De las clases al trabajo: la realidad que nadie explica

Ana Gabriela Medina Avilez

Graduarse es uno de los momentos más emocionantes para cualquier estudiante. Es el resultado de años de esfuerzo, desvelos, trabajos en equipo y sueños por cumplir. Sin embargo, después de recibir el título y tomarse esa última foto en las instalaciones, llega una etapa que pocos anticipan: el ingreso a la vida laboral. Este proceso, que todos imaginamos como un paso natural, suele ser mucho más difícil de lo que parece.

Según datos del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), más del 50% de los egresados universitarios en México no trabajan en un área relacionada con su carrera durante los primeros años después de graduarse. Además, casi la mitad enfrenta periodos de desempleo o empleos temporales. Esto demuestra que existe una gran brecha entre lo que se aprende en la universidad y lo que realmente se necesita en el mercado laboral.

Durante la carrera nos enseñan a resolver problemas, presentar proyectos y trabajar en equipo. Pero rara vez se habla del miedo a no encontrar trabajo, de la frustración que se siente cuando no te llaman después de una entrevista o de la incertidumbre de no saber si elegiste la carrera correcta. Las universidades preparan a los estudiantes académicamente, pero pocas veces emocionalmente. Saber enfrentarse al rechazo, al cambio o a la competencia también es parte de la formación que debería enseñarse.

Por otro lado, muchas empresas esperan que los recién egresados lleguen con experiencia, dominio de herramientas profesionales y habilidades de liderazgo. Pero ¿cómo obtener experiencia si nadie te da la oportunidad de adquirirla? Esto hace que muchos jóvenes se sientan desmotivados o frustrados en sus primeros intentos por entrar al mundo laboral.

Existen iniciativas que intentan cerrar esta brecha. Programas como “Jóvenes Construyendo el Futuro” o los convenios de prácticas profesionales entre universidades y empresas buscan acercar a los estudiantes a la realidad del trabajo. Sin embargo, estos esfuerzos muchas veces no son suficientes. Se necesita un sistema más integral donde las empresas vean a los jóvenes no solo como mano de obra, sino como talento con potencial de crecimiento, y donde las universidades integren la práctica profesional como parte fundamental del aprendizaje.

Los jóvenes que egresan hoy tienen una forma distinta de ver el trabajo. Buscan flexibilidad, propósito y bienestar emocional. Ya no se trata solo de conseguir un buen sueldo, sino de sentirse parte de algo que tenga sentido. Quieren aprender, aportar ideas y tener la oportunidad de desarrollarse. Las empresas que comprendan esto podrán conectar mejor con las nuevas generaciones y formar equipos más comprometidos e innovadores.

A la vez, el sistema educativo en la mayoría de las universidades también debe transformarse. Es necesario enseñar más que solo conocimientos técnicos. Habilidades como la comunicación, la empatía, la adaptabilidad o la gestión del tiempo son igual de importantes que cualquier materia. Preparar a los estudiantes para enfrentar los retos reales del trabajo debería ser una prioridad, no una consecuencia.

Ingresar a la vida laboral no debería sentirse como un salto a lo desconocido, sino como la continuación natural de todo lo aprendido. Para lograrlo, es fundamental que las universidades, las empresas y los jóvenes trabajen juntos. Que las universidades formen con propósito, que las empresas abran espacios de aprendizaje y que los jóvenes mantengan la disposición de seguir creciendo, incluso cuando el camino no sea fácil.

El ingreso al mundo laboral es, al final, una etapa de descubrimiento. Se trata de entender que no todo sale como lo planeamos, pero que cada paso nos acerca a lo que realmente queremos ser. Porque el primer trabajo no define quién eres, pero sí te enseña de qué estás hecho.

(Alumna de 7mo semestre de la carrera Estrategia 

y Transformación de negocios en el Tecnológico de Monterrey campus San Luis Potosí)