Familia y escuela Capítulo 223: Estilos docentes únicos

Está claramente definido que las formas y estilos de dar clase e impartir alguna de las diferentes materias de los distintos niveles educativos, tienen, una clasificación técnica y didáctica; es decir, a la hora de desarrollar la profesión docente, hay ya rutas preestablecidas de cómo hacerlo.

Es así que encontramos el estilo autoritario, negligente, permisivo y asertivo-democrático; entre otras tantas clasificaciones que existen; todas ellas se encuentran establecidas bajo una lógica de asegurar que todo lo que pase dentro de un aula de clases puede ser predefinido, planeado y ejecutado siempre con los mismos resultados y asegurando a priori, cual predicción con precisión matemática, lo que acontecerá si se enseña de una forma u otra.

Tenemos entonces que en esta manera de apreciar y vivir el proceso educativo, tal pareciera que todo está alineado a la perfección, cual si fuera un proceso mecánico industrial; maestros mecánicos, alumnos mecánicos y educación mecánica, todo ello llevado a cabo con cuerpos y actores fríos e insensibles.

Sin embargo, la educación es un proceso que, llevado a cabo con, desde y para seres humanos, va mucho más allá que la exactitud técnica que un programa podría asegurar; lo anterior debe quedar claro para todos los docentes y es entonces que los estilos de enseñanza no quedan supeditados a clasificaciones prediseñadas ni a algoritmos o fórmulas rígidas que lo conducen.

Podría pensarse que al momento que alguien se prepara y estudia una carrera profesional relativa a la docencia y pedagogía, se adquieren todos los elementos teóricos, científicos y técnicos para desarrollar la labor de enseñar; pero para aquellos que somos maestros y que hemos sentido y vivido la experiencia de estar en un aula de clases, frente a frente con esas miradas concentradas en ti, bien sabemos que lo que se estudió, es solo la base y el principio del desarrollo de la personalidad de cada docente y, es entonces, que se va creando un estilo propio y único de docencia.

Para la creación del estilo para enseñar que se genera en cada maestro, entran en juego no solamente aspectos técnicos, encontramos que se conjuga la historia de vida de cada uno, la familia de la cual proviene, la región y ubicación sociodemográfica en donde se desarrolló, conjuntamente con su cultura, hábitos, costumbres y creencias filosóficas y religiosas; la forma de lenguajes y medios de comunicación con los que expresaba sus ideas y un sinfín de elementos más, los cuales, en suma, van creando de cada profesor y profesora su particular estilo de enseñanza.

A todo lo expresado, habría que sumarle el cúmulo de vivencias que día con día va experimentando en su labor docente, ante las diferentes necesidades que le van exigiendo adptarse y prepararse ante el embate de todo lo que la modernidad le va planteando conocer y actualizarse, sobre todo, con la aparición de los medios cibernéticos y virtuales que han modificado radicalmente los métodos de enseñanza.

Probablemente el aspecto de mayor relevancia que va moldeando directamente el estilo de enseñanza de cada profesor, lo constiruye sin duda sus alumnos; actúan como su “espejo”, porque en ellos se ve reflejado a símismo; en sus rostros y actitudes se observa claramente si lo que expresó es entendible, si su actitud es bien recibida o es aborrecida, si provoca miedo, aceptación o hasta lástima; es un hecho que la confirmación que se recibe de ellos va corroborando y moldeando ese estilo de enseñanza.

Es cierto, existen clasificaciones de cómo se enseña y que probablemente alcancen para incluir algunas formas de docencia; pero si tuviésemos la capacidad de estar, sin ser vistos, en las aulas de clases y observar lo maravilloso que resulta presenciar todo el clima social que se desarrolla, las conductas de alumnos y sobre todo, a “ese” o “esa” que está al frente, resultaría sorprendente darnos cuenta de la transformación espontánea que esa persona profesional de la docencia muestra.

Una vez que cada docente ingresa y pone un pié dentro del aula, ocurre una metamorfosis, porque ingresa a su territorio, en donde puede desarrollar el estilo propio y sentir nervios, seguridad y hasta la sensación de ser dominador de la situación; es él o ella y se siente seguro (a) de todas sus acciones. Veamos algunos mínimos ejemplos:

Tenemos entonces que surge el maestro que cambia su tono de voz y habla fuerte, con seguridad, pausado y de manera clásica y tradicional llevando el orden grupal; o bien aquellos que privilegian y abusan de estar hablando y hablando con grandes discursos.

Los hay aquellos que de manera muy activa nunca se sientan, caminan de un lado para el otro, transitan entre las filas de alumnos, hablan de forma fluída y constante, ya ponen un ejemplo y enseguida otro, gesticulan con todo el cuerpo moviendo incesantemente las manos y volteando a ver a todos los alumnos.

Qué decir de aquellos que hacen uso de sus cualidades y preferencias culturales o deportivas, mezclando su clase con poemas, canciones y hasta pasos de coreografía y actividades artísticas, sin dejar de lado los comentarios sobre los eventos deportivos de actualidad.

Los hay aquellos representantes de la moda, cual si fueran modelos mostrando las mejores tendencias en ropa, peinados, calzado y accesorios; de la misma manera de aquellos que prefieren asistir lo más cómodo a desarrollar su actividad, ocupando su lugar al sentarse en un extremo del escritorio.

Otros más, tienen el don de la palabra y de la gesticulación; son convincentes, dignos de confianza y de atraer la atención de sus alumnos con tan solo hablar o al mirar y sonreir; el emitir la palabra precisa con el tono, volúmen y claridad adecuada, sumando, además, una postura y movimiento de manos mesurada y segura, tienen con ello su propio y exitoso estilo de docencia.

No se trata de clasificar y delimitar un estilo de otro con la intención de etiquetarlos como buenos o malos; más bien, el reconocer que ser docente es una profesión de vida y que, como ésta, se va definiendo conforme vayamos viviendo e invirtiendo nuestro capital humano en cada acción que desarrollemos durante el trayecto personal y laboral, lo que hace de nuestro estilo, único e irrepetible.

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