El 27 de septiembre de 1921 se cumplió el primer centenario de la Consumación de la Independencia y, a juzgar por los registros de la prensa de aquél entonces, el hecho ameritó igual número de festejos que el propio inicio. Bien documentado en el Cuaderno 16 de la Historia Gráfica de la Revolución, publicada por el Archivo Casasola, podemos conocer los múltiples eventos que el entonces presidente, Álvaro Obregón, encabezó por tal motivo. Hubo, por ejemplo el tradicional desfile militar en el zócalo capitalino y se depositó una ofrenda floral en el monumento a Vicente Guerrero. Previamente, ante un par de decenas de autoridades extranjeras, se realizó una ceremonia solemne de bienvenida y después un banquete de honor en Palacio Nacional, y pocos días después, un homenaje en la catedral metropolitana, donde reposaban los restos de los héroes patrios. En las fotografías puede observarse, vestido de riguroso luto, a Obregón, su gabinete y al cuerpo diplomático mexicano. Por supuesto en tono más alegre, se había realizado a mediados de septiembre, el juramento a la bandera de los niños de primaria, donde se reportó habían acudido cincuenta mil niños que estuvieron formados desde palacio nacional hasta el alcázar de Chapultepec. El presidente junto con las cabezas de la Suprema Corte y las cámaras pasaron revista a los chicos montados en un carruaje descubierto tirado por caballos.
Sin embargo, a pesar de las apariencias, la patria no estaba del todo calmada. Meses antes, el 6 de febrero de 1921, se había registrado un atentado en el Arzobispado y a partir de ahí, el país había visto cómo las disputas entre socialistas, comunistas, católicos y gobierno habían pasado de las palabras a los hechos. Por ejemplo, en Morelia el 12 de mayo de ese año, los anticlericales habían logrado izar una bandera rojinegra en la catedral , cosa que acabó en trifulca con varios heridos y muertos. Luego, en Guadalajara, el 4 de junio, había explotado una bomba que destrozó parte del palacio arzobispal. Días después, el 1 de julio, en Gómez Palacio, Durango, un grupo de revoltosos había vandalizado el interior de un templo. Así, ante la falta de acción clara por parte del gobierno, el ambiente predominante entre los católicos era señalar que, si bien es cierto no era la autoridad quien atentaba contra los lugares de fe, ésta sí era culpable de no detener a los culpables ni prevenir que volvieran a ocurrir por toda la república. Así, ya se imaginarán ustedes cómo andaban los ánimos para el mes de septiembre que iniciaban los festejos patrios.
Ahora, con este antecedente -y francamente hay más una vez que recorremos el tiempo hasta nuestros días-, bien podemos darnos cuenta que en este país con vocación de montaña rusa, resulta difícil encontrar una fiesta patria donde el ambiente fuese unánimemente de puro jolgorio. Los temas han variado y las celebraciones también, lo único que aparentemente es constante, es la controversia. Vivamos con eso, analicemos, pero sobre todo, dialoguemos, porque no somos los primeros en pegar el grito. Que tampoco seamos los últimos.