco claros. Sin embargo, me temo que en cierto momento, el debate se reduzca al hecho que la mujer se casó con un hombre 36 años menor que ella. 

¿La edad importa? Si, sin duda, cuando se trata de cuidar la salud o aceptar el proceso de envejecimiento y afrontarlo con dignidad. Pero cuando se trata de que un hombre sea aplaudido por casarse con una mujer mas joven y una mujer sea criticada por hacer exactamente lo mismo;  debemos preguntarnos qué tanto hemos madurado socialmente.