De distancias y cercanías

Cada día es único. Aquí y ahora, sí, pero sin dejar de recordar y de planear para acomodar en este presente las huellas y las posibilidades. Para que haya futuro se requieren adaptaciones, como dijo Darwin en esa frase hoy tan de moda: no sobrevive el más fuerte sino quien mejor se adapta a los cambios. Necesitamos otras formas de organizar el mundo y para ello necesitamos reglas y formas de aplicarlas. La coordinación es vital para vivir.

Ya en fase 2 de la pandemia, con la inminencia de la fase 3 para el 19 de abril o antes, México revela la precariedad y la indefensión en muchos frentes, y la solidaridad o el egoismo de sus empresas e instituciones. Alguien dijo en Twitter, perdón por no recordar quién, que una epidemia (o pandemia) no se trata de personas, sino de colectividades. Alguien más hizo una ilustración: «Así vivimos los indocumentados»

Medio México está guardado en sus casas. Otra parte no puede. 30 millones de personas viven al día, sin seguridad social y no pueden optar por resguardarse del coronavirus de nueva cepa. Generan el 22 % del PIB. También, claro, hay imprudentes que siguen haciendo fiesta, escupiendo en la calle o no respetan la sana distancia. La próxemica como ciencia de la sobrevivencia. Lo más peligroso son los que predican una cosa y hacen otra, como el dueño de Grupo Salinas, que o empresas y bancos y ‘famosos’ e informadores que dicen querer ayudar, dar consejos y muestran mezquindad a la hora de cooperar para que la crisis que viene sea más llevadera.

Los flujos de información más que nunca deben ser coordinados y constantes desde los tres niveles de gobierno, para dar menos oportunidad a los rumores que, por ignorancia o intereses políticos o económicos —o como dicen en mi pueblo, nomás por «ganas de chingar»—, sueltan a diestra y siniestra en las redes sociales. También es cierto que algo de lo que se comenta en redes terminan por aceptarlo las autoridades, aunque en un primer momento lo hayan tratado de ocultar o minimizar.  

Lo expresó bien Camus: «La tragedia no es que uno esté solo, sino que no pueda estarlo». Detrás de los miles de memes con que aderezamos la cuarentena, obligada o voluntaria, están el miedo a la soledad, la necesidad de un abrazo, las miradas que han sido pospuestas. Hay memes de actividades insospechadas que sacan la carcajada, pero hay otros con toda la mala leche de mermar a otro, a otros. 

La soledad y la felicidad como periodos amplios son conceptos relativamente modernos. Fue Jung quien hizo la clasificación de extrovertidos e introvertidos, más valorados los primeros que los segundos. El Covid-19 se ha interpuesto en la pregonada búsqueda de la felicidad que nos venden en todas partes. Las clases en línea o los libros gratis que se ofertan en red son paliativos apenas para mucha gente que no está acostumbrada a la introspección, y menos con el reinado absoluto de los celulares y las series en streaming. La llamada comunicación intermedia, la que se da en las aulas, apoyada por miradas, inflexiones de voz o gestos, no puede ser suplida por las sesiones online, y menos cuando las plataformas no suelen ser los más afortunadas ni lo que está detrás de cada computadora aporta ese estado mental necesario para concentrarse.

A la par del coronavirus me preocupa la salud mental de algunas personas que conozco, y otras que en mi vida he visto. La mía ya no. Salir les es clave y estar en casa es sinónimo de encierro; así la desconfianza y el miedo devienen en hipocondría, en depresión. Tenemos que estar al pendiente unos de otros, aunque sea de lejos, aunque sea por teléfono o detrás de la puerta. 

Hay que pensar con solidaridad y empatía, crear nuevas relaciones y fortalecer las existentes. Pensar, sí, en médicos, enfermeras, camilleros y personal de salud, pero también en prisioneros, enfermos mentales, monjas de clausura, ancianos en asilos, personas en situación de calle. Darnos tiempo, «conocernos a nosotros mismos» para poder dar abrazos después, con más conocimiento de causa. 

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