La dimensión socioafectiva en todos los seres humanos, es una de las claves más importantes para el desarrollo personal y un elemento que no se puede dejar de lado, al momento de tener trato e interacción con los otros individuos.
La educación integral diversificada no puede dejar de “echar mano” de esta herramienta, sobre todo, si se toma en cuenta que, aparte de la escuela y los profesores, participa todo el conglomerado social como las familias y los medios de comunicación, entre otros.
Cuando alguien educa, además de transmitir conocimientos, impulsa consciente o inconscientemente, otras esferas de la persona; tal es el caso de lo socioafectivo y me refiero particularmente a la autoestima; educar, usándola como herramienta, pero al mismo tiempo para confirmarla y potenciarla en quien se usa.
La autoestima como tal, cumple el importante papel de mostrar a cada individuo el conocimiento de su propia persona; darse cuenta de quién es, cómo es, cómo se define, qué características físicas, mentales y actitudinales muestra; y todos los elementos que sirven para valorarse, en mayor o menor medida, a sí mismo y frente a los demás.
Educar desde y para la autoestima es todo un proceso que brinda la posibilidad de darnos la seguridad y confianza de lo que somos y hacemos; y que si bien, se va desarrollando y adquiriendo de manera personal, se ratifica de forma social con quienes nos rodean, por ejemplo: el niño desde pequeño, a toda acción que realiza, voltea a buscar la confirmación de los padres o personas mayores que le rodean; en edades mayores, este fenómeno se repite y es esencial para corroborar nuestro actuar.
Una estima alta en las personas, ayudará a tener acciones y conductas más seguras y eficientes, desarrollando iniciativa propia, generación de proyectos y la claridad de lo que se tiene, lo que se busca y hasta dónde se planea llegar; por el contrario, una estima baja condiciona, por lo general, a personalidades inseguras y carentes de iniciativa, esperando que se les diga qué y cómo desarrollar sus acciones, necesitando en todo momento el ser conducidos y corroborados, para saber si su actuar es el correcto y sobre todo, para sentirse aceptados.
Hay claves importantes; no son leyes, reglas o recetas, pero resultan de mucha utilidad cuando se ponen en acción; me refiero al uso de palabras y frases que ayuden a generar, elevar o mantener la confianza y la autoestima en las personas de todas las edades, al mismo tiempo que se efectúa todo el proceso de enseñanza integral diversificada.
“…ese día me presenté a la primera clase en esa escuela primaria, iba a cursar el 5º grado y venía de un proceso previo de haber peregrinado cada año por una escuela diferente. A la entrada del salón, me recibió con una sonrisa y de manera muy amable la maestra Olimpia, quien era la encargada de ese grupo.
Todo transcurrió de manera normal: comentarios, preguntas, respuestas, pizarrón, libros y libretas, hasta que llegó la hora de la salida. Al momento de enfilarme hacia la puerta del salón, me detuvo la maestra y poniendo su mano en mi hombro dijo: Gustavo, ¡eres muy inteligente!; igual se equivocó, igual lo dijo como una frase que mencionaba a todos, igual y ni contaba con los elementos suficientes para afirmarlo; pero la forma y la seguridad con que lo dijo, me impactó y se quedó grabado en la mente de por vida…”
Todo es cuestión de una frase, de una palabra (“inteligente”, “valioso”, “importante”, “muy bien” “lo vas a mejorar”, etc.), con el tono, el convencimiento y en el momento preciso; bien sea, dicho por un maestro a su alumno, por un padre o madre de familia a sus hijos, entre amigos, entre una pareja, de los hijos a los padres y en cualquier situación social, porque el resultado será el mismo.
Pero como se comprenderá, el resultado contrario se obtiene al mencionar palabras o frases que provoquen o refuercen la autoestima baja: Eres un… “menso”, “bruto”, “burro”, “estúpido”, “pendejo” y toda serie de calificativos que en el lenguaje cotidiano se usan para denostar a las personas.
“…ese día, en esa escuela de educación superior, se encontraban en clase, cuando repentinamente, desde su escritorio, el profesor pidió a uno de los alumnos que pasara al pizarrón a resolver un problema; éste, al sentirse sorprendido por la orden, titubeó y se puso extremadamente nervioso. Esta situación la aprovechó el maestro para decirle: ¡míralo, estás bien bestia!, lo que causó tremendas burlas y risas de parte de todos sus compañeros de clase.
A partir de ese momento, fue conocido como: “el bestia” y ese apodo lo persiguió a todas partes, porque así se referían a él: al ir con su novia, con sus amigos, con sus padres, con sus vecinos, con su esposa, con sus hijos…
Pasado algunos años, una persona se presentó en la misma escuela, en el mismo salón de clases, con el mismo profesor de esa materia y en ese mismo escritorio le aventó una serie de documentos: … soy a quien bautizaste como “el bestia” ¿lo recuerdas?, yo no lo he olvidado. Este es mi título de doctorado y estas son las notas de todo lo que tuve que pagar al psicólogo, por la atención que recibí, para poder sobrevivir con lo que tú provocaste, porque se me quedó grabado de por vida…”
La autoimagen, la autodefinición, el autoconcepto y la autoaceptación, como integrantes de la autoestima, resultan fundamentales para todo proceso de conformación de la identidad personal; y como hemos visto, son la llave para que profesores, padres de familia, medios de comunicación y otros, la usen para generar la confianza en las personas.
Educar integralmente y de forma diversificada, es tarea no solo de los maestros y escuelas, sino de todos los grupos, actores sociales y en todos los escenarios; pero, además, si esta educación usa como llave, frases y palabras que eleven la autoestima, habremos dado un paso enorme en la generación de la confianza que cada persona verá reflejada en su calidad de vida.
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