¡Cuántas lindas palabras que se usaban antes han desaparecido! Imagino un ruinoso cementerio con tumbas en cuyas lápidas se lee: «Aquí yace la palabra ‹botica›». Era lo que hoy se llama farmacia. «Aquí descansa el vocablo ‹miscelánea›». Designaba a un cuaderno escolar o a una tienda de barrio. «Aquí reposa el término ‹pilón›». Tal era el nombre del pequeño obsequio -un dulce de a centavo, un trocito de piloncillo, un diminuto chicle Canel’s- que el tendero hacía al cliente, sobre todo si era niño, para agradecer su compra. ¿Alguno de mis cuatro lectores recuerda la expresión “mandado”? Así se llamaba el encargo que se hacía a alguien -”Voy a un mandado”-, lo mismo que el conjunto de vituallas necesarias para la alimentación de la familia: “Mi esposo no me da para el mandado”. Este largo y nostálgico prólogo me sirve para contar uno de los incontables dislates de Babalucas, personaje entre los principales de esta columneja. Regresó a su casa después de ir a un mandado y le informó a su mujer: “Busqué en todas las papelerías, en todos los supermercados, mercerías, tlapalerías y tiendas de artículos escolares, y no encontré el papel que me encargaste. En ninguna parte lo tienen, y ni lo conocen”. “No es posible -se extrañó la esposa-. ¿Cómo lo pediste?”. “Como me dijiste tú -repuso el tonto roque-. Papel para muerto”. “Ay, Baba -suspiró la señora-. Yo te encargué papel parafinado”… Shovel, el jardinero de sir Highrump, era padre de 12 hijos. Le dijo a su patrón: “No sé qué hacer para ya no tener más”. Le aconsejó milord: “Haz lo que hace el tren a Londres”. “¿Qué hace?” -se extrañó el jardinero. Respondió sir Highrump: “Siempre sale a tiempo”… Himenia, dama bastante célibe, decía tener 39 años de edad. Y debía ser cierto, pues llevaba más de 10 repitiendo lo mismo. Pese a no ser tan grande como aseguraban algunas de sus mejores amigas sufría toda suerte de achaques, ajes, arrechuchos y alifafes. Su hermano, que había hecho dinero con las que llamaba “salas de masaje extreme”, le ofreció: “Te conseguiré un médico de cabecera”. Le pidió Himenia, ruborosa: “¿Por qué no me consigues uno de toda la cama?”… Don Acisclo y doña Peruleta llevaban 15 años de casados y no tenían descendencia. Un indiscreto amigo del señor le preguntó por qué. “Mi esposa es virgen” -le reveló don Acisclo. “¿Cómo es posible?” -exclamó el otro, estupefacto-. “Sí -confirmó él-. Desde que nos casamos se pone por la noche tantas cremas en el cuerpo que siempre me resbalo”… Los tripulantes de un barco advirtieron señales de humo en una isla que se suponía desierta. El capitán envió una lancha con marinos. Encontraron a dos náufragos, hombre y mujer jóvenes. En el tronco de una palmera vieron cinco marcas hechas con cuchillo. Preguntó uno de los marineros: “Esas marcas ¿indican meses o años?”. “Ni una cosa ni la otra -replicó el náufrago-. No son de tiempo. Llegamos a la isla apenas ayer. Las marcas se refieren a otra cosa”... Don Terebinto fue con un médico, pues sentía molestias cotidianas en su atributo de la generación. Después del correspondiente examen el galeno le informó: “Sus malestares se deben a lo estrecho de su prepucio. Todo se arreglará si le hago la circuncisión”. El paciente autorizó la intervención citada. Al salir del quirófano el médico le dijo a don Terebinto: “Tendrá usted que disculparme. El bisturí se me deslizó, y desgraciadamente le corté toda la parte. Pero no se preocupe: la conservará”. “¿Cómo?” -se angustió el lacerado. Respondió el facultativo: “Ya la mandé a forrar en bronce, como se hace con los zapatitos de bebé. Podrá colgarla del espejo del coche, ponerla sobre su escritorio. “. FIN.
El Señor hizo la luna.
¡Qué bella le salió! Parecía como si en el oscuro manto de la noche se hubiese abierto un círculo que dejaba salir la luz que brilla en la morada celestial.
La luna hacía que los enamorados se enamoraran más.
Tan hermosa era que el mar se alzaba en las mareas para estar más cerca de ella.
Los poetas le hacían versos. La luna, generosa, agradecía los buenos y perdonaba los malos.
El Espíritu le dijo al Creador:
-¡Qué preciosa es la luna!
-Sí -respondió el Señor, triste-. Lástima que los hombres ya están haciendo de ella un depósito de chatarra.
¡Hasta mañana!...