Esquelas, epitafios y elegías

Palabras para dar aviso, para labrarse en piedra y para que acaso se vayan con el viento. Van unos apuntes rápidos sobre el morir y el ver morir. Los altares del día de muertos tienen ventajas y desventajas al ser flores de unos días, al tener que elegir apenas unas fotos de entre tantos y tantas que se han ido. De ahí la elegía: la poesía va “más allá”. 

Esquela viene de esqueleto, y es la noticia más triste de cualquier medio cuando en el recuadro y debajo de una cruz se reconoce el nombre, o cuando hay que mandarla poner, hilar palabras en medio de la tristeza que nos deja mudos. Supe de medios que cuando se sabía que alguna celebridad estaba enferma preparaban la nota mortuoria “por si acaso”.

“Aquí yaces, y haces bien, tú descansas, yo también”. Epitafio es la frase o leyenda que se pone en el sepulcro. Hay quienes, suertudos y previsores, piensan en esas últimas palabras. Si les toca elegir a otros, el riesgo es la venganza o la cursilería (¿en serio piensan eso de mí?). Igual deberíamos reflexionar en cada tuit, cada estado en redes sociales, o lo que decimos cada día al ver o despedirnos de alguien, porque puede ser lo último que compartamos.

Elegía es un género poético para recordar a una persona muerta. Digamos que es la versión más “clásica” de nuestras muy mexicanas “calaveras literarias”, que suelen ser octosílabas y en estrofas de cuatro versos, con rima B-D. Vy por cierto un abrazo al epigramista y calaverista potosino Filiberto Juárez Córdoba, quien hace unos días escribió: “El 28 de octubre de 2021, en la ciudad de San Luis Potosí, Marco Antonio Hernández Morales, Marquito, lamentablemente, falleció de cáncer”.   

Al salir del casino, un hombre murió al ser atropellado por una revolvedora que se quedó sin frenos. El puesto de tacos que estaba ahí fue embestido con todo y comensales. La escena (viralizada en las redes sociales) se desarrolló en la avenida Chapultepec y el boulevard Antonio Rocha Cordero de la capital del estado el jueves pasado, y si bien da muestra de que todo puede cambiar en un segundo, que los accidentes existen y nadie tiene la vida comprada, también demuestra que debería haber más planeción en nuestra ciudad. A veces parece que no hay, que quienes deberían prever se guían por ocurrencias y negocios: el mortal trazo del lugar de este accidente como los desniveles de la glorieta Bocanegra, el acceso al puente Pemex o el brazo Hot Wheels del distribuidor Juárez.

Nuestro “tradicional” desprecio por la muerte hace que nos persiga la huesuda. Un mal bache o un semáforo descompuesto, un hueso en el menudo o un sclón suelto hacen que sobrevenga “el fatal desenlace”. Con la pandemia se hicieron evidentes los problemas de educación y de respeto por los demás, con tantos descubrebocados y tantos negcionistas. Lo platicaba hace poco con alguien: si una persona quiere morir o no le importa, es respetable su decisión, pero quienes quieren vivir merecen respeto a su derecho.    

Aunque todos seamos al final solo esqueletos, la diferencia económica se nota en cómo llegamos a nuestra última morada. Nichos, urnas, ataúdes y fosas (sencillas o cuadruples) cuestan un ojo de la cara. Un amigo decía que tres tipos de negocios tienen éxito seguro: vender pañales, cerveza o servicios funerarios. Hay quienes dien: a ver qué hacen los demás cuando me muera, y ni sudan ni se abochornan. Yo ya dije que le hagan como en El Gran Lebowsky (hermanos Cohen, 1998): ya pagué mi cremación, que pongan mis cenizas en una lata de chocomil y me tiren en la sierra de Álvarez. 

Cuando le decían a mi bisabuela que “al que le toca le toca”, ella respondía: “sí, pero no te pongas en el tocadero”. Y sí. Aunque el gobierno haya declarado “misión cumplida” en el tema de las vacunas, no se confíe. Todos los días hay noticias de contagios y brotes de Covid-19 por aquí y por allá, o de secuelas de la misma que no pudieron ser superadas. Con el regreso total a clases y labores a ver cómo sigue el asunto.

E los panteones potosinos, leí en alguna nota, se ha recibido desde el año pasado un promedio de quince personas al día. Cuidémonos en lo posible para que el año próximo podamos montar un nuevo altar, y no sea nuestra foto la que esté al lado de flores y cazuelas.

Tuve el honor de participar, a invitación del poeta Octavio César Mendoza, director de la Casa del Poeta Ramón López Velarde, en la ceremonia y homenaje a los escritores potosinos (y amigos queridos) Miguel Armando Alvarado Alejo (Dr. Barbahan), Alfonso Badillo Dimas y Carlos Álvarez Gallegos, fallecidos recientemente, y que ocuparon el sitio central del altar de muertos de la institución. Aunque en Coco (Disney, 2017)  se diga que la foto en el altar es el “pasaporte” al reino de los vivos, espero que a todos con los que tuvimos la dicha de compartir tiempo y espacio, sepan que se les quiere, se les recuerda y, en su caso, se les lee. Esperemos que se den su vuelta no solo el día de muertos.  

Me despido por hoy con el poema “Epitafio romano”, de Francisco Brines, poeta español fallecido en mayo de este año:

«No fui nada, y ahora nada soy.

Pero tú, que aún existes, bebe, goza

de la vida..., y luego ven.»

                                          Eres un buen amigo.

Ya sé que hablas en serio, porque la amable piedra

la dictaste con vida: no es tuyo el privilegio,

ni de nadie,

poder decir si es bueno o malo

llegar ahí.

                 Quien lea, debe saber que el tuyo

también es mi epitafio. Valgan tópicas frases

por tópicas cenizas.   

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Twitter: @corazontodito

Posdata: De a dos o tres post al día, desde ayer he estado actualizando mi blog “Muerte y arte en San Luis Potosí (y, obvio, más allá)”, disponible en https://muerteenlaliteraturapotosina.blogspot.com/. Colaboraciones, bienvenidas hasta este lunes, pues el martes 2 será el último día de subir materiales a este altar virtual.