Es terrible y maravilloso ser humano, pues cada día hay nuevas respuestas y nuevas preguntas. Nos emocionamos con algún detalle de espíritus generosos y al siguiente segundo nos horrizamos de lo que somos capaces de hacer.
Por eso, o a pesar de eso, bailamos. Algunos al son que les tocan y otros con más originalidad. Con dinero baila el perro, y a muchos humanos nos toca bailar con la más fea. Ya bailó Bertha las calmadas, advierte otro dicho popular. En fin, de lo que se trata es mover el esqueleto, aunque tengamos dos pies izquierdos. Darnos tiempo y usar el cuerpo de otra forma, disfrutar la música con una pareja en un lugar hecho para ese ceremonial. De cachetito o que parezca que tenemos el mal de San Vito. Aunque sea fraile, le gusta el baile. Hay baile cuando nos bautizan y cuando nos casamos, cuando se presenta una señorita en sociedad (esa arcaica costumbre) y en todo tipo de fiesta.
La danza tiene marcado su día internacional los 29 de abril. No solo la danza escénica ni de salón, sino toda la que nos hace obras de arte, como aseguraba Nietzsche:
«Cantando y bailando se manifiesta el ser humano como miembro de una comunidad superior: ha desaprendido a andar y a hablar y está en camino de echar a volar por los aires bailando. […] El ser humano no es ya un artista, se ha convertido en una obra de arte…»
Hace unos días vi en internet una crítica a la obra performática de Marina Abramovic, vinculada permanente e íntimamente, con algunas treguas, a su pareja sentimental, Ulay. Vi la performance de Jesusa Rodríguez al presentar su propuesta sobre el maíz transgénico en el Senado de la República, espacio que suele dedicarse a otro tipo de representaciones escénicas.
Los performance son obras que no encajan en una clasificación tradicional de arte. No son danza, ni artes plásticas, ni música o literatura. Son todo eso y nada, son experimentos que nos hacen sentir, que se esfuman aunque dejen vestigios en video. Como la danza, es un arte fugaz. Como la danza, (Nietzsche dixit) combate el espíritu de la pesadez.
El Consejo Internacional de la Danza ha propuesto para este año el tema de danza y espiritualidad. Alkis Raftik, su presidente, dijo en su mensaje oficial:
«Al danzar, las personas a veces trascienden al reino de lo sobrenatural; la música y el movimiento combinan cuerpo y mente hacia un elevado estado. Esta experiencia extática libera, se extiende muy profundamente en la propia dimensión interna, uniendo a la persona con el universo».
Bailar es un ritual, entre dos o más participantes. Bailar, para Baudelaire, es una forma de revelar la magia de la música, porque para Maya Angelou «todo en el universo tiene ritmo, todo baila».
En mis tiempos no se hablaba de “irse de antro” sino de “ir a la disco”, resabio de los años de John Travolta y sus fiebres de sábado por la noche. Muchas bocinas, una pista (de preferencia con luces de colores), una máquina de humo y una bola de espejos en lo alto eran indispensables. Era padre ir “en bola”, y lucir los pasos, y si ibas en pareja había además que esperar “las calmaditas”. Eran los años del auge del rock en español, pero también de los inicios de MTV. En los canales de televisión no había día en que mínimo dedicaran media hora a los videoclips. No había internet y había que estar atentos a ver a qué hora pasaban los éxitos del momento, con los dedos listos en los botones de “play” y “record”.
Mi primer trabajo fue como sacaborrachos en Oasis, la disco del hotel Ma. Dolores. Se estrenaron canciones que luego serían éxitos, de esas que llamaban de rock en tu idioma. Lo mismo llegaron El General que Joaquín Sabina, la Orquesta Mondragón que Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio. En San Luis Potosí existían, además, Dulcinea (en el Hostal del Quijote), Arucha, Tenis Company, La Uva y, el Chaplins y The Set.
Quien más, quien menos, a todos los de mi familia nos gusta bailar. Hace mucho que no voy a bailar y ya hace falta. Antes era presumir pasos, inventarlos o tratar de recordar coreografías de hace mucho (Timbiriche y Menudo, obviamente, Parchis y Chamos, aprendidas en la primaria, pues en el recreo, mientras yo leía, algunas compañeras montaban las canciones de esos grupos para concursos y festivales escolares). Me vale el qué dirán y me gusta cuando otras parejas empiezan a seguir mis pasos.
En muchos estratos suele descalificarse cierto tipo de música y su baile. Hoy es el reggaton pero antes la cumbia, o la música grupera eran también vistas como algo «corriente». Como si bailar cierto ritmo demeritara. Hay políticos e intelectuales a quienes no les gusta que los vean bailar. Los tipos duros no bailan, escribió Norman Mailer («y ellos me contestan: “baila hipócrita, baila, sigue bailando”). «La música se empieza a atrofiar cuando se aleja demasiado del baile. La poesía se comienza a atrofiar cuando se aleja demasiado de la música», dice Ezra Pound.
Hay que felicitar a quienes se dedican, de manera profesional o por amor al arte, a promover la danza, el arte de la musa Terpsícore. En San Luis Potosí hay una escuela oficial y varias de distintos niveles, hay compañías profesionales y otras que merecen serlo. De ballet a baile de salón, de la danza del vientre a los concheros, de caballito a polka o freestyle. El Festival Internacional de Danza Contemporánea Lila López es de los que ha dado identidad a nuestro estado, con sus altibajos y problemas, al proyectarlo como centro de la danza mundial. Hay creación coreográfica y proyecciones vía satélite de los mejores ballets del mundo.
Pero falta, falta mucho.
«Baila conmigo la danza de la sonrisa en el ojo de la mente / hasta caer, inesperadamente juntos, fulminados» (Darío Jaramillo Agudelo).
Aunque me gustan en escena, no se me apetecen los bailes grupales, como Payaso de rodeo, Sigue al líder o La macarena. ¿Se acuerdan de la película de caricaturas Hormiguita Z (1998)? Esa es la actitud, buscar nuestro ritmo. Así que a bailar, en la casa como Tom Cruise o en la pista como Resortes o bajo la lluvia como Gene Kelly o donde se nos antoje como en casi todas las películas de Bollywood.
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