Cuenta Hans Christian Andersen que hubo un rey que gastaba todo en trajes lujosos, vistosos. Uno para cada evento, y buscaba los mejores sastres del mundo para lucir lo mejor y lo más novedoso en vestimenta. Hasta que un día llegaron a su reino dos “presuntos” sastres que presumían de hacer la mejor ropa para un rey, por sus colores, filigranas y diseños. Pero no cualquiera podía verla, solo los dignos de llevarla puesta y los estúpidos que quisieran verla aunque no la llevaran puesta. El rey mandó a su primer ministro y el enviado regresó “maravillado” de la labor de los sastres. obviamente, los contrató y pagó millones. Y aunque nadie la veía, ni él, insistió en salir a desfilar con su traje nuevo.
Primero todos apluaideron aunque nada veían. Luego, un niño gritó que el rey iba desnudo. Los demás tardaron en admitirlo, por el riesgo de que les llamaran stúpidos. Al final, todo el pueblo lo admitió, rió y se lo gritó al rey.
Hans Christian Andersen es el autor de este cuento no tan infantil, como, bien leídos, no lo son sus otros cuentos. La fecha de su nacimiento (2 de abril, dentro de unos días) es en nuestros días festejada como Día Internacional del Libro Infantil. Buen pretexto para leer completo “El traje nuevo del emperador”, “La sirenita” (la original, no la versión edulcorada de Disney), “Las zapatillas rojas”, “El ruiseñor” o “El soldadito de plomo”. La buena literatura infantil no es es apta para todas las edades.
(Aprovecho para recomendar la lectura de Graciela Montes, Jairo Butrago, Luis Téllez, Roald Dahl, Neil Gaiman, Jordi Sierra y clásicos, muchos clásicos, como los de los hermanos Grimm o Las mil y una noches.
Pero sigamos con nuestro cuento.
Una versión de “El traje nuevo del emperador” publicada en el sitio web Ciudad Seva termina así: «Aquello inquietó al Emperador, pues barruntaba que el pueblo tenía razón; mas pensó: “Hay que aguantar hasta el fin”. Y siguió más altivo que antes; y los ayudas de cámara continuaron sosteniendo la inexistente cola».
O sea, no pasa nada. Escribo esto un poco abatido. Escribimos, acusamos, denunciamos y usualmente (con sus satisfactorias excepciones) el rey sigue su marcha. Se aguantó hasta el fin, y tras el final del cuento, suponemos, habrá castigado a algunos de sus lacayos y pudo haber subido los impuestos para vengarse de quienes lo pusieron en evidencia. Obviamente no dejó el trono.
Las ganas de cambiar el sistema siguen, pero por lo regular nos topamos con pared. O con paredes: laberintos. El sistema está conformado por muchos tipos de relaciones, y si una empieza a fallar otras “entran al quite”. Y los “reyes” de diversos tamaños se aguantan una que otra “encuerada” con tal de seguir en el trono. Ya habrá otros sastres y otros trajes que desquiten la humillación, o eso piensan.
No por nada están de moda las sagas donde se subvierte el orden establecido por castas, donde el capital se manifiesta como tiempo (El precio del mañana), entretenimiento (Los juegos del hambre), habilidades (Divergente) o mutaciones (Mutaciones), y donde los “desposeídos” toman revancha sobre los poderosos. Pareciera que solo allí hay desquite y cambios.
Esta semana, como todas, se alzaron muchas voces contra el rey, contra los reinados que ya no tienen razón de ser. Me referiré a unos cuantas, para irlas comentando en el blog, en clases, en las charlas uno a uno.
Está, por ejemplo, la solicitud que hizo el presidente López Obrador al rey de España por los agravios cometidos durante la conquista. Además de la negativa oficial, salieron a la defensa del monarca dos escritores españoles y los opinólogos mexicanos de siempre, con el argumento de que AMLO “no nos representa”. Uno de los españoles, guardián oficial de la lengua castiza y corsario (por no decir pirata) llegó a decir que la española “es una raza superior”.
(Y eso de que un funcionario “no nos representa”, bien visto, es sano, porque es cierto en los más de los casos. Nadie representa a todos, aunque quisiera. Lo peor es que la mayoría de los “portavoces” no lo son, no quieren. Hay diputados, presidentes municipales, gobernadores, secretarios de Estado que supuestamente son la voz y el sentir de un grupo pero solo están viendo “a ver qué sigue”.
Las otras voces que conviene seguir son las del “MeToo” mexicano, que como movimiento femenino y feminista han logrado poner el ojo en violencias de todo tipo, de la del acoso laboral a la violencia de pareja, de la amenaza a la violación, de la que se da en el aula a la que se da en las editoriales, periódicos y en otras ramas de la comunicación y las artes. De entrada, porque la denuncia se ha extendido a otros ámbitos.
Ha habido denuncias serias y bien fundadas, pues el ambiente del arte y la academia suele ser propicio para el sexismo, el favoritismo y todo tipo de juegos de poder. También es cierto que intervienen admiraciones, apellidos, instituciones, gremios y hasta dineros oficiales, y el poder es peleado por unos y otros. A la violencia de género se suman factores raciales, geográficos, gremiales (profesión, sindicato, etc.) y de prestigio. Los grupos (por intereses, amistad, favores o simples “afinidades electivas”) son sólidos y es difícil cambiarlos.
Es mucha información y es difícil que no se cuele lo personal, el troleo, la cuenta falsa. Ha habido denuncias endebles, sí, pero tampoco es para decir que todo se reduce a venganzas o envidias. No se vale hablar de “cacería de brujas” cuando lo importante es revisar el sistema y ver nosotros en qué hemos fallado, ahora sí que por palabra, obra u omisión. Que no se revictimice, que las instituciones respondan, que las empresas y los colectivos sepan oír a tiempo, no después del niño ahogado. La reflexión, las definiciones, la aceptación de lo que está mal y las formas (legales, económicas, sociales, psicológicas) de sanear el ambiente son urgentes.
Y más que el emperador reconozca que va desnudo, se requiere que no gaste en trajes a la medida y que vea que se puede hacer que más personas vistan (y coman, y se transporten, y disfruten del arte) como deben.
Posdata: Ya están abiertas las incripciones para el taller de Iniciación a la Escritura en el Centro de las Artes, de mayo a julio, los sábados como de costumbre.
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