La palabra le parece bellísima. Arancel es la palabra más hermosa de todo el diccionario, ha dicho Donald Trump en varias ocasiones. Para el presidente electo la palabra condensa la fuerza de una potencia que impone arbitrariamente sus condiciones. Para el magnate los aranceles son afirmación al abuso de sus socios; son el certificado de muerte de la globalización; armas eficaces. Su carácter unilateral es su atractivo esencial. Son amenaza, extorsión, castigo. En la entrevista que fue trasmitida el día de ayer en televisión queda muy clara su importancia como símbolo de su retorno. La amenaza de los aranceles que impondrá el primer día de su gobierno es muchas cosas, pero apenas puede decirse que sea una decisión de política económica. Quien busque encontrar en ella la lógica comercial quedará con las manos vacías. Los aranceles son intimidaciones. Trump no descarta que la decisión provoque un alza en los precios. Insiste en la medida sabiendo que tendrá un impacto en el bolsillo de los consumidores porque se trata de la proclamación de su poder.
Trump quiere volver a usar la aduana para someter a sus socios. Si no quieren los aranceles, pueden volverse una estrellita de nuestra bandera, dijo desparpajadamente el día de ayer. ¡No tenemos por qué seguirlos subsidiando! No hay ningún doblez en el lenguaje del republicano. Trump usa bélicamente el vocabulario comercial. Los aranceles son la medida de fuerza que utiliza para obtener concesiones extraordinarias, para supeditar a los vecinos a sus políticas migratorias y para asegurarse que colaboren con sus prioridades.
Ante la amenaza, México juega en su propio tablero. Es cierto que la presidenta ha respondido a la amenaza con sólidos argumentos económicos. Ha advertido que los aranceles y las expulsiones tendrían consecuencias desfavorables, no solamente en México, sino también en Estados Unidos, donde escasearía el trabajo y los precios subirían significativamente. Tiene razón cuando dice que la única manera de encarar el reto chino es fortaleciendo la plataforma norteamericana, no debilitándola. Pero Sheinbaum sabe mejor que nadie que los desplantes de un populista autoritario no se detienen con invitaciones a la responsabilidad y una carpeta de datos.
La presidenta sigue jugando el juego que conoce, en el espacio que conoce. Parece atrapada por la consigna de su guía: la mejor política exterior es la política interior, lo cual quiere decir, en realidad, que la mejor política exterior es la que no existe. Sheinbaum mueve sus piezas exclusivamente en el tablero de la política mexicana. Ha puesto todo el acento en conformar una coalición de respaldo interno que incluya a su movimiento y que integre también a un grupo de empresarios selectos. Debe decirse que esta coalición ha cerrado las puertas a todos aquellos diplomáticos y servidores públicos que conocen las complejidades de la relación, pero son ajenos a la secta. El arco de México es solamente el arco de Morena, sus satélites y los empresarios predilectos. Ante la emergencia, Sheinbaum actúa como si estuviéramos en tiempos ordinarios. No habrá problemas porque la razón se impondrá, dice una y otra vez. No habrá problemas porque ya hablé con el presidente Trump. No habrá problemas porque yo digo que no habrá problemas. Sheinbaum sigue conduciendo las relaciones con Estados Unidos desde la conferencia diaria, haciendo públicas las comunicaciones que deberían permanecer en resguardo discreto, reaccionando de inmediato a cada provocación que venga del presidente electo o de cualquier personaje de su círculo. Su auditorio exclusivo sigue siendo la opinión pública mexicana. Sheinbaum apuesta al aplauso de la tribuna cuando responde con el masiosare ante la amenaza de intervención directa del gobierno de Estados Unidos en territorio nacional. Si tal cosa pasara, nuestra respuesta será el himno nacional.
Quiero decir que no se ven esfuerzos concretos por usar el otro tablero, el tablero indispensable: el de la política norteamericana. El reto de la segunda presidencia de Trump necesita el despliegue de una muy audaz política de alianzas en Estados Unidos. No ignoro la necesidad de cuidar el frente interno, pero lo urgente es hacer política allá.