Familia y escuela Capítulo 155: Padres violentos, ¿hijos violentos?

Es de lo más frecuente el dar por hecho la afirmación de que si existieron padres que violentaron a sus hijos; o crearon en su familia un ambiente en donde las actitudes y actividades de violencia eran una constante, sus hijos reproducirían también esa violencia al mismo nivel y cirunstancias o incluso a un nivel más elevado.

El fundamento para dar por hecho esta aseveración, aparte de ser integrante de la sabiduría popular, tiene su origen en lo que se denomina como: “aprendizaje vicario”, el cual consiste en aprender al observar el comportamiento de otros individuos y hacerlos y ponerlos en práctica como si fueran nuestros; es decir, por imitación.

Sin embargo, el dar por verdad una afirmación tan directa entre padres e hijos implica, por un lado, etiquetar a ambos, como seres sin voluntad y con escasa capacidad de tomar decisiones sobre sus acciones y su vida en general.

Para el caso de los padres de familia, dada la enorme dificultad que representa el ser papá o mamá, sobre todo sin haber llevado un “curso o escuela” para serlo y entonces aprenderlo sobre la marcha, en ocasiones recordando cómo fuimos formados por nuestros propios progenitores y en otras (la mayoría) aprendiéndolo empíricamente todos los días, por lo que resulta más que comprensible que se enfrentan a situaciones nunca antes previstas.

Ese enfrentamiento con distintas situaciones de índole familiar como la crianza, la manutención económica, el brindar apoyo moral, académico, psicológico y civil a sus hijos, además del natural desgaste que existe con la convivencia y los distintos caracteres y personalidadaes de sus integrantes, van provocando que se den situaciones de conflicto y devaluación en la relación, que generan actitudes ocasionales de ira y violencia.

Estas actitudes ocasionales, en ningún momento se pueden llegar a “etiquetar” como un ambiente o padres con un estilo de crianza violento, dado que son situaciones naturales y espontáneas en cada familia; en todo caso, el cuidar que dichas situaciones no se conviertan en una constante.

Para el caso de los hijos, aquellos quienes en verdad vivieron o viven un ambiente familiar poco saludable y rodeados de una violencia constante de todo tipo, habría que darles la confianza y reconocimiento de que no son “videograbadoras sin conciencia”, es decir, que son tan inteligentes y con capacidad crítica de poder decidir el no reproducir, ahora con su familia, los mismos eventos con los que ellos fueron educados y proponer entonces, romper la cadena de acciones negativas y generar ambientes de confianza.

Por otro lado, el ubicar la generación y establecimiento de la violencia, vinculando como elemento reproductor únicamente a la relación y ambiente familiar entre pades e hijos, estaríamos observando solo una parte de la historia, porque “la película completa” incluye también a la normalización social que de la violencia se ha hecho.

Para esta normalización han colaborado ampliamente los medios de comunicación y todos los contenidos difundidos, en los cuales, con base en reproducir de manera indiscriminada noticias, series, películas y en general toda clase de escenas que hacen apología de estas actitudes, incluidas aquellas que ubican como “super héroes” a diferentes delincuentes y narcotraficantes.

Se añade a lo anterior, los ambientes sociales afuera de los hogares, en los cuales se aprecian cotidianamente diferentes acciones de violencia entre automovilistas, en el transporte urbano, en los espacios de diversión y recreación como bares y estadios de futbol; durante el trayecto peatonal por las diferentes avenidas y calles, supermercados y autoservicios y muchos espacios más.

Incluso, estas actitudes han estado presentes en los planteles escolares, en aulas, espacios para recesos y recreos o en las afueras de las instituciones; presentes también con el grupo de amistadas que se frecuenta, ya lo dice la sabiduría popular: “El que con lobos anda, a aullar se enseña”.

Padres violentos, ¿hijos violentos?, no necesariamente, el fenómeno es más complicado que ello, es por eso que encontramos combinaciones interesantes: familias funcionales, con padres y ambientes armoniosos y afectivos; no obstante con ello, el surgimiento de hijos con rasgos de violencia; o bien, hogares plagados de actitudes y ambientes de violencia, con hijos que manifiestan equilibrio emocional.

Si entendemos la complejidad anterior, debemos concordar que en todos los casos, lo que menos abona a esta problemática es la normalización social de la violencia.

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