Tal pareciera que, al conjugar los vocablos de magia y educación, estamos refiriéndonos a un contrasentido, a una imposible unión entre agua y aceite; a la inaceptable relación entre lo comprobable científicamente con lo inmaterial y subjetivo que resultan las costumbres, tradiciones, creencias y valores culturales de las personas.
La educación, concebida o prefigurada socialmente como esa actividad seria, formal y digna de aprecio; llegando incluso a ubicarla como una característica indispensable e infaltable en toda persona, marginando y minusvalorando a aquellos individuos que no tuvieron la oportunidad de cursarla o de culminarla.
Por su parte, la magia, ha permanecido en el imaginario social como esa actividad “poco seria” que va desde los espectáculos que diferentes personas ofrecen públicamente, demostrando cosas y eventos que divierten y causan asombro; de igual forma, las actividades mágico-religiosas que buscan atribuir acciones y consecuencias bondadosas desde divinidades, hasta umbrales oscuros, supersticiones y creencias, en donde se vincula con acciones malévolas insertas en la llamada “magia negra”.
Como se puede entender, el reunir ambos conceptos tal y como mínimamente los hemos descrito, resultaría una mezcla ilógica y polarizada, con mínimas esperanzas de unirlos.
Sin embargo, cuando exploramos el significado antropológico y cultural del concepto “magia”, nos encontramos con una dimensión espiritual de las personas, en la cual se solicita a elementos divinos e inmateriales, es decir, a personas o cosas que ya no se encuentran en este plano terrenal, para que intercedan en nuestra realidad física y cotidiana.
Un ejemplo muy claro de lo anterior, lo encontramos en los aspectos mágico-religiosos que intervienen en el área de la salud: personas (pacientes o personal médico) solicitando, orando, ofreciendo toda clase de ofrendas, promesas, pruebas, acciones, exvotos, caminatas y procesiones; por su parte, reclinatorios, capillas y lugares específicos en clínicas y hospitales, ubicadas ex profeso para realizar estos rituales, buscando y practicando, indudablemente, la unión de ambos conceptos, para solicitar la mejoría y cura de algún familiar o persona cercana.
Realmente, pedirle a algo espiritual que interceda en lo material, es algo muy común en la cotidianidad cultural de las personas, en sus familias, trabajos y actividades, incluso en las profesiones “más científicas” o “más serias y formales”.
Entonces, ¿por qué desvincular o desconocer ambos conceptos en la educación?
No nos estamos refiriendo a la promoción o negación de la enseñanza formal de la religión o aspectos de ella en las escuelas, familias o medios de comunicación y redes sociales; estamos en una categoría mayor, en la cual entendemos que, en el desarrollo de los procesos educativos están presentes ineludiblemente, elementos de carácter mágico, los cuales pueden potenciar, apoyar y reforzar las intenciones de toda forma de educar.
Basta con mencionar algunos ejemplos de acciones y rituales que vinculan, en un sentido lo mágico con lo educativo y en el otro a lo educativo con lo mágico:
Infinidad de alumnos, padres de familia y hasta profesores y profesoras, al salir de su casa rumbo a sus diferentes planteles escolares o incluso antes de ingresar a éstos, revisan que lleven entre sus accesorios personales desde amuletos, imágenes, medallas, crucifijos u otro elemento, emitiendo algún símbolo sobre su rostro, acompañando con alguna frase u oración, la solicitud a algo o alguien espiritual, para que en sus actividades les vaya bien, todo correcto y sin algún problema mayor.
Para las situaciones en donde los alumnos tienen que presentar un examen de gran relevancia, dado que, de su resultado depende su futuro al ingresar a una escuela de educación superior o, para su permanencia en esa carrera profesional; no son pocos los casos en donde ellos asisten a diferentes templos, capillas y lugares de oración, para solicitar a algo o alguien espiritual que interceda por ellos en su realidad material; por su parte, sus diferentes familias, acompañan estas acciones mágicas desde casa, con imágenes divinas expuestas a veladoras encendidas, oraciones y ofrendas.
Uno de los sentidos más hermosos en donde la educación provoca literalmente elementos mágicos en sus actores, se da cuando desde familias y escuelas, tanto padres como maestros logran que sus hijos y alumnos desarrollen y practiquen acciones que van mucho más allá que cosas técnicas y científicas.
¿No es mágico observar que hemos formado de tal manera a nuestros hijos y alumnos que, en su vida cotidiana, han reconocido su dimensión espiritual y practican habilidades y actitudes, actuando con valores, honestidad, agradecimiento, solidaridad, responsabilidad y muchas otras cosas integrales más?
La magia y la educación es un binomio que, aunque se insista en separar, caminan de la mano llevando e impulsando el uno al otro alternadamente en la misma dirección y persiguiendo el mismo objetivo.
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