De incomprensiones

No sé si es más complicado vivir en estas épocas del virus maligno, o tratar de comprender a algunas personas que uno podría considerar gente de razón. 

“El político debe ser capaz de predecir lo que va a pasar mañana, el mes próximo y el año que viene y explicar después por qué no ocurrió”, decía Winston Churchill, una de las mentes más brillantes del siglo XX.

Sigo sin entender algunos de los nombramientos ocurridos recientemente en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Hace dos días, el periodista Juan José Rodríguez Medina, en su columna Las Nueve Esquinas, aludía al personaje que fue designado para ocupar el cargo de abogado general, y mencionaba su lamentable paso por la Secretaría de Comunicaciones y Transportes; yo agregaría su pública faceta de misógino y acosador. 

Miren ustedes, el nuevo señor rector lleva ya dos a la cuenta, y parece no importarle lo que opinen de los nombramientos repartidos. Creo que a todos están afectando los pasos de López; ahora pareciera que muchos ya le hallaron gusto a emularlo, y no escuchan más voces que las de ellos. 

El problema es, que a diferencia de Churchill, no veo que tengan capacidad de predicción, y ni siquiera de vislumbrar lo que vendrá después.

La rectoría de la UASLP puede ser el ejemplo más a mano,  sin embargo existen algunos otros como las acciones y decisiones poco razonadas que sigue tomando el  alcalde. Nada del otro mundo, ni detalles a los que no estemos ya acostumbrados, pero uno pensaría que estos son tiempos de reflexión.  

Sigo pensando, por ejemplo, que la destrucción de hornos de ladrilleras no es una de las mejores acciones que se están realizando dentro de su gobierno; y creo, también, que eso de andar organizando video paneles, sobre el Legado del Navismo y el movimiento democrático actual, es un error.  No está mal, desde luego, menos teniendo como participantes a Sergio Aguayo, Porfirio Muñoz Ledo, y Enrique Krause, pero resulta chocante que el alcalde siga empeñado en montarse en agarrarse de la figura del abuelo. 

Pero, cada cabeza es un mundo, y el del alcalde es el de la arrogancia. 

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Por cierto, a propósito del maestro Xavier Nava Palacios, que luego le da por sentirse muy sácale punta. La pasada resolución de la Suprema Corte de Justicia, en que dieron revés a la llamada Ley Bonilla, no dejan en claro otra cosa, más que el triunfo no de la legalidad, sino del presidencialismo mexicano (ése que nunca ha desaparecido).

Consideremos que la primera en aparecer opinando sobre esta decisión del Congreso Bajacaliforniano, fue la secretaria de Gobernación, la ministro en retiro doña Olga Sánchez-Cordero de García-Villegas, quien afirmó la legalidad de dicha ley. La señora, sin embargo, nunca dijo que fuera constitucional. 

Bonilla llegó al cargo, gracias a que se trepó en la silla –que no en el caballo- del lópezobradorismo, y al igual que muchos otros, vieron en esto la oportunidad de encaramarse al palo encebado del poder. Con lo que no contó, fue que por mucho cargo y poder que detente, éste nunca será de las mismas magnitudes que el absoluto poder presidencial. 

El error de Bonilla fue confrontarse con el gobierno federal en el tema del Coronavirus; y, bueno, por más que se diga que la Corte es autónoma, resulta que Bonilla durará el tiempo que debió durar desde un principio. Es decir, por mucho que hubiera sido impugnada por el ministro Franco y González Salas, si el presidente hubiera dicho que se quedara, se quedaba. 

Miren, y por eso mencionaba a Navita, pensemos en el caso de su padrino, el gobernador Corral, quien según él, anda muy giro, pero calcula perfectamente el alcance de sus picotazos, y sabe que sus espolones no dan para tanto; él sabe quién es el amarrador principal, y seguro no quiere acabar como Luis Macarena.

Finalmente, no olvidemos que nuestro querido presidente hizo suyo –como todos los presidentes que le antecedieron– el título de la gran obra de González Pedrero. 

Gracias por la lectura; quédese en casa.