Es común, desde hace poco más de cinco años, que Palacio Nacional se perciba como el ring personal del presidente Andrés Manuel López Obrador. Pudiendo ser un verdadero constructor de la transformación, que tan solo cumpliera con sus promesas de campaña y fuera un estadista del tamaño de su ego, optó por ser uno de los luchadores que, sin recato, ha propinado toda serie de descalificaciones y adjetivos a sus gobernados.
Su ejemplo se ha regado como la pólvora, y no, no es que antes no existiera la violencia verbal; de hecho, con la aparición de las redes sociales, se intensificó y en las campañas políticas ha sido común leer toda clase de insultos, injurias y supuestos. Sin embargo, ésta es la primera vez en la historia de México que un mandatario usa la palestra presidencial para arremeter contra quienes -le guste o no- también debe representar.
Viví en el 2016 en carne propia -por cierto, de parte de ese grupo predominante del PRI en Tlaxcala, ahora transformado en Morena-, esa violencia que lastima no sólo a quienes contendemos, sino también a nuestras familias y seres queridos; sé que no fui la única, seguro la padecieron muchos candidatos en el país.
Normalizamos que la ofensa y el ataque fuera la estrategia electoral de aspirantes, de los partidos políticos, de los equipos de campaña y de los consultores y ahora, casi sin darnos cuenta, toda esa embestida la encabeza el Presidente de la Nación, sin distinción. El escarnio ha escalado en todos los sectores, ¿no debería avergonzarnos el grado al que hemos llegado?
Respecto a la violencia política contra las mujeres, lamentablemente escuché la reciente generalización que hizo la titular del Instituto Nacional de las Mujeres, Nadine Gasman: “hay una parte de la política que es pinche y así es”. Nos aconseja “aguantar vara, igual como aguantan los compañeros”. Pareciera que debemos resignarnos, darnos por vencidas y “resistir como machos” toda esta embestida en nuestra contra.
En el 2019 ante los ataques de un compañero diputado, ahora uno de los aspirantes a dirigir el movimiento del inquilino de Palacio Nacional, opté por acudir a las instituciones para hacer valer mi dignidad como política, mi trabajo como legisladora y el respeto a mi persona; no respondí con la misma furia que él, me negué a abonar a ese clima tan incómodo y tan doloroso. Recibí una disculpa pública y fue la primera sentencia que emitía el Tribunal al respecto. El proceso tardó un año en resolverse, pero creo que el camino vale la pena, porque ¡nadie, ni hombres ni mujeres debemos acostumbrarnos a ello!
Por eso mi llamado a López Obrador. ¡Deténgase ya, señor presidente! ¡Pare ya su violencia verbal, que muchos repiten una y otra vez para inundar al país con más violencia, porque saben que no habrá consecuencias!
Como a miles de mexicanas y mexicanos, me indignan las expresiones de odio y los insultos que sus seguidores han propinado contra Xóchitl Gálvez, los adjetivos utilizados para descalificar a Maru Campos, los constantes ataques a Margarita Zavala y Josefina Vázquez Mota. Es inconcebible e inaceptable el deseo de muerte hacia la ministra Norma Piña, de quien, sin empacho, llevó ataúdes para pretender intimidar y someter al poder judicial.
Y tampoco comparto la violencia contra Citlalli Hernández. No estoy de acuerdo con que se repliquen las expresiones machistas contra Luisa María Alcalde o Andrea Chávez, bajo la argumentación de que “ellas empezaron primero”, “ellas así se conducen”. Cada uno debe responder por sus actos.
Estos casos son solo ejemplos de que ofender y estar a la defensiva se han hecho costumbre. El enfrentamiento entre los pensamos diferente es cada vez más agresivo, cuando debiera ser la oportunidad para construir un país donde quepamos todos. La pluralidad es la mayor riqueza de México.
Usted, presidente López Obrador, ocupa uno de los espacios con mayor influencia en México; tuvo el respaldo democrático que daba para fomentar la reconciliación. En cambio, con sus actos y su comportamiento público, insiste en mantenernos divididos, con un discurso de odio que ya tiene consecuencias graves y que será difícil revertir.
México se debate entre la violencia y la corrupción que usted prometió combatir y que, paradójicamente, hoy alienta y promueve… más aún, las justifica e institucionaliza entre los suyos.
La guerra de palabras y actos ha perjudicado no sólo a las mujeres; han sido caldo de cultivo para el crimen organizado y los delincuentes, que arrasan con todo a su paso, mientras usted ejerce todo tipo de violencia contra los que denuncian su incapacidad gubernamental.
En las últimas semanas observamos el ataque de un joven en San Luis Potosí, el asesinato de una joven en Guanajuato, refrigeradores llenos de cuerpos desmembrados en Veracruz, el llanto de madres y padres por la muerte de sus hijos en Jalisco, personas sufriendo por la falta de atención médica y las malas condiciones de los hospitales del IMSS, situaciones que solo ejemplifican la normalización de la tragedia y la impunidad con la que actúan los criminales y también su gobierno.
¿Le parece digno de un jefe de Estado, responder con sendas carcajadas y chistes que no tienen sentido, en los momentos de dolor que padecen las familias al ver cómo sus hijos son cobardemente asesinados por el crimen organizado y sus imágenes difundidas en las redes sociales? Las familias esperan respuestas y justicia mientras usted les da indiferencia y garantiza impunidad para los criminales.
Sus palabras son dardos envenenados para quienes ejercen el periodismo; muchos han perdido la vida en su sexenio y otros más, como Ciro Gómez Leyva, viven con la terrible incertidumbre de no saber quiénes y por qué quisieron matarlo.
No logro comprender que se confunda la crítica válida y la denuncia de actos públicos, con “ataques a proyectos electorales”. México es más que una elección. Señor presidente, ¡pare ya! No siga encabezando esta política de odio que a nadie beneficia. Los mexicanos no nos merecemos esto. Las nuevas generaciones tampoco merecen este futuro de odio.
Con respeto le digo: ¡atrévase a portar la investidura presidencial con dignidad! Detenga ya sus discursos de encono y resentimiento, porque de seguir así, no le alcanzará la vida para resarcir el mal que nos ha hecho. Ni de los mexicanos ni de la historia alcanzará jamás el perdón y, sobre sus hombros y su nombre, estará la pesada sombra de quien será recordado como el sembrador de odio.