El valor de lo que decidimos

Conceptualmente, el acto de votar se relaciona con las decisiones colectivas que el electorado toma desde la soberanía popular. Estas decisiones pueden o no relacionarse con otras decisiones del esquema de organización política de un país como lo son las decisiones de política gubernamental. Unas y otras definen a nuestra democracia. No son mutuamente excluyentes sino complementarias. Casi podría decir que existe una relación de causalidad en ello. 

Entiendo que puede haber personajes públicos que se instalan en una posición conceptual cómoda que parte de la noción de la democracia representativa donde el poder político es ejercido por el pueblo a través de sus representantes -con todas las virtudes teóricas de esta relación, como lo puede ser la eficiencia de las decisiones que son tomadas por un número pequeño de representantes-. Argumentan y justifican la legitimidad de sus decisiones -razonables o no, acertadas o no- en la mítica noción de que el pueblo así se los ha permitido. El poder del pueblo que se ha delegado a la voluntad de un individuo o un pequeño grupo de personas.

[Intermezzo cultural: Hay que evitar a toda costa juzgar al pasado con los valores y la perspectiva del presente. Sin embargo, no dejo de recordar las similitudes simbólicas en el ejercicio del poder público en personajes históricos como Napoleón I o Calígula. El primero se coronó a sí mismo en el nombre el pueblo, el segundo cometió todo tipo de atrocidades -o por lo menos así lo relató el historiador romano Cayo Suetonio en la “Vida de los doce césares”- justificando su naturaleza divina por el bien del pueblo: “recordad que puedo hacer lo que quiera a quien quiera”. La manipulación del nombre del pueblo como fuente de legitimidad no tiene nada de nuevo]. 

Sin embargo, el perfeccionamiento de nuestra democracia implica cerrar la distancia que existe entre las decisiones colectivas -en donde el voto y la opinión pública juegan un papel preponderante- y las decisiones de política gubernamental donde la ausencia de ciudadanía es notoria. Durante algunas décadas se ha estado discutiendo sobre la necesidad de desarrollar mecanismos efectivos de participación que vinculen a la ciudadanía con la labor de gobernar, es decir, de hacerles partícipes de las deliberaciones, las decisiones gubernamentales y la puesta en práctica de tales decisiones. Sin embargo, hoy quisiera referirme a la manera en que el voto puede relacionarse con las decisiones de política gubernamental, lo que implica dejar atrás la llana noción de elegir a un representante, para pasar a una noción donde el voto se relaciona con la forma en que se va a gobernar.

Para que esto ocurra es necesario enriquecer la calidad del voto, es decir, de dotarle de significado para que, insisto, no sea visto o concebido como una mera designación de representantes, sino que funcione como un vínculo decisorio entre la ciudadanía y el orden gubernamental que busca propiciar. Son los distintos ángulos para resignificar al voto: No solo elegimos a personas. Elegimos ideas. Elegimos sus discursos, sus programas de acción, la manera en que presentan una realidad y la relación que tiene con nuestros problemas, necesidades o demandas. Elegimos la congruencia entre lo que dice y lo que hace. Elegimos su probidad. Para las personas candidatas que ya tienen experiencia previa en distintos cargos públicos la valoración adquiere otra dimensión, elegimos sobre su desempeño, sobre su solvencia, sobre lo que hizo, lo que dijo, lo que resolvió, lo que omitió, lo que votó, lo que logró y lo que no. Aquí se encuentra la virtud de la memoria: quien ya ha servido a la ciudadanía, que demuestre que es digno de confianza.

Dotar de significado al voto implica entender los efectos políticos de nuestras decisiones. Votaremos también por la formación de mayorías legislativas y la forma en que éstas se van a relacionar, como poderes independientes en la formulación de políticas gubernamentales. Votaremos por planillas para Ayuntamientos que no son figuras gubernamentales unipersonales sino colegiados que se hacen cargo de las necesidades inmediatas de nuestras comunidades. 

Del valor y significado que cada quien otorgue a su voto, dependen los criterios o razones por confiar o no en tal o cual persona. La invitación es la misma. La participación no es una mera designación, sino un compromiso de control de la ciudadanía. Sí. Que a través del voto -y de lo que sigue después de votar- la ciudadanía incida en la forma en que se va a gobernar.

Una sugerencia para todas y todos. Elevemos el valor de nuestras decisiones.  

Twitter. @marcoivanvargas