Existen ya diferentes versiones y propuestas acerca de la posibilidad de múltiples universos y realidades paralelas; de igual forma, hay planteamientos de segundos caminos y vías por los cuales transitar, formar y educar para la vida.
Algunos, como el caso de Tomas de Aquino, con el fundamento de la causalidad como explicación divina; en otros, como aquellas formas alternas de vida, personificando a alguien distinto a nosotros; de manera más actual, con el hecho de asumir retos que cibernéticamente se nos imponen y que, no obstante sean peligrosos para nuestra vida física real, asumimos tales condiciones; incluso, con el simple hecho de tomar el camino de reinventarnos y transformarnos virtualmente con un “Avatar” o cualquier personaje o elemento en que nos queramos convertir y así ser percibidos por los demás internautas.
En todos los casos anteriores asumimos la decisión de tomar otra vía y camino, como una segunda opción a la que normalmente estaríamos expuestos en una comunidad física y cotidianamente vivida.
En esta ocasión, me referiré a los conceptos de “segunda vía” y “segundo camino” como a esas formas educativas en donde de manera original y tradicional la primer vía, único objetivo y camino había sido siempre representado desde, por y para el ser humano y como vía alternativa, todos los medios de apoyo y avances tecnológicos, cibernéticos y posibilidades que ayudarían en la formación de una persona.
Sin embargo, a medida que los medios tecnológicos y virtuales han avanzado y de manera vertiginosa se han introducido en todas las actividades de la vida cotidiana, han provocado una cosmovisión del ser humano y de su existencia, fundamentada en el dominio de la naturaleza real y virtual de todos los procesos humanos, con el pretexto de la modernidad y de los logros surgidos de la mente de los hombres.
Esta búsqueda de la perfección, cual si fuéramos dioses, se alimenta de abandonar y desdeñar los procesos netamente humanos, los cuales están siempre dotados de imperfecciones, lo que se logra erradicar mediante el funcionamiento de las máquinas, programas y aplicaciones cibernéticas que realizan todos los pasos sin cometer errores, en apariencia para el “beneficio de la humanidad”.
Esta mecanización y frialdad de los actos humanos, ha llegado a tal medida que ha rebasado y se ha puesto a la delantera de la cualidad más valiosa de los hombres: el razonamiento.
En efecto, se ha reemplazado y casi establecido de manera inoperante al pensamiento y raciocineo, dejando todo este proceso en la confianza ciega y absoluta que hemos depositado en los programas de cómputo, en las aplicaciones cargadas en aparatos celulares, en las calculadoras que ejecutan mil operaciones al instante, en dejar que un programa elija a mi pareja ideal o en el saber con precisión si se está embarazada o no.
Vivimos en la era de la “seguridad de los procesos” y confiados en ello, hemos descuidado que nuestra naturaleza humana nos dictaba estar erguidos para observar el horizonte y nuestro contexto; caminar por las calles y apreciar a quien pasaba frente a nosotros; comer en familia y apreciar los rostros de nuestros familiares; ahora, lo hemos cambiado por estar encorvados, cual mono, observando fija y obligatoriamente un teléfono celular.
Ante este panorama, la educación y formación otorgada y recibida ha cambiado su principal vía y objetivo, dado que ahora se privilegia, en primer término, al dominio de todos los aparatos, programas y aplicaciones, las cuales sin duda, otorgarán las herramientas que están y que habrán de “cargar en ese robot humano” las características y habilidades para su desarrollo futuro; ahora, ante la promesa de ser “todo poderoso”, se dejan de lado las imperfecciones, dudas, valores, sentimientos y hasta nuestra escencia humana.
No son pocas las familias que ante el embate de, ahora esta primera vía y camino, optan por educar a sus hijos en la visión pragmática de buscar solo el diploma, título o forma que únicamente aseguren la obtención económica en el más puro sentido monetario y adquisición de bienes materiales, por encima de todo valor moral, civil o social.
La educación fomentada desde los medios de comunicación, refuerza esta visión de familia, pero, además, “programa a las audiencias” para actuar óptimamente en el espacio del consumismo y hace apología de la violencia, la corrupción y la impunidad como medios para su obtención.
En las escuelas, desde hace ya algunas décadas y sobre todo, ante la irrupción de la pandemia del SARS CoV 2, la primera vía ha sido la tecnológica y sus aplicaciones didácticas, llegando a considerar a un “buen maestro” a aquel que demuestra habilidades cibernéticas, conformado con “vaciar” los contenidos del programa de estudios, cual insertar un chip programable sin errores, en la mente de sus alumnos, dejando de lado el fomento de aspectos integrales y privilegiando la sola obtención de una calificación aprobatoria.
La educación integral ha sido rebasada y colocada como una segunda vía y un segundo camino; aunque, seguramente, todavía existan algunas islas e intentos de regresar esta manera de formación humanista al primer sitio y objetivo; tal es el caso de instituciones que promueven valores, habilidades y actitudes proactivas social y culturalmente; así como la educación basada en proyectos, pero mediante un programa generacional y en contubernio con todos los actores sociales y no como un acto mágico de un sexenio gubernamental.
No se duda del importante aporte de la ciencia; sin embargo, la primer vía y camino en la educación, debe ser siempre la humana y no la robótica, la de la persona y no la de las máquinas; el error y la incertidumbre como motor del aprendizaje; el temor, la alegría, la sorpresa, la curiosidad y no la frialdad de un algoritmo.
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