El sentido de ciudad

“Una ciudad está en sus ciudadanos, no en sus murallas” (San Agustín).

¿Qué es lo que hace que un lugar sea atractivo para vivir, invertir o desarrollar una determinada actividad humana?. Ahora que está de moda hablar sobre planes a futuro y que existe un cierto entusiasmo positivo -y probablemente receptivo- sobre las definiciones de las agendas de los nuevos gobiernos locales, conviene revisar de forma pausada y reflexiva lo que entendemos por ciudad; y la manera en que las políticas que definen, modelan y afectan a la ciudad, inciden en última instancia, en nuestra experiencia de vida personal y comunitaria. Vamos por partes.

Hay distintas formas de lograr que una persona adquiera cierta conciencia de la noción de votar con los pies. Esta idea desarrollada por el economista Charles Tiebout que sostiene una idea básica: las personas se desplazan territorialmente a aquellos lugares donde las políticas públicas les permitan desarrollarse en un entorno que se aproxime más a sus preferencias personales. Tenemos distintas posibilidades: vivimos donde queremos o vivimos donde podemos. 

Lo mismo ocurre con las inversiones, el turismo y alguna parte de la migración: las personas emplean su racionalidad para tomar decisiones en favor de sus valores, intereses o expectativas; y actúan en consecuencia. De esta manera eligen un lugar para invertir, para visitar, para estudiar o para vivir. Aunque esta explicación dista mucho de adquirir un carácter de ley general, sí resulta útil para entender una idea fundamental: el entorno importa. Desde luego que hay personas -y grupos de interés- que le prestan atención particular a este fenómeno: no conviene tener ciudades que resulten poco atractivas, ya que no generan riqueza, no se pagan impuestos, no hay florecimiento humano. O no hay votos -porque hay quien se preocupa de eso, desde luego-.

[Si por alguna razón usted o alguno de sus conocidos tiene relación o incidencia con el sistema de políticas que gobiernan la ciudad, preste atención a lo siguiente]

El argumento que quiero poner a su consideración es el éste: es necesario discutir el sentido de ciudad y recuperar la experiencia urbana como experiencia del lugar. En el pensamiento clásico romano, la ciudad era entendida como una multitud de personas unidas por vínculos en sociedad, mientras que la urbe se refería al espacio material de la ciudad. La ciudad no son las piedras, sino la unión de sus habitantes. Muchos siglos después modificamos la manera en que entendemos las ciudades. Ahora las entendemos como el entorno físico, no la comunidad humana.

Nuestra experiencia de vida personal y comunitaria se encuentra definida en gran medida por el sentido de ciudad. Aquel que nos ubica en un espacio físico con ciertas características, como el que nos relaciona con una comunidad de personas que dan forma y sentido a nuestra vida social. 

Las ciudades -como espacios físicos- son modeladas por las políticas y decisiones que emprenden los gobiernos y los agentes locales. Estas políticas son definidas de acuerdo a valores e intereses no se dan en un ambiente de neutralidad, por lo que resulta necesaria una ética capaz de enfrentar los desafíos de la planificación urbana para mejorar nuestras ciudades. 

Durante algún tiempo se ha pensado que la labor de la planificación de las ciudades representa un monopolio de los expertos que orientan a los políticos para la toma de decisiones sobre la ciudad posible, la ciudad necesaria y la ciudad digna. En esta lógica la ciudadanía suele estar ausente. Es por ello que en los temas de ciudad, la deliberación democrática constituye un espacio de descubrimiento de otros valores e intereses, donde la política adquiere sentido en la medida en que sabe recoger, conciliar y procesar estas manifestaciones de la ciudadanía por medio del cultivo de habilidades cívicas y democráticas. Entre la ciudadanía, funcionarios y expertos.

Pensar en las éticas de la ciudad implica asumir las consecuencias de las decisiones sobre la ciudad. ¿se ha puesto a pensar cómo es que los cambios físicos de la ciudad modifican las condiciones de vida en ella? ¿será que las decisiones de urbanización generan nuevas condiciones, nuevas relaciones, nuevas identidades y nuevos problemas? ¿será que lo urbano reconfigura lo ético?.

Dice Sennett que la ciudad representa la manera en que la gente desea que sea su vida colectiva. Es por ello que la política de las ciudades, definida por los gobiernos locales, enfrenta el desafío de adoptar un curso que no atienda a la vulgar definición de los valores e intereses de una clase dominante, sino entender que las consecuencias de estas decisiones pueden propiciar egoísmo y aislamiento, en contra de la inclusión y la igualdad. Y como la ciudad no es consecuencia de una imagen única y estática, sino resultado de la interposición cronológica de diversas imágenes y concepciones, incluso divergentes; ésta adquiere riqueza en la medida en que incorpora valor que se transfiere en la calidad de vida de quienes la habitan, y en una experiencia beneficiosa para quienes la visitan.

Una mejor ciudad puede ser resultado de una política verdaderamente democrática, dialógica y deliberativa. La democracia -en palabras de Arenas-Dolz- “debe devolverle a la condición urbana su primer sentido, contribuyendo a reducir las desigualdades que socavan y disuelven la ciudad y a transformar los espacios en lugares cívicos”. Para Bent Flyvbjerg, “la democracia no es algo que una sociedad consigue de una vez por todas, sino que hay que ganársela día a día en casos concretos”. No encuentro problema alguno en que un gobierno local se tome la molestia de dialogar y modelar la ciudad con sus protagonistas -los habitantes-. Sin miedo a la divergencia: el conflicto es pilar de la democracia y semillero de la planificación. ¿Quiere gobernar la ciudad? Comience dialogando con sus habitantes. 

Twitter. @marcoivanvargas