La educación como proceso social diversificado, no solo circunscrito a la escuela, siempre ha salido airosa de cualquier circunstancia y adaptada a cualquier contexto específico y características particulares que en el devenir de toda sociedad se presenten.
El riesgo que ahora emerge, es mucho mayor a todos los anteriormente confrontados, dado que, implica un cambio de paradigma social, cultural, tecnológico y cibernético que sin darnos cuenta se ha venido introduciendo y aceptando como parte “normal” de la existencia cotidiana de las sociedades.
El nombre y apellido de la circunstancia que en esta ocasión enfrenta la vida social en general y en particular el proceso educativo es: Inteligencia artificial. Ésta, se ha presentado como “un pulpo de muchos brazos” y ha tomado entre ellos a todos los órdenes de la coexistencia en la tierra.
De entrada, nunca tuvimos la prudencia de entender que el otorgar el título nobiliario de “Inteligencia artificial” era mucho más que solo nombrar a un proceso y herramientas; era una ofensa hacia el más importante elemento que nos separa del reino animal: la inteligencia humana y que, al paso del tiempo, fuéramos a depender de ella para todas nuestras actividades.
Hemos sido tan, pero tan inteligentes que hemos creado una serie de elementos que de manera autónoma han ido renovando y mejorando sus procesos, de forma tal que paulatinamente han suplantando características netamente humanas.
Con el pretexto de la búsqueda de la perfección que otorga la ciencia y la confianza infalible de la tecnología cibernética “cual, si fuéramos dioses”, hemos dejado fuera procesos básicos que nos caracterizan: los sentimientos, las esperanzas, el valor de la palabra, la reflexión después de un error, los valores y las actitudes y muchos elementos más que han perdido importancia o han ido definitivamente despareciendo.
Esta Inteligencia artificial ha permeado, lo mismo que en todos los procesos sociales, en el educativo.
La educación en familias, ha privilegiado en sus integrantes la actualización y uso de todos los procesos y aparatos a través del dominio del “internet o inteligencia de las cosas”, dejando de lado el diálogo, el apoyo y entendimiento que se tiene del otro, mediante una charla a la hora de la comida; ahora ni las miradas son compartidas, porque éstas están puestas en el aparato celular.
Se sabe cómo darle “like” o cualquier ícono en una red social, lo mismo que cómo ordenarle a “Alexa” cualquier ocurrencia, necesaria o no; sin embargo, no se sabe cómo interactuar, dialogar y resolver un problema de padres a hijos y viceversa; incluso, se tiene más confianza en contarle cosas, en ocasiones muy íntimas o privadas a una plataforma virtual que a la propia familia.
Por su parte, la educación escolarizada ha tenido que ir cediendo poco a poco al uso de la tecnología y a las demandas de esta inteligencia virtual. En un principio se prohibía la introducción y uso de aparatos celulares, ahora son más que necesarios, sobre todo, después del periodo pandémico; se tuvo el atrevimiento y poco tino de llamar a algunas aulas con servicio de internet y computadoras como “aulas inteligentes” como si los alumnos y maestros no lo fueran.
Para el caso de los maestros y padres de familia, comenzó para muchos un calvario al tener que capacitarse de manera urgente en la obtención y manejo de diferentes plataformas y redes sociales, para acompañar el ritmo de educación que se plantea: virtual y digital en todos o la mayoría de sus procesos.
Lo siguiente duele decirlo: la educación brindada en muchas de las escuelas de los niveles inferiores y hasta posgrados, ha omitido la inteligencia y reflexión humana al dejar de lado los procesos básicos de comprensión, suplantándolos por esa “inteligencia fría e infalible”, desde el conteo y operaciones fundamentales con ábaco o cualquier medio tradicional por una calculadora; desde el desarrollo profesional de una fórmula por una aplicación o programa digital.
Ya se advertía que una gran cantidad de alumnos y en muchos casos bajo la aceptación de padres y maestros, acudían a resolver sus tareas, investigaciones y hasta tesis profesionales, consultando páginas, blogs y lugares virtuales que ofrecen suplantar la inteligencia, comprensión y aplicación del conocimiento humano por la comodidad de solo copiar y pegar lo que ya se encuentra elaborado por otra inteligencia en internet.
El siguiente paso de estas Inteligencias artificiales se ha dado y ahora esa inteligencia no es “algo”, sino “alguien”, con el cual puedes charlar y tener un diálogo abierto y sin límites; lo anterior nos lleva a pedirle a ese “alguien inteligente virtual” mil cosas, por ejemplo: que elabore cualquier tarea, ensayo, tesis profesional, investigación o presentación digital, lo que sin negarse lo hará de manera perfecta en segundos, para que el estudiante lo presente como obra inteligente suya.
Para la educación, para todos sus actores incluidos autoridades, padres de familia, maestros y desde luego alumnos, el momento es decisivo; está en juego el dejar de lado la inteligencia y los procesos derivados de ella como característica humana.
Entonces, es tarea educativa “exorcizar de ese demonio” a los procesos de inteligencia, con la encomienda de no cortar de raíz todo lo actualizado; más bien, consiste en volver a tomar el control, cual jardinero experimentado quien quita la plaga, pero conserva la planta y sus raíces para que vuelva a florecer.
Para ello, es necesario volver al origen; a ese origen humano y no divino, el cual, mediante una educación integral diversificada, nos competa a todos y no solo a la escuela, el promover y fomentar valores, actitudes proactivas, inteligencia reflexiva y perfectible asumiendo errores y corrigiendo los mismos.
La inteligencia artificial al servicio de la inteligencia humana.
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