El muro de Enoanda

Sobre la provincia de Mugla en la región de Licia, en la actual Turquía, se encuentran los restos de la antigua Ciudad de Enoanda, hogar de un buen hombre, rico pero generoso, apacible, pero sobre todo un buen ciudadano, que encontró en la filosofía de Epícuro su forma de existir. 

Ya en el ocaso de su vida, -como él mismo lo dejó plasmado-, mandó construir en esa pequeña Ciudad un enorme muro cuyas dimensiones según los arqueólogos que han tratado de rescatarlo medía entre 80 metros de largo por 2.5 metros de alto, este muro, a diferencia de los que hoy se construyen para separar a las personas, tuvo un propósito muy noble: compartir con todo ser humano que estuviera frente a el, las enseñanzas de ese filósofo disruptivo y fascinante nacido en Samos, Epícuro. 

Diógenes, aunque seguramente no lo conoció en vida, siguió su filosofía basada en la fraternidad, entendió como su Maestro que la absurda discriminación que se practicaba en las escuelas griegas, no tenía cabida en el “Jardín” donde Epícuro compartía igual con libres que con esclavos, donde las mujeres eran bienvenidas sin importar si eran heteras o casadas y ni la riqueza, ni las posesiones, ni sus preferencias de unos u otros les hacian diferentes, pues todes eran humanos. 

Adelantada a su tiempo la escuela epicúrea retó al establishment y aún continúa haciéndolo, derrotó el idealismo trascendente platónico, colocó en lugar principalísimo a las ciencias antes que a los Dioses y venció con elegancia a la muerte como el mayor temor humano. 

Quizá por eso, el pensamiento de Epícuro quiso ser borrado de la faz de la tierra, porque los ideales de libertad, igualdad y fraternidad no eran discursos retóricos sino practicas de vida, su escuela no se ciñó nunca a módelos rígidos como los de Liceos, Academias o Logias; Epícuro fue y se mantuvo siempre libre, siempre afable, siempre congruente. 

Seguramente tuvo cientos, quizá miles de discípulos, aunque se cree que tan sólo vivió 70 años, sus enseñanzas llegaron hasta este siglo, gracias a fieles practicantes de sus sencillos enunciados como Diógenes de Enoanda, quien luego de una larga y fructífera vida destinó gran parte de su riqueza a edificar ese muro, sabedor de que el conocimiento debía y debe estar al alcance de todos los seres humanos y, aunque sólo se ha recuperado una cuarta parte del muro, mecenas de todo el mundo impulsan una búsqueda, piedra por piedra para lograr un día rescatar la totalidad de esa sabiduría grabada sobre la dureza de las rocas. 

Para quienes transitamos este tiempo, además de agradecer a Diógenes ese primer rescate del pensamiento epicureo ocurrido en el 120 d.C., no deberíamos desestimar su original idea, en un tiempo donde se levantan tantos muros virtuales y físicos que nos separan, les deberíamos sacar mejor provecho, de ahí la invitación a redescubrir y replicar las verdades que encierran esas máximas del olvidado Epícuro, que nos recuerdan nuestra maravillosa condición humana, compleja si, pero a la vez extraordinaria, para que cada día sea una invitación a vivir con intensidad ante la corta existencia, en este Jardín llamado Tierra, que flota enmedio de la nada universo hecha de átomos azarosos. 

Podemos o no estar de acuerdo con la forma de vida propuesta por Epícuro y seguida por Diógenes, pero es imposible dejar de conmovernos con sus palabras, escritas en piedra: “No es posible vivir felíz si no se lleva una vida bella, justa y virtuosa; ni llevar una vida bella, justa y virtuosa sin ser felíz.”  

Que su semana sea tan epicúrea como les sea posible. 

Los sigo leyendo en este su correo: 

jorgeandres7826@hotmail.com.