Parece un contrasentido. Enseñar para algo incierto, para algo que no hay seguridad que ocurra; abandonar o dudar de la certeza de los conocimientos, costumbres y elementos que por años se han inculcado en escuelas, familias y las diferentes formas de comunicación masiva, ¿por algo que ofrece incertidumbre?
Resulta que, en el imaginario social, permanece la idea que lo que aprendemos de manera formal y no formal es necesario para “triunfar en la vida” y es por eso que se ha masificado y hasta hecho obligatorio el llevar a sus hijos a las escuelas, de ser posible, hasta terminar una carrera profesional; y en las casas, se ha llenado de encomiendas educativas, de consejos, conductas y costumbres que tienen como finalidad el encaminar a los hijos hacia su óptimo desarrollo para que obtengan todas las condiciones para que puedan desarrollarse con su propia familia.
Lo recibido en la escuela y en la casa, desde luego que es importante, porque son cosas necesarias y útiles; sin embargo, no puede ser pensado necesariamente como un paquete de información fijo y pre definido para todas las situaciones que se presentarán.
Educar para algo inamovible, para algo que suponemos que no cambiará y se presentará ineluctablemente siempre de la misma manera en la sociedad, es un absurdo, porque todos los elementos y fenómenos que ocurren, se encuentran siempre sujetos a un constante “movimiento” y “dinámica” que permite asegurar que los mismos sucesos, en el mismo tiempo y en un mismo lugar, tienen una alta probabilidad de no ocurrir exactamente de la misma manera.
No pocos estudiantes que egresan del nivel superior, mencionan: “la verdad, yo aprendí, hasta que salí a trabajar…” “es que en la escuela me hubieran enseñado más de lo que en verdad estoy realmente necesitando…”
En los casos mencionados, existe la percepción de que con lo que aprendieron durante el curso de sus estudios, iba a ser necesario para el desempeño de sus labores profesionales; pero se encontraron con las diferentes realidades, que están demostrándoles que lo que estudiaron no es más que una base, que aunque suficiente, es incompleta si no se fomentaron las habilidades para enfrentar lo incierto, lo no previsto, los avances y progresos científicos, los nuevos casos y nuevas problemáticas a resolver.
Morin mencionaba que: “La educación del futuro debe volver sobre las incertidumbres ligadas al conocimiento”, pero ¿cómo se debe enseñar para la incertidumbre?
Ya se han dado ciertos adelantos al respecto; por ejemplo, el que el sistema educativo mexicano haya introducido algunos elementos de educación integral en el nivel básico y medio superior; lo mismo han hecho algunas escuelas superiores profesionales, sin duda que es un gran avance, porque ya consideran la promoción y el fomento de algunos valores; sin embargo, queda pendiente el abordar y fomentar algunas habilidades que permitan la adaptación y reacción favorable hacia lo que se vaya presentando.
Estas habilidades que ahora se tienen que entender como “necesarias”, deben de apuntar hacia factores que propicien en las personas (no solo los estudiantes y profesionales), el entendimiento que este mundo real y cotidiano, está en constante movimiento y transformación y que lo que hasta ahora era útil y funcional, pasando algunos minutos ya no lo será; la receta única e infalible para aplicarse a todas las situaciones no existe.
Algunas de los puntos que se debieran considerar para la educación hacia lo incierto, sin duda alguna residen en habilidades, no solo para el desarrollo laboral, sino para la persona misma y el proceso de su día a día; a manera de ejemplo menciono algunas (muy pocas) de ellas:
Autoaprendizaje activo: considerado como el tener la capacidad de auto generar sus propios procesos de aprendizaje; de forma tal que, los conocimientos que vaya necesitando, los vaya obteniendo de manera autónoma y con la convicción de que son necesarios para sí, pero que, además, con la propia decisión de iniciarlo, sin esperar a que se le solicite o se le obligue.
Autoevaluación: el realizar un alto, para analizar las acciones personales en las que hemos participado y la forma en cómo las hemos desarrollado. Lo anterior no se efectúa con el afán de aprobar o reprobarnos, sino como una forma de obtener información de nuestras necesidades y proceder a aplicar el autoconocimiento activo y obtenerlas.
Decisión asertiva: acciones que respetan al otro y a sí mismo y que se basan en la honestidad para generar confianza y seguridad en nuestras conductas; el simple hecho de decidir nuestro consumo cultural al elegir una lectura o algún programa televisivo; o el decidir sobre el consumo de sustancias (legales o ilegales); incluso, en la calidad de la alimentación que ingerimos, entre otros muchos ejemplos.
No es raro que muchas de las empresas, para mejorar su productividad, al reclutar a su personal tomen ya en consideración, no solo los conocimientos especializados teóricos y técnicos, sino muchas de las habilidades de las cuales aquí solo hemos comentado algunas y que les generan soluciones a las diferentes problemáticas que se van presentando.
No veo nada descabellado el que, en un futuro cercano, en las escuelas de todos los niveles podamos ver en sus planes de estudio materias como: “autoaprendizaje activo” o bien “autoevaluación” o el taller de “Decisión asertiva”; y que en las familias y medios de comunicación se dialogue acerca de estas habilidades, en ambos casos atendiendo a la enseñanza y formación para la incertidumbre.
Si uno de los objetivos de la educación integral es el formar hacia el futuro, no debemos de olvidar lo que Edgar Morín dice: “El futuro se llama incertidumbre”
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