Esta temporada a resulta siempre desesperante, al menos para mí, que escribo columna de opinión, a partir de las noticias generadas por los políticos potosinos durante la semana.
Contrariamente a lo que pudiera parecer, agradezco la gran cantidad de dislates y estupideces, que dicen y cometen a lo largo de todas las semanas, de ellas depende el que yo pueda escribir algo medianamente decoroso. En oposición, estas temporadas de haraganería oficial, dificultan mis escritos, en la medida que no encuentro tema de qué escribir, frente a la desaparición de los políticos de la escena pública.
A diferencia de algunos notables y admirados columnistas que colaboran también en este periódico, mis escritos no surgen de datos vertidos por precisos informantes convocados en algún restaurante fifí; tampoco surgen de meticulosas conjeturas realizadas en los inicios del año, y comprobadas al final del mismo, ofreciendo sibílicos vaticinios; y –desde luego– no parten del odio visceral dirigido contra algún político que lo mismo puede ser el presidente de la República, o el presidente de la República.
Por el contrario, mis escritos surgen de la simple observación del actuar de los políticos potosinos; no soy analista político, ni opinólogo profesional con especialidad en picar pleitos; observo, simplemente, y me divierto un rato al escribir lo que veo. Eso sí, lo hago con mucha seriedad y tratando de ser cuidadoso en el manejo del lenguaje, ya que seguro estoy que a ningún imbécil, le gustaría enterarse que es imbécil; así que busco la forma de que los demás se enteren, pero no el interfecto.
Tampoco quiero que se piense que tengo algo personal contra alguno de los referidos, por el contrario, a la mayoría ni los conozco; una porque no me interesa, y otra porque ninguno merece mayor atención, más que la que les otorgan –y a veces con exceso–los medios de comunicación. De casi todos pienso que, como muchos de los actuales políticos, son unos buenos para nada, en tanto no se demuestre lo contrario.
Entonces, según lo dicho, resulta difícil escribir en esta temporada, porque aparte, debo mesurar el lenguaje; la época de paz y de amor, no debe ser utilizada para mal hablar de alguien; no en lo público, sí en lo privado.
Además, la ausencia de noticias da lugar a que cualquier cosa que se escriba a favor o en contra de alguien, sea magnificada, y considero que no tenemos derecho a estropearle la navidad. La mayoría de las veces, los políticos nos estropean el resto del año, pero como nosotros no nos encontramos en ese nivel de flotación tan bajo, seguimos la dinámica de la época, y nos mezclamos con los hombres de buena voluntad.
Eso no quiere decir que uno no se entere de algunas cosas, pero luego resulta feo comentarlas; digo, feo para los aludidos, para los demás qué.
Por ejemplo, no sería correcto venir a decir que en días recientes operaron en Médica Sur –en la Ciudad de México– a cierto diputado potosino, y que muchos esperan que encuentre el descanso eterno; no fue por ninguna enfermedad de las vías respiratorias que dijo haber contraído cuando trabajaba en los juzgados. No es que uno crea en esas cosas, pero se dice que la justicia divina, lo ronda para cobrarle la vida de unos policías.
Tampoco sería lo más deseable comentar que finalmente fue destituida una potosina que se sentía intocable y de altos vuelos; quien es insostenible es insostenible, y seguramente decidieron cortar por lo sano, antes que una dependencia de la Cancillería, acabara como aquí el Centro de las Artes.
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El 27 de diciembre de 1959 –es decir, ayer hace 60 años–, falleció en la Ciudad de México, el más grande humanista mexicano del siglo XX, Alfonso Reyes. Su padre, el general Bernardo Reyes, residió en esta ciudad en calidad de comandante de la 6ª zona militar, de 1878 hasta 1885, año en que fue trasladado a Nuevo León, al frente de la 3ª Zona Militar. Allá nació Alfonso Reyes Ochoa, el 17 de mayo de 1889.
Tocó al general Reyes, durante su estancia en San Luis Potosí, apadrinar la colocación de la primera piedra de la antigua Penitenciaría, hoy Centro de las Artes; acá también murieron sus hijos Roberto, en 1884 y Aurelia, en 1885; otra de sus hijas, Eloisa, nació y también murió en esta ciudad, en 1885. Todos fueron sepultados en las criptas del templo de San José.
Es pertinente señalar, que don Bernardo fue uno de los grandes protectores y mecenas del poeta Manuel José Othón. También se ha señalado que luego de la muerte de Ramón Martí Llorent, adquirió el palacio Martí –hoy Museo Nacional de la Máscara, pero al parecer esta afirmación entra en la categoría de leyenda urbana.
Cierro columna y año, con estos datos que recuerdan a Alfonso y Bernardo Reyes, para que no se diga que sólo vengo a destilar ponzoña, olvidándome de la obligada nota histórica, vinculada con San Luis Potosí.
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Dicen los que saben que hoy es 28 de diciembre todo el día; tome sus precauciones. Gracias por las lecturas de este año; nos vemos el próximo.