El síndrome de Piltdown

En diciembre de 1912 el paleontólogo Charles Dawson anunció en una reunión de la Sociedad Geográfica de Londres el descubrimiento de un fósil, mitad humano y mitad simio, en Piltdown, en el sur de Inglaterra.  Los restos fósiles descubiertos por Dawson consistían de fragmentos de cráneo, dos dientes y la mitad de una mandíbula. El cráneo era similar al de un humano moderno, pero con un volumen menor, mientras que la mandíbula era claramente simiesca. Estas características combinadas eran justamente lo que lo expertos esperaban del “eslabón perdido”, que habría sido un paso intermedio en el proceso de evolución de nuestra especie. Los fósiles de Piltdown mostrarían de este modo que en la evolución del homo sapiens, Inglaterra habría tenido un papel destacado.  

A los británicos esto último no les resultaba de ninguna manera descabellado. Después de todo, eran la potencia que dominaba al mundo y les era natural pensar que Inglaterra tendría que haber sido la cuna de nuestra especie. Resultó, sin embargo, que los fósiles descubiertos por Dawson -bautizados como el Hombre de Piltdown- eran un fraude cuidadosamente maquinado: el cráneo era el de un humano moderno y la mandíbula perteneció a un orangután, también moderno. El engaño, sin embargo, perduró por mucho tiempo, y no fue sino hasta el año 1953 cuando fue finalmente identificado como tal de manera concluyente. Así, resultó a fin de cuentas que Inglaterra no habría tenido un papel central en la evolución de nuestra especie. 

Ciertamente, hoy en día nos parece sorprendente que los prejuicios británicos hayan jugado un papel en el episodio del Hombre de Piltdown -así sea un papel menor- pues unos son nuestros deseos y otra la realidad del mundo, que solo puede ser explorada empleando métodos científicos. Y, no obstante, no pareciera que nuestra actitud a prejuzgar haya desaparecido del todo.

Vale lo anterior en el caso de la francesa Janne Calment, quién nació en 1875 en Arlés, Francia y murió en la misma ciudad en 1997 a la edad de 122 años y es considerada la persona más longeva de la que se tiene noticia. Esto último, sin embargo, no es aceptado de manera universal y hay quién le disputa a Calment su récord de longevidad. Particularmente, el matemático ruso Nikolai Zak asegura que muy improbable que Calment haya muerto a la edad de 122 años. Basa su afirmación en un estudio estadístico sobre la longevidad alcanzada por personas que llegaron a una edad centenaria y encuentra que con 122 años Calment constituiría una anomalía estadística altamente improbable. 

Se dio Zak también a la tarea de investigar detalles y acontecimientos en la vida de Calment y llega a la conclusión que en realidad ésta habría muerto en 1934, a la edad de 59 años. A su muerte habría sido suplantada por su única hija Yvonne Calment quien habría sido la que realmente murió en 1997 a la edad de 99 años. La razón para llevar a cabo esta suplantación fue la de evitar pagar los impuestos de la herencia de su madre. Como parte de la trama, Yvonne habría formalmente muerto en 1934 a la edad de 36 años. Zak publicó sus resultados en la revista “Rejuvenation Research” en enero del presente año. 

Las reacciones en occidente a las afirmaciones de Zak son asombrosamente negativas y en cierto modo propias de la Guerra fría. No esperaríamos, por supuesto, que en Francia, y en Arlés en particular, en donde Calment es una celebridad, las vieran con simpatía. Sorprende, sin embargo, la reacción de algunos expertos que colocan al trabajo de Zak como parte de una especie de complot ruso para desacreditar a la ciencia gerontológica de occidente. 

En este respecto, un artículo publicado el pasado mes de septiembre en la revista “Journals of Gerontology: Medical Science” por un grupo de investigadores de Francia, Suiza y Dinamarca, encabezados por Jean Marie Robine del Instituto de Salud e Investigación Médica de Francia escribe en sus conclusiones: “…en relación al artículo publicado por Zak, quisiéramos remarcar la  inaceptabilidad de publicar un artículo con acusaciones infundadas afirmando que las familias Calment y Billiot de manera colectiva cometieron un fraude. ¿Cómo es posible que un artículo tan lleno de aserciones insustanciales pudo sobrevivir a una revisión por pares y ser subsecuentemente publicado en “Rejuvenation Research”. Basados en la evidencia que presentamos en este artículo, solicitamos que el artículo de Zak sea retirado”.

Una lectura del artículo de Zak -quién trabaja como técnico soplador de vidrio en la Universidad Estatal de Moscú y no ha publicado un artículo científico en diez años desde su graduación como matemático, como lo remarcan sus críticos a la menor oportunidad- revela que está efectivamente escrito de manera poco usual para un artículo científico, incluyendo mucha información anecdótica e interpretaciones personales de hechos del pasado de Janne Calment de sobre los cuales no existe suficiente claridad.   Sin embargo, como lo señala un artículo publicado esta semana en el periódico británico “The Guardian”, en ambos bandos hay argumentos en pro y en contra del récord de longevidad de Janne Calment. Estos argumentos  podrían ser aclarados por medio de un análisis de ADN de sus restos mortales. Opción propuesta por Zak, pero no contemplada por sus oponentes. 

Y con respecto a este último punto, habría que preguntarse si no estamos ante una manifestación de lo que podríamos quizá llamar el síndrome de Piltdown.