Familia y escuela Capítulo 106: Educar y amar

Pareciera inusual o poco propio el unir o relacionar ambos verbos, sin embargo, tienen más en común que lo que se pudiera pensar.

El amor, como elemento humano universal, ha sido definido de múltiples formas, ubicándolo como el motor y tema para el desarrollo de infinidad de actividades artísticas en diferentes géneros e innumerables obras; incluso, como elemento fundamental para la vida cotidiana de las personas “…todos hemos sentido en algún momento de nuestras vidas el amor o el desamor y nos ha llevado a actuar de formas a veces ilógicas o a descubrir en nosotros facetas que desconocíamos…”

Para este sentimiento se han llegado a establecer categorías entre el estimar, querer y amar; diferenciar entre elementos bondadosos, positivos, honestos y “bien intencionados”, hasta contrastarlos con los malévolos y con las peores intenciones; además, a asociarlo con la felicidad y el bienestar, depositando la confianza en alguien más de manera material o religiosamente espiritual.

De igual forma, se asocia con una relación personal en donde se pudiera incluir, no solo a la pareja, sino también por quienes se tiene ese afecto especial, como son la madre, el padre, hermanos, abuelos, amigos y otros más en los que depositamos ese sentimiento

Sin embargo, la inercia social ha llevado a establecer casi como significado único de amar, el sentimiento y acciones que se tienen por él o ella, es decir, las sensaciones sentimentales, espirituales, pasionales y hasta carnales por otra persona.

Para ello y no obstante que el amor se puede manifestar en cualquier tiempo y espacio, la mercadotecnia ha creado fechas en donde “se tiene” que manifestar el amor y la amistad, por la pareja, la madre, los abuelos, la familia y otros “pretextos” más para expresarlo.

Para poder relacionar la acción de amar con el educar, tenemos que partir de elementos más fundantes y con mayor amplitud y alcance; es decir, entender al amor como ese sentimiento en donde existe afecto, inclinación y entrega hacia alguien o algo, de manera desinteresada y, sobre todo, convencidos de dar lo que poseemos, independientemente si esta posesión es material o inmaterial, remunerada o no.

Los que educamos, me refiero en el sentido amplio del término, a todos aquellos que tenemos relación y responsabilidades frente a personas, llámese padres de familia, comunicadores, personal de salud, artistas, burócratas y, en fin, una larga lista hasta llegar a los maestros de todos los niveles educativos, con la responsabilidad de educar a sus alumnos; tenemos ante nosotros el gran reto de amar al educar.

Debemos entender que el educar, lo mismo que el amar, es dar, entregar, fomentar, impulsar, lograr el entendimiento, claridad y bienestar del otro.

¿No es amar al enseñar las formas de desarrollo social con los integrantes de una familia? ¿La manera en que desinteresadamente brindamos afecto impulsando a las parejas, los hijos y los demás integrantes que la conforman?.

Amamos al entregar el talento y enseñar nuestras formas de ver la vida hacia los demás, a través de la creación de un cuadro o escultura, de interpretar un personaje en una obra de teatro o una canción; de crear una historia, cuento, artículo u otro escrito que haga reflexionar y ampliar el criterio de quienes nos leen.

Se ama y se educa al atender de manera amable y humana a un paciente, un cliente en una tienda, un pasajero en un transporte urbano o un usuario que asiste a un trámite en cualquier dependencia privada o pública.

Es amor, el que demuestra una persona al entregar su vida al servicio espiritual o religioso, para apoyar a los demás, mediante su asistencia o misión en comunidades indígenas, marginales o sitios urbanos en barrios y zonas de diferentes características y estratos sociales, mostrándoles y en ese sentido enseñando que, esta dimensión del ser humano es necesaria.

No comprendería la labor de los maestros, si solo se dedican a “vaciar” un programa de estudios en la mente de sus alumnos, logrando que repitan en un examen lo que se dice en un libro de texto y, sentir como algo exitoso, el lograr con ello solamente la obtención de un número conocido como “calificación”.

El amar y educar en los profesionales de la docencia, debe incluir la firme intención de entregar, no solo un conocimiento, sino de impulsar, fomentar y generar la seguridad, la creatividad e ingenio de resolver cualquier situación que en su vida se presente; la realidad de no solo quedarse con lo visto en clases, sino que existe siempre un universo por aprender fuera del aula; de que no obstante pertenezca a niveles educativos básicos o de posgrado, existe la necesidad constante del reconocimiento y fomento de la autoestima.

Tanto en los maestros como en padres de familia y todos los demás actores que en un sentido amplio se reconocen como personas que pueden y deben amar y educar, bastaría simplemente con el hecho de reconocer y darnos cuenta que frente a nosotros los tenemos a ellos: hijos, alumnos, pacientes, usuarios, tele y radio audiencia, etc. Mirándonos fijamente, observando nuestro actuar, escuchando nuestras palabras, reconociendo los valores que practicamos, para que, a veces sin darnos cuenta, ellos reciban lo que ofrecemos y enseñamos.

A final de cuentas, Educar y amar, no son acciones tan diversas, es cuestión de ampliar el significado de ambos conceptos y apreciar que se conjuntan y actúan en el mismo sentido; quien educa, ama y entrega algo de su persona, ayuda e impulsa con ello a otra, sin necesidad de poner u obtener necesariamente una calificación, reconocimiento o remuneración económica; simplemente por el hecho de trascender como seres humanos.

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