Ha sido por más de 400 años la Sierra de San Miguelito fuente generosa e inagotable de recursos naturales a los valles de San Luis y San Francisco. Si bien, la periodicidad cronológica es mucho mayor, difícil resulta percibirla con anterioridad a la llegada del colonizador europeo a estas latitudes, aunque es demostrable por la gran cantidad de vestigios arqueológicos existentes.
Desde la llegada de éstos, la sierra fue abastecedora de agua, madera, alimento, y piedra. Las aguas de sus manantiales y escorrentías fueron en algún momento, luego de ser desecados los manantiales en torno a los cuales se estableció el primitivo pueblo, las que saciaron la sed de sus habitantes; de la misma manera, sus bosques y nopaleras fueron amortiguadores naturales contra las aguas broncas que de ella bajaban, poniendo en riesgo lo material y lo humano; de ésos, también, se tomó la leña combustible indispensable para la alimentación, y –real minero al fin– el beneficio de metales; así como las viguerías que soportaron bóvedas de casas y campanarios; y las puertas y portones de edificaciones civiles y religiosas.
Nada de esto, aunque indispensable, nunca será tan percibido como la esplendorosa arquitectura formada con la piedra explotada en las canteras del Aguaje, y materializada en detalladas labras que fueron conformando fachadas e interiores. Son entonces, esos seculares edificios que tanto deleite visual y presunción histórica nos provocan, hijos de una muy ninguneada y lastimada progenitora.
En ambos lados de ella, y aún sobre ella, fueron construidas importantes haciendas que se convirtieron en importantes núcleos productivos en la región. Hoy todavía subsisten, al menos los cascos, de Santiago, San Francisco, San Luis Gonzaga, Puerto Espino, Bledos, Carranco, La Ventilla, Calderón, la Pila, Arroyos, Terrero, y La Tenería; la magnificencia arquitectónica y espacial de varias de éstas, sobra decir que se debió al espacio en que fueron construidas.
Gracias a la misma Sierra se gozó de parajes naturales utilizados como espacios de recreo por los habitantes del pueblo, primero, y luego de la ciudad; todavía hasta no hace muchos años, era práctica común emprender caminatas por sus seculares caminos. Luego, en sus faldas surgió la hacienda conocida como La Tenería, por el beneficio de pieles que en origen en ella se realizaba; lugar también de esparcimiento, que fiel a su vocación a principios de la década de los ochenta, del siglo XX, fue convertido en el parque llamado Tangamanga.
Más aún, en sus estribaciones, en el paraje denominado Buenavista, el padre Juan Barragán Cano construyó en la segundad década del siglo XVII, una ermita que andando el tiempo fue considerada como uno de los primeros santuarios de culto guadalupano en la Nueva España.
En la actualidad, la principal fuente de abastecimiento de agua de la ciudad, que son las presas de El Peaje y San José, dependen de lo que a ellas tributan los arroyuelos y ríos que serpentean sobre la sierra.
No es arriesgado afirmar, considerando las anteriores observaciones, que la ciudad de San Luis Potosí, y sus habitantes, tenemos una deuda eterna con ella, que resulta imposible saldar. Sin embargo, pareciera que carecemos del entendimiento que nos permita comprenderlo, desde hace algunos años la estamos entregando sin el menor pudor y recato a un grupo de lotificadores carentes de moral y escrúpulos, que ante nada se detendrán para lograr su cometido. Poco o nada les importa la destrucción, en la medida que tienen el suficiente dinero para mudarse de aquí a espacios no destruidos; las consecuencias las experimentarán quienes les compran, y aquellos que viven abajo. Toda la ciudad, pues.
Los llamados acertadamente, por el activista y combativo historiador Juan Carlos Ruiz Guadalajara, “barones del concreto, han comenzado a corromper a las instancias federales de la denominada Cuarta Transformación para lograr dar satisfactorio fin a sus desmedidas ambiciones. Esto se convierte en novedad, en la medida que las locales ya estaban compradas y postradas ante ellos desde hace bastantes años.
Los dichos del presidente López Obrador, que públicamente garantizaban la inafectabilidad de la Sierra, al parecer quedaron en eso, mera retórica engolada. La Semarnat federal ha pactado con, o sucumbido ante, los fraccionadores, a los que se les han entregado 1,800 hectáreas, entre las que se incluye la Cañada del Lobo. Gran corolario del aspiracionismo local contar con un Valle de Bravo Guachichil.
Pocos dicen algo, el resto permanece silente. ¡Qué poca madre!, nos resulta más fácil entregar la Sierra, que otorgar un saludo. En breve lo lamentaremos.
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