El americano feo

El desenlace de la crisis comercial-migratoria con Estados Unidos nos vuelve a la realidad. El “americano feo”, novela de Eugene Burdick de 1958, que muestra el comportamiento agresivo del gobierno gringo con respecto a los países del sudeste asiático en una época de acendrado colonialismo, sigue presente por doquier los días que corren en la persona y decisiones de Donald Trump. El presidente gringo nos recuerda que el neoliberalismo no se termina por decreto, por lo menos no la cara fea del mismo y que no es otra que la del viejo imperialismo. Por más que se busque suavizar ese rostro, en el fondo subyace siempre el interés económico de los grandes capitales que mueven los hilos de la política internacional, así como los intereses político-electorales domésticos de corto plazo asociados.

En el caso de la amenaza trumpiana de imponer aranceles a nuestros productos de manera unilateral, con el pretexto de que no hay acción de México para detener el flujo migratorio procedente de Centroamérica, queda claro que hay un interés inmediato de posicionamiento electoral con miras a una eventual reelección de Trump. Ahora son los flujos de migrantes que buscan asilo en el vecino país del norte, pero al rato puede ser el asunto de las bandas del crimen organizado, la contaminación ambiental o cualquier otro que pueda poner en presunto riesgo su dizque seguridad nacional. En última instancia, estar “tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos” se vuelve una suerte de “destino manifiesto” auto-impuesto, como para proceder en automático al sometimiento de los designios gringos. 

Fox, Calderón y Peña Nieto fueron en extremo obsequiosos con el gobierno estadounidense, a partir de esa condición ciertamente objetiva, pero comportándose “más papistas que el Papa”, llevando al colmo de la impudicia, un alineamiento pleno con la política imperialista gringa. El desenlace de la crisis actual no es el mejor que se quisiera, pero no parece tampoco el peor en las actuales condiciones imperantes. En lo inmediato desactiva, así sea provisoriamente, el problema de una imposición tarifaria que afectaría gravemente la inversión económica mexicana; en calidad de mientras, se dejan abiertas posibilidades varias de ordenar el flujo migratorio en la frontera sur, incluyendo el involucramiento de instancias regionales para sacar el tema de una relación bilateral asimétrica.   

Frente a la amenaza permanente del trumpismo, el gobierno de México debe seguir convocando a la unidad nacional y ésta no debe ser vista o tenida como un recurso demagógico, sino como una necesaria suma de esfuerzos en todos los órdenes de la vida pública para soportar los embates del exterior; así como buscar diversificar las opciones de intercambio comercial y tecnológico con otros países para limitar las presiones gringas y, por supuesto, empujar fuerte, más allá de concluir por decreto con el modelo neoliberal impulsado a rajatabla por los últimos gobiernos prianistas, con una política económica de Estado alternativa que fortalezca el mercado interno y no sólo descanse en los, por lo demás, indispensables apoyos sociales a sectores vulnerables y sacrificados por más de tres décadas con ese modelo depredador.  

Finalmente, si bien es cierto que en estos momentos es necesario poner las cosas en su lugar y no mezclar arbitrariamente peras con manzanas, también es necesario tener en cuenta que lo comercial y lo migratorio tienen un sustrato común que descansa en los rasgos prevalecientes de las relaciones económico-sociales que se mantienen entre los Estados Unidos y demás países de nuestra región, imperando, en nuestro caso, una condición de subdesarrollo que ha sido incluso ensanchada por gobiernos anteriores que, por ejemplo, cuando negociaron el TLCAN, resolvieron no incluir el flujo de la fuerza de trabajo nacional porque, ni siquiera, se consideraba derecho humano el migrar en busca de una mejor condición de vida personal y familiar. Las mercancías eran primero y las personas después, así  fuese que, también, se les tuviese como mercancías. Nuestros paisanos pasaron las de Caín en todo ese lapso y, ahora, son los hermanos centroamericanos, en buena medida, como consecuencia de las feas políticas intervencionistas estadounidenses, tocándonos pagar (injustamente) ese apoyo humanitario.

El panorama, pues, pinta complicado. En días difíciles es mezquino hacer mofa de los acuerdos alcanzados, sin conceder algo de reconocimiento a lo siquiera intentado y logrado. Cuando no hay para dónde hacerse, lo menos que se debe es tener presente que todos vamos en el mismo barco.