Todo puede pasar, pero los números y el ambiente anticipan un probable triunfo de Donald Trump el próximo martes.
De darse, se reiteraría uno de los vicios más profundos y delicados del sistema político estadounidense: en todo el siglo, sólo un presidente republicano habría sido electo con mayoría de voto popular: George W Bush, en su segundo mandato. Al Gore, Hillary Clinton, y probablemente Kamala Harris habrían ganado el voto, pero perdido la elección.
Hoy hay un empate técnico. Harris aventaja por uno o dos puntos a Trump.
Trump, sin embargo, tiene a su favor dos hechos: el momentum y las tendencias.
En una campaña, gana quien impone la agenda. Trump se ha apoderado del discurso económico, un tema central para el electorado. Pese a sus debilidades morales, ha logrado reposicionarse apelando a la necesidad de un líder duro: adentro y afuera.
Harris ha resentido el crecimiento y repite una fórmula de Hillary Clinton —con lo que ello significa—: buscar el respaldo de artistas. Obama se ha metido de cabeza en la elección, tratando de imantar el voto negro. Los latinos también han abandonado, en parte, el bando demócrata. 37% apoya al multimillonario, casi 10 puntos más que en 2016.
El ritmo de los cierres favorece a Trump.
Más importante son las tendencias. Real Clear politics muestra una tendencia creciente de Trump a lo largo de las últimas dos semanas, inversamente proporcional a la caída de Harris. Son décimas, pero ya se ve un patrón. El modelaje de Five Thirty Eight pronostica un triunfo republicano en 55 de 100 ocasiones de corrida del modelo.
Las encuestas no votan, pero las tendencias rara vez se equivocan. Insisto: es un empate, pero algo se mueve en el subsuelo.
Más: los pronósticos anticipan también que los republicanos controlarían ambas cámaras.
En este escenario, Trump no sólo resultaría electo presidente. Sería un presidente muy poderoso.
Para México, ningún resultado es bueno.
El gran riesgo de Trump es su volatilidad y su imprevisibilidad.
Su agenda ha sido muy dura contra México. Claro, con una agenda se gana y con un programa distinto se gobierna. Pero los antecedentes no son buenos.
Trump dobló a López Obrador en unos minutos cuando el problema del magnate era la migración. Hoy es el fentanilo e, insisto, la economía. La migración seguirá siendo un tema de tensión, pero no será la única preocupación de Estados Unidos.
En el tema económico, se avecina una guerra comercial y tarifaria con China que toca al sector automotriz y de autopartes: una arteria central de la manufactura de exportación mexicana. Trump ha amenazado con poner un arancel de 200% a los autos producidos en México. Ese sería el prólogo de la renegociación del tratado de libre comercio en 2026. Su cancelación sería una catástrofe para México.
La otra vertiente es la amenaza de intervenir militarmente al país contra los cárteles del narcotráfico. Es más fácil decirlo que hacerlo, pero la amenaza basta.
El talante misógino de Trump no augura una relación simétrica con la presidenta Sheinbaum.
En suma, del resultado del martes depende mucho del diseño del gobierno mexicano que arranca.
Hay que arriar las velas. Se barrunta tempestad.