Lo ocurrido en el Zócalo de la Ciudad de México, bajo el pretexto de una ceremonia de “purificación” y la entrega de bastones de mando a los nuevos ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, no es más que un espectáculo indignante. Un rito convertido en farsa política. Se juega con símbolos y con espiritualidades ancestrales como si fueran utilería de escenario, ornamentos diseñados para disfrazar de legitimidad lo que en el fondo carece de ella. La justicia no se purifica con copal ni se legitima con bastones de mando: se construye con independencia, imparcialidad y conocimiento jurídico.
La contradicción resulta dolorosa. Quienes hoy se envuelven en rituales para fotografiarse con los pueblos originarios son los mismos que han avalado y ejecutado proyectos que devastaron territorios indígenas. Andrés Manuel López Obrador, Claudia Sheinbaum y la llamada Cuarta Transformación son responsables directos de la destrucción de miles de hectáreas de la selva maya y de ecosistemas sagrados. Lo hicieron en nombre de un “progreso” que nunca pidieron los pueblos y sin escuchar a las comunidades. ¿Cómo puede hablarse de respeto cuando se arrasa con los lugares donde habita la memoria colectiva y la vida misma?
El telón folclórico que vimos en el Zócalo es más que un insulto: es un síntoma. Mientras la tierra se fragmenta, los ríos se entuban y las selvas se talan, en la plaza pública se reduce la dignidad de los pueblos originarios a una escenografía de cartón piedra. Esa manipulación no es inclusión: es burla. No es respeto: es oportunismo. Y no es justicia: es simulación.
Los riesgos ambientales de un “circo judicial” es mayúsculo. Una Suprema Corte de Justicia integrada con ministros y ministras que deben su cargo a rituales mediáticos, sin verdadera trayectoria jurídica, sin independencia frente al poder político y sin formación en derechos humanos ni en derecho ambiental, es una amenaza para todos. Porque de su imparcialidad dependen las decisiones que marcarán el futuro del medio ambiente, el acceso al agua, la defensa de los bosques, la protección de la biodiversidad y la garantía de un aire limpio. Si la Corte se convierte en un apéndice del Ejecutivo, los derechos ecológicos se transformarán en moneda de cambio.
Además, México es parte del Acuerdo de Escazú, que obliga a garantizar tres pilares: acceso a la información ambiental, participación pública en decisiones que afectan al medio ambiente y acceso a la justicia en asuntos ambientales. ¿Qué acceso a la justicia puede existir si los ministros están sometidos al poder político que, precisamente, ejecuta los proyectos depredadores? ¿Cómo se puede hablar de participación cuando las comunidades indígenas son usadas como “folklore” en un mitin político, pero silenciadas en las consultas que por derecho les corresponden?
Ignorar estos estándares es condenar a México al rezago y a la vulnerabilidad. Con una Suprema Corte sometida al espectáculo político, cada sentencia que debería defender el medio ambiente se convertirá en un acto de convalidación de la destrucción. El bosque talado será legalizado. El río entubado será validado. El aire contaminado será tolerado. Y la dignidad humana quedará, literalmente, enterrada bajo los escombros del “progreso” mal entendido.
México no necesita un Poder Judicial folklorizado. Necesita jueces valientes, con criterio técnico, que comprendan que la crisis climática es también una crisis de derechos humanos. Necesita ministros que recuerden que su función es poner límites al poder político, no rendirse ante él. Necesita tribunales capaces de decir: “la Constitución está por encima del Presidente”, aunque ello resulte incómodo.
El humo del copal no cubre la falta de independencia. Los bastones de mando no sustituyen la imparcialidad. Las danzas no reemplazan la jurisprudencia. Lo que vimos en el Zócalo es la confirmación de que en México se pretende sustituir el Estado de derecho con espectáculos mediáticos. Pero un país sin justicia independiente es un país sin defensores: ni de sus ciudadanos, ni de su tierra, ni de sus ríos, ni de sus bosques.
La justicia no necesita limpias ni ceremonias teatrales. Necesita valor para decir “no” al poder, conocimientos técnicos para defender lo que manda la Constitución y convicción de que la dignidad humana y la naturaleza son inseparables. Lo demás —el copal, los bastones, las coreografías— es humo. Y el humo, como sabemos, tarde o temprano se disipa y deja al descubierto lo que realmente somos: un país donde se juega con la fe de los pueblos y con el destino de la tierra.
Delírium Trémens.- “La indignación es la forma más elevada de amor político.” Excelente frase de Stéphane Hessel.
@luisglozano