“La democracia no es una meta, sino un camino: se construye día a día”
Octavio Paz
Entre el discurso
y la realidad
El gobierno de Morena llegó en 2018 con la promesa de una transformación histórica. Su lema “No mentir, no robar y no traicionar al pueblo” se convirtió en consigna de esperanza para millones de mexicanos cansados de décadas de corrupción, desigualdad y violencia.
Sin embargo, siete años después, la distancia entre las palabras y los hechos es cada vez más evidente, y la decepción social se ha convertido en un fenómeno palpable en calles, plazas y redes.
La corrupción, que prometió erradicar, sigue presente en distintos niveles de gobierno. Escándalos recientes han mostrado que las viejas prácticas no desaparecieron, sino que adaptaron rápidamente al nuevo poder.
La inseguridad, lejos de disminuir, mantiene cifras alarmantes: homicidios, desapariciones y ataques a autoridades locales reflejan un Estado debilitado. Las protestas sociales se multiplican, desde colectivos feministas hasta organizaciones campesinas y de transportistas que denuncian incumplimientos, represión y falta de diálogo. Y el tinte autoritario se percibe en la concentración de poder presidencial, en la aprobación de reformas sin debate amplio y en la descalificación sistemática de voces críticas.
Problemas heredados y agravados
Sería injusto atribuir todos los males al presente.
Los problemas estructurales de México -corrupción, violencia, desigualdad, instituciones frágiles- se han venido gestando desde hace décadas. La diferencia radica en que MORENA llegó con la promesa explícita de romper con ese pasado.
Sin embargo, después de 7 años como movimiento ¿o partido?, ¿o régimen? en el poder, los resultados muestran que las estructuras de impunidad no han sido desmontadas. Al contrario, en algunos ámbitos se han agravado.
La ciudadanía esperaba un cambio profundo, pero lo que recibe es una versión reciclada de viejas prácticas. El desencanto se comienza a traducir en abstencionismo electoral, protestas y un creciente cuestionamiento sobre la legitimidad del proyecto político.
La narrativa de transformación se enfrenta a una realidad marcada por la persistencia de la corrupción, la violencia y la desigualdad.
El choque entre discurso y hechos
El contraste entre discurso y hechos es cada vez más evidente. La retórica oficial insiste en logros y avances, pero la experiencia cotidiana de la población muestra otra cara: inseguridad en las calles, falta de oportunidades, instituciones debilitadas y un ambiente político fuertemente polarizado y erosionado. La ciudadanía percibe que el gobierno ha convertido su lema en consigna vacía, mientras la realidad contradice cada palabra.
La decepción social hacia Morena no es solo un juicio político, sino un síntoma de la crisis de confianza en el sistema democrático mexicano.
La gente esperaba un cambio profundo y lo que recibe es continuidad maquillada. La desilusión ciudadana es hoy uno de los mayores retos para la estabilidad política y para la credibilidad de las instituciones.
La crítica debe ser doble: hacia los gobiernos anteriores que sembraron los problemas y hacia el actual régimen que, pese a su discurso, después de 7 años como movimiento -hoy hegemónico- en el poder, no ha logrado ofrecer soluciones reales.
En muchos lugares del mundo se demuestra que, la historia reciente nos recuerda que las promesas incumplidas son el caldo de cultivo para la frustración y, en el peor de los casos, para la erosión de la democracia.
Cuando un gobierno convierte su lema en consigna vacía, lo que se traiciona no es solo al pueblo, sino al futuro de la nación.
jmanuelrm@msn.com