Crónica de una conexión

Han sido ya, un poco más de los 365 días en un aislamiento mental, emocional y físico que nos ha mantenido cautivos en un solo pensamiento: el covid. Saturada de ello, nos dimos la oportunidad de salir de este armario virtual en el que hemos estado confinados para hacer maletas aceptando la invitación “a retirarnos para conectarnos”; empacando junto al cepillo de dientes, el jabón y la toalla varios modelos de cubre-bocas, marcas de gel en presentaciones varias y también chuchulucos -para un ocio que no se hizo presente-, repelente y mascotas de tamaños y razas diversas. Así nos lanzamos a la comunidad de La Trinidad en Xilitla.

Nuestro “retiro de conexión” incluyó en su programa sesiones de yoga, hiking y rapel; un programa “inclusivo” y aunque -supongo- diseñado para menores de sesenta, nos integramos con ciertas limitaciones, con el fin de apoyar a una de nuestras hijas en su aventura en uno de los corazones de la huasteca potosina. Como antesala a un fin de semana insospechado, pasamos la noche en Xilitla hospedados precisamente frente al Museo del Surrealismo que esperábamos visitar a nuestro regreso dos días después.

El sábado muy temprano iniciamos con el yoga en una terraza que nos anticipaba lo que más tarde sería nuestro entorno: el bosque húmedo en las montañas alrededor de Xilitla. Después del desayuno nos enfilamos hacia la comunidad mencionada, algunos en transporte propio y otros más en las trocas alquiladas para este propósito:  18 personas y 14 ks. cuesta arriba en lo que serían aproximadamente mil metros más de altura, desde nuestra primera parada. 

Los siguientes dos días serían un recorrido extremo en uno los rincones más bellos de nuestra madre Tierra y durante los cuales, un grupo de desconocidos no solo extendimos vínculos inesperados sino que nos admiramos del estado de conservación de ese ecosistema libre de electricidad, wi-fi, motores, sonidos urbanos, basura o agendas virtuales. En un entorno maravillosamente verde y exuberante, nos adentramos en el corazón de las piedras, las bromelias y los helechos reconociendo a cada paso, el maravilloso mundo que sirvió de inspiración a Sir Edward James para su Jardín Escultórico.

Nuestros dos días en ese paraje ejidal, hogar de aproximadamente 120 personas nos devolvieron una parte de la memoria de lo que somos, el sentido por el que vivimos y el impulso para regresar a la dinámica de ficción en la que el siglo XXI se desarrolla. Experimentamos la ausencia del consumismo, retomamos el deleite de cerrar los ojos exhaustos cuando el sol se oculta y a abrirlos cuando su vuelta lo trae de regreso a nosotros. A comer cuando se necesita y no solo cuando se antoja y el aprecio por lo que uno tiene en casa; cualquier cosa que ésta sea.

No solo hicimos yoga o senderismo por una moda sino porque nuestro cuerpo y nuestro espíritu lo imploraban después de meses de virtualidad o de un automatismo que a ciertos sectores nos mantienen frente a las pantallas de un ordenador o de otros dispositivos, sin el nutriente espiritual que emana de la tierra y de la conexión con los demás.

No quiere decir que este mundo de la era de la información sea reprobable, quizá solo hay que retomar la conciencia del balance entre uno y otro mundo. Éste en el que hoy vivimos junto a millones de personas nos ha ido desconectando gradualmente y nos ha hecho olvidar lo que somos en esencia y lo que nos da vitalidad y energía para seguir experimentado la sencillez y riqueza de la naturaleza. Ésa que tenemos unos más cerca que otros, pero que a la que podemos llegar con un poco de voluntad.

Feliz de haber hecho un paréntesis en el año del covid 20-21, hoy retomo la rutina con las rodillas hechas un poco nudo, pero con el corazón lleno del verde que pudimos apreciar gracias a la reconexión con el mundo natural, lejos de frases hechas y los espectaculares disonantes que nos invitan a ignorarlos por vergüenza y a voltear la cara hacia lo que de verdad vale la pena.

Gracias a la comunidad de la Trinidad, a los organizadores y a quienes tienen la voluntad de conservar nuestro planeta y nuestro suelo.