No cabe duda que en un mundo tan pragmático y plagado de valores que se inscriben en la utilidad del mercado, el consumismo y la productividad que cada individuo pueda lograr; existen grupos de personas que, en su mayoría inevitablemente quedan fuera de estas acciones; pero que, como lo describiremos, la lógica de otros planos sociales y culturales les da sentido a sus vidas, me refiero a los adultos mayores.
Comienzo mostrando los significados que diferentes diccionarios de la lenga española ofrecen acerca de los términos: “viejo” y “anciano”, resultando casi sinónimos, pues los describen como: “de edad avanzada”, “tercera edad”, “estar en el último periodo de vida”, “decadencia física y psíquica”, entre otros.
De mayor interés resulta descubrir algunos de los diferentes sinónimos que se usan para ambos términos, empleados de manera indistinta para personas o cosas: “vetusto”, “inservible”, “añejo”, “caduco”, “decrépito”, “acabado”, “ruinoso” y muchos más; la mayoría de ellos aplicados de una manera peyorativa o determinantemente en alusión a lo “poco útil”.
Seguramente la mayoría de nosotros podremos distinguir que la misma palabra, dependiendo de la situación, el contexto y el tono en que se use, tiene significados diferentes, incluso opuestos entre sí; no es lo mismo decir en un tono fuerte: “¡maldito viejo, maldito anciano!” a decir con un tono amable: “…vamos viejo, mi anciano, tomemos un café”. En ambos casos, como se entiende, lo que rodea y contextualiza las frases le otorga sentidos contrarios.
Hasta aquí, tal parece que existe claridad en la aplicación y uso de ambas palabras como sinónimos; incluso en términos legales y laborales se tiene ya un marco específico en México que establece condiciones, derechos, obligaciones, consideraciones y hasta la unificación de la edad y nombre que los caracteriza.
De acuerdo con la Ley de los Derechos de las Personas Adultas Mayores (2014), menciona que éstas serán aquellas que cuenten con sesenta años o más de edad, además de argumentar que: es una herramienta útil para hacer valer los derechos de las personas de la tercera edad, así como para revalorarlas, ya que son la memoria y cimiento de lo que hoy es nuestra gran nación (sic).
Cuando transportamos todo lo mencionado a terrenos sociales, culturales y sobre todo laborales, resulta que los argumentos “sólidos se desvanecen en el aire”, como lo diría Marx y retomaría posteriormente Berman; y es que, ante tanta seguridad y claridad del concepto, al momento de aparecer y ser experimentado en la vida de las personas, el ser anciano y viejo resulta confuso, excluyente, una minusvalía, denigrante y hasta motivo de trauma.
Cuando alguien mayor de 40 años de edad (incluso menor) acude en búsqueda de trabajo, para la mayoría de las ramas de la producción ya es “viejo”, “inservible”; incluso esa edad, para profesiones donde el estado físico es básico, como las actividades deportivas, sería impensable su contratación.
Es en estos planos del “día a día” en donde al fin ocurre una separación de los términos, que de hecho lo están, pero que aquí dejan de ser tomados como sinónimos: el ser viejo y el ser anciano, no tienen la misma connotación, ni el mismo sentido de vida, mucho menos representativo de una edad determinada.
Anciana es una persona que tiene mediana o avanzada edad y la usa de manera ingeniosa, en pro de los demás y de sí mismo, con proyecto de vida, con actividad física y mental; en tanto que, Vieja es la persona desmotivada, que ha perdido la jovialidad espiritual y el camino para vivir y trascender; por lo que, su experiencia se pierde (servisalud, 2019); en este sentido, habría personas que aunque con corta o mediana edad sean literalmente viejos.
Una de las actividades que refleja cabalmente estas características, es sin duda la Educación Integral. Aquella en donde se ponen en juego, entre otros, los ámbitos escolares y familiares; los conocimientos, actitudes, valores y emociones. ¿hasta qué punto padres de familia y maestros somos capaces de ser “viejos” o “ancianos”? ¿de seguir enseñando y aprendiendo?
Hablemos de ancianos en la función social y educativa:
Ella es Juanita, maestra que cuenta actualmente con 75 años de edad e inició su servicio como docente a los 16; creando su carrera entre experiencia y estudios, llegando a cursar el doctorado en educación. Su proyecto de vida la llevó a transitar de dar clase a ser directora en educación secundaria. Su sencillez la distingue y no obstante a ser transferida a un lugar alejado de su hogar, con gusto asume su función, transmitiendo su experiencia a jóvenes y docentes de una escuela en una comunidad de la huasteca potosina.
Ella es Doña Felícitas o “Doña Licha” como se le conoce con cariño por familiares, amigos y vecinos. Cuenta con 88 años de edad y platica que solamente cursó el primer año de primaria en su comunidad en Villa de Zaragoza, San Luis Potosí en 1935; recuerda perfectamente a su maestra “Paulina” y que en ese solo año de estudios aprendió a leer, escribir, sumar y restar.
No requirió estudiar más para ser “maestra de vida”, y fue en un sentido literal, porque al acompañar a una persona mayor aprendió los menesteres de ser partera y al tener los conocimientos básicos de su escuela primaria, fue capacitada por los servicios de salud para desempeñar el rol de Partera Tradicional, que ampara el artículo 64 de la Ley General de Salud en México. No solo recibía a los bebés, sino que enseñaba y conducía a las embarazadas física, espiritual y psicológicamente hacia alumbramientos exitosos.
“Maestra de vida”, porque al contraer matrimonio con Don Román (QEPD), violinista tradicional muy destacado en la región; y emigrar a la capital potosina, en búsqueda de mejores condiciones de vida y tener, ya para entonces una familia con 13 hijos (2 finados), se hizo cargo de formarlos a todos ellos en valores, actitudes y responsabilidades, logrando crear una familia extensa con éxito.
A la fecha, todavía muchas personas, desde hijos hasta tataranietos, así como otros familiares y amistades acuden con ella para consultar y recibir alguna indicación para el cuidado de la salud en general o relacionado con la preparación para el parto y el puerperio; incluso en otros casos, acuden para recibir consejo moral o espiritual o una plática cargada de sabiduría, cariño y comprensión. Doña Licha los atiende a todos, sin prejuicios, porque tiene la acumulación de su experiencia; en su ancianidad, es “Maestra de vida”.
El desarrollo fisiológico del ser humano incluye la reproducción de todas las células que componen nuestro cuerpo; al avanzar la edad, esta reproducción va menguando, provocando que llegado el momento que dicta cada reloj biológico, se tenga fallas en órganos, aparatos y sistemas, resultando inexorablemente en la muerte natural.
Maestro, maestra; padre y madre de familia. Al avanzar tu tiempo, en tu función social y educativa, tienes dos opciones: ser viejo o ser anciano. Tu elijes
Comentarios: gibarra@uaslp.mx