A la luz de su conducta personal de las últimas semanas, que en estricto no es muy diferente de la mostrada desde su toma de posesión (lo diferente, en todo caso, son las circunstancias que lo envuelven), me parece claro que el presidente Andrés Manuel López Obrador lo único que ha hecho es confirmar y reconfirmar su personal concepción del poder: es la capacidad de hacer lo que quiera, pero también la de no hacer lo que no quiera. Esta segunda vertiente se manifiesta clarísima cuando se acumulan las opiniones (informadas, doctas, empáticas, de buena fe incluso), diciéndole lo que debería de hacer. Por mucha razón que tengan, si no es algo que se le haya ocurrido a él primero, no son atendibles.
No suspende sus peligrosas giras (por los riesgos sanitarios) porque antes de él decidirlo hubo quienes se lo sugirieron; no se aplica gel antivirus porque alguien se lo quiso poner sin que él lo solicitara; no se pone al frente de la nación en esta hora de emergencia porque así se lo han reclamado muchos y prefiere promover la plantación de flores en los camellones, como en Badiraguato.
Algunos lo recordarán: eran las siete de la mañana del lunes 3 de diciembre de 2018, primer día hábil de la nueva administración federal, cuando López Obrador dio inicio a su inaugural conferencia de prensa mañanera, y de entrada hizo una afirmación: “Tengo las riendas del poder en las manos”, al tiempo que cerraba y mostraba el puño derecho. Este que vemos ahora es el mismo, quizá un poco más ajado, pero el mismo. La diferencia principal sería que hasta antes de la crisis sanitaria sus actos de poder más ostentosos eran hechos, no negativas a hacer.
Tenemos hoy día el mismo presidente que decidió cancelar las obras del nuevo aeropuerto de Texcoco porque la minoría rapaz ya se había repartido los valiosos terrenos que desocuparía el viejo. Cuando se le dijo públicamente que eso era imposible porque tal superficie es propiedad federal y en automático quedaba bajo su dominio, respondió que la rapiña iba a ser con miles de hectáreas alrededor del nuevo campo aéreo que la mafia del poder y sus socios habían adquirido con antelación a precios muy bajos. Se le dijo que tan fácil como expropiarlos y sancionar cualquier otra acción indebida, pero su respuesta fue apresurar la cancelación del proyecto, con un costo enorme.
Es el mismo que decidió vender el avión presidencial; no se pudo y decidió rifarlo. Pronto cayó en cuenta del absurdo de ofrecer un premio que para su ganador sería peor que el proverbial tigre y porfió en rifarlo pero sin ofrecerlo de premio. Es muy fácil darse cuenta de lo surrealista de todo esto: se venden boletos para la rifa del avión presidencial que no es el premio, pero que aparece en los billetes como ilustración principal. Todo, lo que sea, eso y más, para que nadie pueda decir que López Obrador no consigue lo que se propone.
Es el mismo, pues, que el domingo 22 de marzo, ya en la segunda fase de la pandemia, pidió a los mexicanos desde Oaxaca que no dejaran de salir a la calle, de ir a los restaurantes y a las fondas; alocución que concluyó con un claro “yo les voy a decir cuándo guardarse en sus casas”. Es el sábado 28, cuando el gobierno mexicano formula uno de los llamados más importantes a la población en muchos años: “Quédense en casa, quédense en casa, quédense en casa”. Lo hace el subsecretario de Salud, ni siquiera el secretario que se ha vuelto un ser fantasmal, sin la presencia del jefe del Estado, quien se quedó en el noroeste para completar una de las giras más absurdas de su mandato: no inauguró ninguna obra ni ningún evento de importancia. Además, la cerró con broche de oro promoviendo los camellones de Badiraguato y saludando a la señora madre de El Chapo.
Es el mismo que se negó a recibir en Palacio Nacional a Javier Sicilia y a los hermanos LeBaron cuando encabezaban una marcha por la paz y la justicia, alegando que no quería exponer la investidura presidencial a un show mediático. Como escribió ayer Carlos Loret de Mola, “después de Badiraguato, el chiste se cuenta solo”.
Creo que la conducta de AMLO que últimamente trae muy desconcertados a muchos observadores y analistas del acontecer nacional, simplemente no puede ser entendida si no se aborda desde la perspectiva del poder; desde la base de que López Obrador es antes y después de todo un hombre de poder, un adicto al poder, un obseso del poder. El poder, para hacer y para no hacer.
El suyo es además de todo un poder legítimo. Un poder apoyado en 30 millones de votos democráticamente depositados en las urnas, equivalentes al 53 por ciento de la votación total. En este enfoque, lo que hay que seguir con mucha atención es la evolución (a la baja desde hace meses) de sus niveles de aprobación y popularidad. Por lo pronto, parece obvio que su capital de poder no es el mismo de hace 16 meses.
Según el programa agregador de encuestas Oraculus, en febrero de 2019 López Obrador alcanzo el nivel de aprobación más alto con 81 por ciento, frente a una desaprobación del 14 por ciento. Al cerrar marzo 2020, el indicador positivo había descendido al 58 por ciento (una pérdida de 23 puntos porcentuales) en tanto que el negativo más que se duplicó al llegar al 37 por ciento (subió igualmente 23 puntos porcentuales).
No hay manera válida de extrapolar estos números demoscópicos a cifras electorales, pero intuitivamente es válido decir que el capital político de AMLO no es hoy el mismo que hace un año. Imposible que él no lo sepa. Y si sabiéndolo actúa contra su propia valoración ciudadana, la única opción que yo aceptaría es la que sostiene un viejo amigo: “Seguro López Obrador sabe algo que ningún otro mexicano sabemos”.
¿SORPRESA? EN LA UNIVERSIDAD
Al rector Manuel Fermín Villar Rubio se le cumplió la sabia sentencia: cosechó lo que sembró. Lo lamentable es que entre las patas de sus desaciertos se llevó a dos personas respetables que creyeron en él: Dolores Lastras y Anuar Kasis. El triunfo del doctor Alejandro Zermeño es amplio, claro e inobjetable. En sus manos estará muy pronto evitar que la institución sufra alguna consecuencia de las torpezas del que se va.
Cuando Villar decidió salir de su torre de marfil y bajar de las alturas a intentar operar su propia sucesión, ya había cometido errores irreparables. El primero, lanzar ataques sucios contra Zermeño, quien desde hace más de seis meses le había comunicado oportunamente y en buen plan que pensaba competir por la rectoría. En la medida que la candidatura del todavía director de la Escuela de Medicina crecía, MFVR se quedó sin un puente de comunicación funcional.
En segundo lugar, luego de hacer sentir durante casi cuatro años que su Delfín era el secretario general Anuar Kasis, de ultima hora decidió impulsar la opción de la secretaria Académica, Lola Lastras, pero con tal arrogancia y estulticia que no tuvo la atención de avisarle, explicarle y convencer a AK. El costo de este yerro se hizo evidente en la primera votación: Zermeño, 24 votos; Lastras, 19; Anuar, 10, y Miguel Aguilar, 2. Si Villar no hubiera dividido su bolsa de sufragios, Lola habría ganado rápidamente con 29 o más. Sin necesidad de leerles la correspondencia, es obvio que el nuevo rector subió de 24 a 33 votos con los que recibió de Anuar, sea que hayan sido pactados o inerciales.
Un pequeño plus del triunfo del Dr. Zermeño es que rompe una tradición de más de medio siglo que era ya una antigualla sin justificación alguna: que los rectores vinieran de ser los secretarios generales. Así ocurrió desde mediados de los sesentas con Guillermo Medina de los Santos. Solo se interrumpió en 1986 cuando por causas extraordinarias el rector José de Jesús Rodríguez Martínez se vio obligado a renunciar, pero se retomó en 1995 a la salida del licenciado Alfonso Lastras a quien sucedió su secretario general Jaime Valle, y así continuó la tradición hasta ahora.
Parece que no, pero esta alteración en los modos vigentes por casi 60 años va a oxigenar la vida universitaria, pues ahora los directores y otros funcionarios de la UASLP sabrán que si hacen bien las cosas tendrán la posibilidad de optar por la rectoría, sin tener que recibir el delfinato vía la secretaría general.
Finalmente, Villa Rubio debe estarle rogando a Dios que Alejandro Zermeño no sea rencoroso, porque si decide cobrarle su juego sucio tiene mucha tela de donde cortar. Comenzando por esa que se llama nepotismo.
COMPRIMIDOS
Las personas más vulnerables al coronavirus, con mayor riesgo de muerte, son, como todos sabemos, las mayores de 60 años con ciertos padecimientos previos, crónicos o recurrentes. De acuerdo con estadísticas oficiales, la población potosina en esa zona de peligro es alta: tenemos en la entidad casi 367 mil individuos que rebasan esa edad. De ellos, 140 mil (38%) presentan problemas de obesidad; 95 mil (26%) sufren de hipertensión, y 40 mil (11%) padecen diabetes. Otros sufren de enfermedades respiratorias o cardiovasculares. En síntesis todos nuestros adultos mayores deben ser cuidados con esmero.
Eso de que el Ejército llegará en cualquier momento “a dirigir” el Hospital Central suena raro. Unas fuentes nos dicen que los militares ocuparán parte de las instalaciones nuevas para montar 50 camas de cuidados intensivos y 20 de hospitalización normal que atenderán con su propio personal médico y de enfermería, pero hay quienes sostienen que se apropiarán de “todo” el nosocomio, que en su parte antigua cuenta con 240 camas, decenas de consultorios y quirófanos, laboratorios y servicios complementarios. ¿Todo eso lo va a manejar la milicia? ¿Por qué?
Mañana viernes Xavier Nava Palacios cumple la primera mitad de su trienio. Ya habrá tiempo de revisar obras, programas y acciones de gobierno, pero lo primero que salta a la vista es que su cruzada principal -llevar ante la ley a su antecesor Ricardo Gallardo Juárez y cómplices- nomás no avanza, ni aquí ni en la federación. Con todo, confía en que una vez superada la emergencia sanitaria la Unidad de Inteligencia Financiera de la Secretaría de Hacienda les traiga buenas noticias (malas para la Gallardía).
Las sanciones a los diputados y funcionarios ladrones de pasadas legislaturas, dictadas por la comadre de Cándido Ochoa, Dora Irma Carrizales, son algo peor que una burla cruel a todos los potosinos. La pena recién dictada contra el ex diputado Enrique Flores Flores es algo así como la rifa del avión presidencial sin el avión presidencial: 8 meses de cárcel sin entrar a la cárcel. ¡No abusen!
Hasta el próximo jueves.