2020 ha llegado con todo. Muchas transformaciones en muchos aspectos, para bien o para mal. Temporada de crisis, o sea de oportunidades. Mientras otros países han cerrado fronteras, han promovido el autoaislamiento o incluso han prohibido vuelos internacionales por el brote mundial del nuevo coronavirus, el Covid-19, en México apenas estamos en la fase 1 y este fin de semana se llevan a cabo conciertos y eventos masivos.
Hasta el momento de escribir estas líneas no se había dictado el toque de queda, ni se habían suspendido las clases en todos los niveles. Podría ser unas horas después de escribir esta columna, cuando yo esté ya en la Ciudad de México. ¿Quién sabe? En fin, parece que no se suspende nada por ahora. El billete manda, como siempre. La jefa de gobierno de la Ciudad de México lo dijo: solo se prohibieron o pospusieron los eventos «que no generan un impacto económico».
Según estudios de la UNAM el crecimiento exponencial del bicho en México va a ser la última semana de marzo. Y entonces sí, agárrense… o no, mejor no se agarren.
Como todo, real o inventado, esto ha sido utilizado por periodistas con o sin comillas, por voceros y por políticos de oposición para golpear e insultar sin ton ni son. Ojalá que no pase a mayores, ojalá, como dice el dicho, «que la boca se les haga chicharrón». Hace un par de días se informó oficialmente del primer caso de infección por Covid-19 en San Luis Potosí: una mujer de cincuenta y tantos años que acaba de llegar de Italia. También hace unos días, la UASLP solicitó sumarse a la aplicación de pruebas contra el enemigo invisible.
¿Alguien se acuerda de 2009? Hace poco, platicando con algunos amigos, no nos pudimos poner de acuerdo en cuanto duró el aislamiento, solo en lo desesperante que fue. ¿Fueron dos semanas, tres? Fueron días de plano de guardarse en casa, de evitar ir a restoranes, de reuniones clandestinas con los amigos. El regreso a clases fue solo para hacer exámenes y casi de inmediato llegaron las vacaciones.
Hoy ya hay compras de pánico, desde gel para manos hasta papel sanitario. La lavada de manos ha tenido nuevos ritmos, desde I will survive de Gloria Gaynor hasta La Internacional. Entre lo bueno es que la nueva pandemia ha dado pie a leer o releer a los clásicos sobre enfermedades, u otros nuevos que parece que predijeron el miedo y las muertes que se están sintiendo.
La primera que viene a la mente es El Decamerón, de Giovanni Bocaccio, que data de 1353: la peste hace que diez personas se aislen y se queden juntas durante diez días. Para pasar el tiempo cada una se asume como narradora de diz historias, que van de lo ejemplar a lo cómico, de lo milagroso a lo satírico.
Están también Ensayo sobre la ceguera de José Saramago o Soy leyenda de Richard Matheson.
Cuenta García Márquez en El amor en los tiempos del cólera: «Le bastó con un interrogatorio insidioso, primero a él y después a la madre, para comprobar una vez más que los síntomas del amor son los mismos del cólera».
Dice Albert Camus en La peste (1947):
«Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa».
El miedo puede ser más dañino que la enfermedad en sí. Susan Sontag (La enfermedad y sus metáforas, 2003): «El modo con que la enfermedad se presenta como perfecto depositario de los miedos al futuro más generalizados hace que hasta cierto punto sean irrelevantes los predecibles esfuerzos por colgar la enfermedad como una etiqueta a determinados grupos».
No se trata de hacer compras de pánico, ni de dejar a los demás indefensos. Se trata de apoyarnos todos, d reflexionar sobre qué es la enfermedad, de cuidar eso que llamamos salud. China es el ejemplo: la emergencia ya pasó en aquel país y mandaron medicamentos y especialistas a Italia, donde el contagio fue creciente desde el principio. Porque la vida sigue, para muchos, porque los que se van han dejado recuerdos y sonrisas, va un fragmento de un soneto de Carilda Oliver:
«Busco una enfermedad que no me acabe
sino el dolor constante de la vida:
algo para fingir que estoy dormida
detrás de este temblor de escarcha grave.
»[…] Y así me marcho, sonriendo a todos,
luminosa de gracia y desventura,
con el secreto horror hasta los codos;
»callándome en el verso y en la prosa,
para que escriban en mi tierra dura:
esta mujer ha muerto de dichosa.»
Y como ya me gustó lo del escribir colectivo, invito a quien se quiera sumar a que la siguiente semana imaginemos en colectivo los escenarios y resultados de esa cuarentena que parece inevitable. O recuerdos de la anterior, la de la influenza, hace 11 años. Las mismas reglas: cualquier género, en textos cortos o ultracortos, ficción u opinión, que serán editados para la columna y publicados íntegros en el blog del taller. ¿Cómo ven? ¿Se animan?
Posdata: Si el coronavirus quiere, es decir, si no se suspenden actividades como con el H1N1, espero verles a todos y todas en el llamado Patio de la Autonomía del Edificio Central de la UASLP, este sábado 21 de marzo, para cruzar saludos por el inicio de la primavera y porque ese es el día mundial de la poesía. ¿El pretexto? La presentación de mi libro de cuentos Fuera de mí, eufemismos para ciertas locuras, que publica El Diván Negro. Comentan Gabriela Oliva Lozano y Guadalupe Elías Arriaga, modera Salvador Ramos.
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