¿Efialtes o Fuenteovejuna?

En el transcurso de la historia de la humanidad, si analizamos de manera detallada, llegaremos a la conclusión que los hechos más recordados y mitificados son las confrontaciones bélicas libradas entre dos o más ejércitos de entes enemigos. Muchas de éstas, libradas en inequitativas condiciones, siguen siendo recordadas por el contexto propio de sus circunstancias: las causas, la orografía, el número de efectivos en combate, las armas empleadas, la corta o prolongada duración, la cantidad de muertos, la manera en la que llegó la derrota, o se obtuvo a la victoria. 

Recordar e incluso recrear una batalla, siempre resultará ilustrativo y didáctico; nadie negará que llevarla como plática del día en cualquier mesa de café, o barra cantinera, será apasionante y logrará que surjan los más diversos puntos de vista. He visto y escuchado, en estos contextos, los más sorprendentes alardes de erudición sobre algunas batallas.

Espero, por ejemplo, obtengan un enriquecedor intercambio de datos, la próxima vez que discutan sobre el papel del militar vasco potosino Matías Martín y Aguirre, y su papel en la batalla del Cóporo, librada entre los ejércitos realistas, y los insurgentes comandados por Ignacio López Rayón. Las batallas del Valle del Maíz y Peotillos, durante el recorrido de Martín Xavier Mina a lo largo de la Intendencia de San Luis tampoco dejarán de ser interesantes, analizadas desde la óptica de la ingeniería militar; o, saltando casi un siglo, mencionemos que la primera vez que se utilizó la aviación como instrumento bélico en México, fue en 1915, durante las batallas del Ébano; ya si queremos de plano adornarnos como consumados conocedores del tema, evoquemos a nuestro paisano el entonces teniente Genovevo Rivas Guillén, y cómo logró derrotar y causar la desbandada, en 1916, de una columna del ejército estadounidense al mando de Charles Boyd, en el pueblo de Carrizal, en las cercanías con Villa Ahumada, Chihuahua.

Sobrando batallas y escenarios en el territorio nacional, no entiendo por qué Octavio Pedroza, candidato de la Alianza Sí por San Luis en las pasadas elecciones, eligió la batalla de Termópilas, para traer al caso la defección priísta en los recursos de impugnación que se siguen sobre el proceso electoral. 

Al hacerse público el desistimiento signado por el presidente estatal del PRI, Elías Pesina, y en una extensión de dos cuartillas, de las que dedicó cinco párrafos a la batalla de Termópilas, donde revive la batalla del espartano Leónidas, contra las fuerzas invasoras del aqueménida Jerjés,  Octavio Pedroza, invocando “lo justo, lo moral y lo ético” cuestionó sin atreverse a mencionar siglas partidistas o actores, el acto de traición priísta. La indignación no alcanzó para más. 

Igual pudo haberlo equiparado con la batalla en el sitio Valcarlos, en las cercanías de Roncesvalles, cuando Roldán y los pares franceses (todos favoritos de Carlo Magno), defendían el paso de la embestida musulmana al mando de Marsilio, en el año 778. Después de feroz y persistente batalla, y de cuantiosas bajas tanto en los ejércitos cristianos como en los musulmanes, éstos derrotaron a aquellos, gracias a la traición de Fenelón. En ambos casos, sin embargo, el líder murió con sus soldados. Termopilas y Roncesvalles aluden una gesta heroica, la defensa de un sitio por soldados empeñados en desafiar huestes invasoras; Efialtes o Fenelón, encarnan la traición. 

Dos cosas quedaron en claro: la analogía de hechos no se le da y poco conoce de historia bélica. No está obligado, desde luego, a conocer de lo último, ni a trasladarlo al momento actual; pero sí estaba obligado a hacer una enérgica denuncia y señalar a los responsables, sin ocultarlos bajo el artilugio nominativo de Efialtes. Mi sugerencia llega tarde, pero hubiera sido mejor evocar el sitio de Querétaro, y adaptar sus similitudes al asunto que nos incumbe. Ya será para la próxima. 

Llevemos los hechos a los terrenos de lo real y lo llano, y no a los accidentados espacios geográficos, ni al vericueto historiográfico. Pedroza señala en su texto, evocando al tesalonicense Efialtes, a “un hombre sin principios, sin dignidad, sin amor a su tierra que lo vio nacer”. Así, bajo la propia óptica y decir del candidato valdría preguntarnos ¿quién fue en realidad el traidor?, o como no fue uno sólo, ¿quiénes fueron?, ¿Juan Manuel Carreras?, ¿Elías Pesina?, ¿Enrique Galindo? o, ¿el propio candidato panista? 

Todo apunta, desde luego a que es el gobernador Carreras, quien ha estado detrás de los actos del presidente estatal del Revolucionario Institucional, buscando garantizar la tranquilidad de su séptimo año. Sí, ahí hay dos traidores por todos conocidos; fue su vocación, no merecen mayor atención. Sus méritos los harán llegar al basurero de la historia.

Pero también, después del vergonzoso desistimiento al juicio de revisión constitucional que el Partido Revolucionario Institucional realizó en contra de la impugnación a la elección a gobernador que se encuentra en la Sala Superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, el que mantuvo absoluto silencio es Enrique Galindo, quizá ya olvidó qué quienes se entregaron en cuerpo y alma (aunque a estas alturas no sé si la conserven) para que él fuera el candidato a la alcaldía, fueron Octavio Pedroza y Juan Francisco Aguilar Hernández, ambos agraviados y exhibidos con la acción de su muy cercano compañero de partido Elías Pesina. ¿Tu quoque, Bruto…?, debió cuestionarle Octavio.

Galindo debería tener presente que si es alcalde electo de la capital, lo debe en gran medida al Partido Acción Nacional, pues de los 143,630 votos totales que obtuvo, según el cómputo de la elección con datos del Ceepac, se advierte que los azules le otorgaron 90,810 votos en tanto que el PRI, sólo 40,633. Parece que no ha valorado dicha circunstancia para pronunciarse respecto al actuar del Revolucionario y de su dirigente efectivo en el estado, único que pudo ordenar a Pesina que desistiera, y con ello abandonar y dar el tiro de gracia a Pedroza; pero no sólo eso, también deja ir la posibilidad de mostrar su liderazgo en el Revolucionario Institucional y reivindicar a los priístas leales con la coalición que lucharon en la elección en contra del gallardismo y mostrarse como el líder de esa corriente política.

Tampoco es conveniente que olvide lo que le ocurrió a Xavier Nava, quién buscó la reelección de la alcaldía fuera del PAN, y obtuvo un fracaso contundente, que también se debió a su cuestionado gobierno pero más a su cambio abrupto de postura política. Galindo debe tener presente que los panistas potosinos son harto sentiditos, y no olvidan los agravios; veremos si sigue en su postura de falta de solidaridad y de ignorar a quienes lo llevaron al poder. 

Efialtes puede ser el propio Octavio. ¿No lo fue al aceptar aliarse con dos partidos que son la antítesis del propio?, ¿no lo fue al asumirse como futuro gobernador antorchista?, ¿no lo fue al alinearse a las disposiciones de Juan Manuel Carreras?, ¿no lo ha sido al mostrar un aislamiento frente a las acciones combativas de su propio partido? El candidato panista no permaneció, ni ha permanecido con sus hombres hasta el último momento; aparece y desaparece según conviene. Pedroza ha traicionado a los suyos implícitamente, con su ausencia de posicionamiento político, pues aunque ha agotado los cauces jurídicos, dejó a la deriva el trabajo político y operativo de un candidato a gobernador, que si bien perdió la elección, esta no ha terminado en todos sus cauces, y lo único que logra con su ausencia es debilitar sus pocas posibilidades de triunfo en el INE y en la Sala Superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación.

No hubo un Efialtes. ¿Quién asesinó a la Alianza? Fuenteovejuna, y ¿quién es Fuente Ovejuna?, todos a una.

Gracias por la lectura. Cuidémonos, “porque siempre se está a tiempo”.