Ahora que se ha generalizado la frase “mantener una sana distancia”, con el propósito de tener un manejo adecuado de la pandemia del coronavirus, cabe considerar, por analogía, lo propio en el ejercicio de la política. Max Weber se refirió, en “El político y el científico” a una de las virtudes del político en términos de la capacidad de “guardar distancia”, es decir, de mostrar mesura en su relación con los demás y con las cosas, a diferencia del político atrabancado, que “utiliza inevitablemente como instrumento el ansia de poder”. Pero, además de esta cualidad, debe exhibir otras dos: contar con una finalidad objetiva (asumir la defensa de una causa) y un sentido de responsabilidad (asumir la previsión y consecuencia de sus actos)
Lo anterior no implica que el ejercicio de la política vaya despojado de entrega y apasionamiento, “pero sólo el hábito de la distancia (en todos los sentidos de la palabra) hace posible la enérgica doma del alma que caracteriza al político apasionado y lo distingue del simple político agitado” (Ibid.). Se trata, pues, de la política como suma de convicción y ética de responsabilidad. Por tanto, plantear que el sentido de la política se pierde cuando se guarda una cierta distancia es un despropósito, toda vez que la participación es permanente de algún modo y con independencia de algún cargo o encomienda que se ostente. Aristóteles lo expresó como “zoon politikón”, como una característica de la naturaleza humana el actuar socialmente.
Se actúa políticamente, pues, en muchas formas y circunstancias, no solamente ostentándose como “político” o “funcionario”, sino, también, ya sea informándose para contar con más elementos de análisis para la toma de decisiones personales y colectivas; sea formando ideológicamente a los cuadros de recambio en las organizaciones políticas; sea apoyando la exigencia en las tareas de transparencia en el servicio público; sea en la defensa de los medios y modos de vida que son comunes y patrimonio de todos; sea, incluso, en la mera discusión o diálogo de posturas políticas porque “la lucha política es siempre también una lucha por definir lo que es la política” ( Norbert Lechner, dixit)..
Por supuesto que esto es el lado activo de lo político como vocación y responsabilidad en los términos señalados; pero también está el lado pasivo que implica el no hacer el esfuerzo de pensar y dialogar la política, de informarse para analizar y contrastar posturas de lucha social, de resistir el encuadramiento corporativo y clientelar de quienes lucran con las necesidades materiales inmediatas de la gente, de conformarse con el mercantilismo que subyace al cúmulo de propaganda recibida por medios de comunicación masiva, etcétera. En suma, la subjetividad en la política está siempre allí, pero “si el hombre es social por naturaleza, solo desarrolla su verdadera naturaleza en sociedad, y la potencia de su naturaleza debe medirse no por el poder del individuo aislado, sino por el poder de la sociedad”, diría el viejo lobo de Marx (en “La sagrada familia”).
El “virus de la política”, entonces, ciertamente es como los virus de todas las enfermedades; están allí, se vuelven omnipresentes y de la mejor interpretación y respuesta que logremos de sus eventuales consecuencias, dependerá que el cuerpo social reaccione de manera que fortalezca sus defensas y abatir los males que le aquejan.