Nunca, hasta la presente administración estatal, se había visto que algún gobernador tratara con tal desprecio a la cultura e incluso a las propias instituciones gubernamentales encargadas de la gestión cultural. Mencionar a los gobernadores y sus aportaciones en esta materia puede resultar ocioso, máxime cuando a algunos ya ni se les recuerda, pero al menos desde la década de los cuarenta (sí, con Gonzalo Santos, el cacique que gobernó de 1943 a 1946) una de las principales preocupaciones de los gobernadores había sido el fomento a este tan necesario rubro.
La tarea cultural ha ido desde lo simple, como ediciones de libros y concursos básicos en los que se buscaba premiar la mejor manifestación en distintas áreas, la restructuración y creación de dependencias, hasta la construcción de espacios destinados a un fin concreto, como pueden ser museos, teatros, centros y casas culturales, en donde se realizan diversos eventos y festivales cuyas temáticas genéricas o concretas, buscan difundir variadas expresiones artísticas, poniéndolas al alcance de todo tipo de público interesado.
Cierto es que dentro de estas dinámicas creadoras y fundacionales se ha incurrido en diversos errores que han llevado a los propios espacios a funcionar sin presupuesto (por no haber sido contemplados al momento de su planeación) o no contar con acervos propios por lo que su funcionamiento acaba diversificado y alejado por completo de su vocación original. Nada que con voluntad no se pueda resolver, pero ésa sí y desde hace muchos sexenios ha estado ausente, lo mismo en los titulares culturales que en sus administradores (aparte que a algunos no les basta con ser miserables, sino aparte son odiosos) e incluso entre los propios directores (que tampoco son peras en dulce) de las dependencias en cuestión.
Pero insisto, con todo y la más diverso zoología (catalogado y sin catalogar) en que se haya divida la burocracia cultural y su muy abultada e inútil planta laboral, no es algo insalvable, siempre y cuando, más allá de la voluntad, su titularidad recaiga en alguien comprometido realmente con la cultura y no en una marioneta del gobernador. Esto último es general, no particularicemos y se piense que me refiero a su última titular, porque otra cosa que hay que reconocer es que al menos los dos sexenios anteriores a éste, no existieron ni política cultural ni titulares, ni gobernadores interesados en el rubro. ¡Cómo se extraña al Françoise Vatel de don Marce!
El desinterés y la omisión también son una forma de desprecio, pero al menos por la inercia con la que se funcionaba desde administraciones anteriores, la secretaría de Cultura mal que bien cumplía con su función y los errores de funcionamiento estructural se matizaban gracias al empeño de diversos directores generales y de áreas. En este sentido es necesario reconocer que muchos burócratas culturales hicieron del acertado y comprometido desempeño de sus funciones todo un apostolado.
Pero, la llegada del Atila verde (que se lanzó sobre todas las dependencias y manifestaciones culturales como si de Roma se tratara) acabó con esa inercia y echó por tierra la mayoría de los logros alcanzados el menos desde el año 2000. Si bien, no hizo titular a un caballo o, peor aún, a su chauffeaur, si puso la dependencia en manos de una discapacitada cultural que sólo se concretaba a sonreír en los eventos y responder frente al cuestionamiento directo, la primera barbaridad que se le venía a la mente.
Todo es comprensible (y por favor no se piense que lo justifico), sus escasos alcances intelectuales no le permiten asimilar ni comprender las justas dimensiones de una dependencia encargada de la gestión cultural, ya que para él forma parte de lo prescindible todo aquello que no esté dentro de la dinámica del acordeón, la tambora y el bajo sexto.
Esta semana que concluye el encargado de despacho de la secretaría de Cultura (acéfala todavía) se lanzó contra algunas dependencias culturales, destituyendo a sus directores (dicen que según instrucciones de la Oficialía Mayor) por no contar con recursos para sus sueldos. Lo triste, la dependencia cultural está siendo desmantelada por Rabinal Gamboa López, hijo de uno de los más grandes creadores y defensores de instituciones culturales de los que en San Luis Potosí se pudiera tener memoria.