El error de diciembre

Se cumplieron treinta años del llamado “error de diciembre”, de aquélla brusca devaluación del peso frente al dólar anunciada el 20 de diciembre de 1994 por el entonces recién inaugurado gobierno de Ernesto Zedillo y que se traduciría en una descomunal crisis económica que arrasó con prácticamente todos los sectores productivos del país, excepto un grupo de empresarios financieros que, contando con información privilegiada, se apresuraron a pagar sus deudas tasadas en dólares y sangraron las reservas internacionales de nuestro país, dejando que se llevara la tristeza a la mayoría de la gente.

Días después sobrevino la disputa política entre Carlos Salinas y Zedillo, acusándose mutuamente de cargar con la responsabilidad de la debacle económica. La manzana de la discordia había sido, en cierta medida, Pedro Aspe (personaje famoso por su consideración de la pobreza como “mito genial”) secretario de hacienda con Salinas y que Zedillo proponía continuara en su administración, pero Salinas se opuso para mantener, sin solución de continuidad, una transición de mando que no terminara por salpicarlo. Zedillo cubrió el hueco con Jaime Serra Puche que, según Salinas, fue el catalizador para la salida de divisas que implicó adelantar la liberación de lo que denominaban banda de flotación de la paridad del peso a un límite máximo del 15 por ciento y que se alcanzó rápidamente. No se atrevían a llamar a las cosas por su nombre y Fidel Velázquez, a la sazón líder histórico de la CTM, fue más que explícito: era una grave devaluación, largamente incubada por los trágicos jaloneos políticos asociados a la sucesión presidencial de ese año.

Mucho se ha escrito sobre aquel año de 1994, sobre el surgimiento del EZLN, sobre las muertes violentas de Luis Donaldo Colosio y de José Francisco Ruiz Massieu, del surgimiento de movimientos sociales inéditos como El Barzón, etcétera. Lo cierto es que, después del denominado “error de diciembre”, se aceleró la etapa terminal de un sistema político hegemónico-pragmático (siguiendo la clásica caracterización de Sartori) que, como se comentaba en la colaboración anterior, impedía la alternancia en el máximo cargo público del país, esto es, en la presidencia de la República.

Uno de los rasgos que interesa destacar, dentro del cúmulo de situaciones que se derivaron de las precondiciones y los precipitantes que se manifestaron a lo largo de 1994, es el deterioro ideológico y programático del régimen gobernante que, desde mediados del sexenio salinista, se trató de recomponer con aquélla propuesta reformista del “liberalismo-social” para sustituir al “nacionalismo revolucionario”, pero que no pudo aterrizar porque el peso y la influencia de la orientación política estaban comprometidos con el neoliberalismo que, por lo demás, avanzaba en los hechos con la definición de las políticas públicas lesivas para la mayoría de la población.  

El otro rasgo definitorio que se visibilizó como parte de la crisis terminal de un sistema político en decadencia, fue el de la absoluta falta de ética política en el actuar de los principales actores de la trama político-económica de 1994. Llegaron al extremo de culpar al EZLN como presunto factor desestabilizador de mercados financieros, aún y cuando ya se avanzaba en el proceso de pacificación en la región chiapaneca. El expresidente Carlos Salinas hizo el ridículo con una huelga de hambre para presionar a Zedillo y éste incumplió la promesa de no perseguir a los líderes zapatistas cuando trató de detener al subcomandante Marcos y, también, hizo el ridículo. La impresión generalizada fue que tanto Salinas como Zedillo carecieron de la mínima ética para actuar en algo más que no se redujera a sus intereses personales y de facción. La crisis de 1994 fue, también, la exhibición plena de la falta de escrúpulos de una clase política que terminaría por devorarse a sí misma.