El gran vacío

Hay frases intemporales. Frases que trascienden el tiempo, incluso algunas sin siquiera haber sido dichas o atribuidas a quienes nunca las dijeron (como aquella de los perros ladrantes del Quijote), pero que quedan ahí, para siempre.

Hay unas, especialmente, que sirven para abrir la mente a la reflexión y dar pie a enfrentarnos con el pensamiento y la racionalidad. Una de ellas, escrita por el poeta romántico de nacionalidad alemana, Friedrich Hölderlin, quien, a caballo entre los siglos XVIII y XIX, nos describe, en aquel entonces como hoy, el sentimiento de orfandad que se da en las transiciones de la humanidad.

Nos dijo este poeta, favorito de Heidegger: “Vivimos tiempos difíciles, de vacío, en que los viejos dioses ya se han ido y los nuevos aún no han llegado.”

Pareciera que Hölderlin ha escrito para nuestros tiempos, para esos momentos en que se nos muestran los extremos obscuros de la humanidad, marca indeleble de los cambios universales, como el descubrir los horrores del Holocausto o la posibilidad técnica de exterminación que nos otorga la energía atómica, y, en nuestro presente, una epidemia mundial que recompone nuestra percepción del mundo y su realidad, que han dado pauta a posturas filosóficas como el vacío a que se refiere Gilles Lipovetsky o la sociedad líquida de Zygmunt Bauman, entre otros, así como los que vengan, luego del COVID19.

¿Quién o que son los viejos dioses de Hölderlin? ¿Cuáles los 

nuevos?

La metáfora de las divinidades puede dirigirnos a los valores, las creencias, los liderazgos, las ideas, los conceptos, las grandes ausencias de todo lo que se ha ido y lo que aún no llega, ante el pasmo causado por los avasallantes acontecimientos de un mundo en constante cambio, las más de las veces, provocado por la misma humanidad que se queda en la indigencia, a la que se hace mención en el texto que nos ocupa, por su eterno deseo de ir a un futuro incierto, sin importar que la solidez o no de los pasos marque su viaje.

No es cosa de asentarnos en el pasado y querer conservar, como inamovible, lo ya dicho, ocurrido, pensado o expresado; tampoco de ver solo la meta en el horizonte, que igual y es un espejismo que un paraiso, sin mirar el camino, pues en una ruta a ciegas, los tropezones están a la orden del día y hacemos de nuestro presente un misterio, pese a ser lo que, objetivamente, es lo único real.

La sociedad mundial entendida como un todo, así como sus componentes, como nuestro México, sufren esa ausencia de medios de subsistencia, traducida a la falta de liderazgos y de ideas.

Nuestra particular realidad, envuelta en ese pensamiento mágico que tiende a atribuir un efecto a un suceso determinado, sin que exista una relación de causalidad comprobable, se constituye en un perenne vacío que es provechado por algunos para crear realidad ficticias, con mesianismos irracionales o, incluso, con la sobrevaloración de nosotros mismos, que nos consideramos parte de un todo que, cada vez más, tiende a la nada, esa nada que, al presentarse ante nuestros ojos, nos deja a la espera de los “nuevos dioses”, que, simplemente, no llegan..

La única forma de enfrentar la indigencia y el vacío es cobrar conciencia de nuestra propia naturaleza, de la necesidad objetiva de un pensamiento reflexivo que busque copar y acallar las mágicas ideas que dan consuelo y esperanza, pero no certeza. No es mediante las palabras de carismáticos gurús, dejando de lado los hechos y despreciando la inteligencia de los votantes, como una sociedad avanza; es necesario que los “nuevos dioses”, alegoría de las bases sólidas de nuestro futuro, se construyan con certezas y miradas objetivas, no con homilías y falsos discursos.

Estamos en época de transición, de ese lapso entre lo pasado y lo futuro. Nos corresponde a nosotros luchar contra el vicio y la indigencia, en ello va nuestra supervivencia.

El mañana puede ser muy pronto.

@jchessal