Educar dista mucho de parecerse a memorizar y aplicar un algoritmo para tener todas las herramientas necesarias para triunfar en sociedad; además, queda muy lejano de desarrollar una educación integral para la vida, en donde a manera de enseñar y aprender una fórmula se pudiera asegurar que, aplicándola de manera precisa y al pie de la letra, logremos ser personas con las características de un ser humano.
Comencemos por explicar lo que significa un algoritmo, de acuerdo con diferentes fuentes: Los algoritmos son secuencias predefinidas y finitas de acciones utilizadas para resolver problemas. En otras palabras, se utilizan para realizar tareas específicas utilizando acciones fijas de pasos que están predeterminados y se ejecutan en un orden preestablecido, funcionan con y sin máquinas; sin embargo, los algoritmos no solo se encuentran en las matemáticas y la informática, también están a nuestro alrededor: desde las luces de los semáforos hasta la función de llamada de un ascensor.
Queda claro que las funciones algorítmicas están regidas por procedimientos y acciones matemáticas, con la exactitud y precisión que éstas aportan y que son aplicadas para generar procesos, sobre todo en máquinas y la tecnología cibernética, además de ser aplicadas, entre muchos otros casos más, a líneas de producción en fábricas y empresas, en las cuales se lleva a cabo la fabricación de productos de forma robotizada o en secuencias de trabajo realizadas por humanos.
Analizando de manera general el proceso educativo, tal pareciera que, enseñar y aprender, se acerca cada vez más al desarrollo de un algoritmo y esto, no solamente en escuelas y familias, sino en todos los procesos en sociedad.
Nos estamos alejando de la educación que, sin olvidar todos los elementos científicos y técnicos sin duda necesarios, procura reconocer, además, las características humanas que nos diferencian de las máquinas y sus procesos infalibles.
En muchas familias se deja de lado las características específicas y muy personales de cada uno de sus miembros y se les somete a un algoritmo consistente en un régimen disciplinario de normas, preceptos, reglamentos, formas de ser y comportarse de la misma manera para todos, incluido las preferencias religiosas, académicas y hasta sexuales y de pareja.
Desde luego que no resulta una cosa sencilla el ser padre o madre de familia y formar a sus hijos atendiendo a las necesidades y características de cada uno de los miembros del grupo, sobre todo porque es una función para la que nunca fuimos capacitados y por consecuencia, nos parece más sencillo aplicar y fomentar las acciones educativas basadas en cómo fuimos educados o con los que por propia experiencia social, se recomiendan; en todos ellos, a final de cuentas, estamos aplicando una serie de pasos convertida en algoritmo.
Con honrosas excepciones, el caso de la educación formal y escolarizada, lleva encaminada su ruta de enseñanza y aprendizaje a simplemente planear, mostrar, desarrollar y pedirle a los alumnos que apliquen todo lo aprendido, cual si fuera un algoritmo, mediante pasos y caminos definidos de manera científica, precisa y exacta; tal pareciera que esta forma de enseñar tiene enorme similitud con programar computadoras o robots en lugar de humanos.
Muchos de los profesores son los ejecutores algorítimicos: llegan, pasan lista y posteriormente su función es enseñar al pie de la letra la planeación que, previamente desarrollaron; en dicha planeación están todos los pasos a seguir, preparados y sistematizados por temas, minutos, actividades, formas de evaluar y productos a elaborar, todo ello, de la misma manera para todos sus alumnos.
Las mismas autoridades escolares, apoyos técnico pedagógicos, coordinadores y demás personal que acompañan el proceso de docentes y alumnos, son los encargados de que el algoritmo se cumpla; sus visitas y revisiones, en la mayoría de los casos, consiste en supervisar el puntual desarrollo de toda la planeación, cuidando que se cumpla minuto a minuto, siendo causal de correcciones y hasta notas negativas su incumplimiento.
Si en esta secuencia de pasos con los que los alumnos fueron “enseñados” a Martín se le dificultó entender un proceso matemático en el tiempo establecido y no lo comprendió o, lo comprendió hasta tiempo después, corre el riesgo de ser catalogado como de “lento aprendizaje”, de no aprobar esa materia, espacio o campo formativo y hasta el abandonar, por reprobación, toda su vida académica, al no haber completado el algoritmo planteado.
El algoritmo limita, puesto que al estar ya predefinidos los procesos y contenidos de los planes de estudio en los diferentes niveles educativos, si María tiene la curiosidad o siente la necesidad de abordar otros conocimientos relacionados con los anotados en las planeaciones, resultaría imposible, dado que no están programados en la actividad del día.
El algoritmo deshumaniza, puesto que desde su origen, fue creado para ejecutar y desarrollar actividades, procesos y resultados infalibles, propios de máquinas; cuando éste es aplicado a humanos, deja de lado sus características propias y desde luego que se aleja también de las características específicas de cada maestro y alumno; queda fuera del proceso educativo los temores, problemas personales, aspectos culturales y sociales; situaciones del contexto familiar y medio que los rodea y un sinfín de aspectos más que, sin duda, afectan de manera directa el enseñar y aprender.
Definitivamente: Educar dista mucho de parecerse a memorizar y aplicar un algoritmo; sin embargo, lo seguimos empleando y valorando sus resultados de manera valiosa y extraordinaria.
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