Familia y escuela Capítulo 225: Educación: entre la discriminación y el principio de igualdad entre personas.

No cabe duda que la educación, concebida como ese proceso, no solo de transmitir información, sino de formar integralmente a las personas, desde ámbitos familiares, escolares y en general desde todos los grupos sociales en donde se convive, tiene una influencia directa con los niveles de aceptación o discriminación con los que los individuos son percibidos y tratados.

De acuerdo con la Comisión Nacional de los Derechos Humanos en México, discriminar implica “…toda distinción, exclusión, restricción o preferencia que, por acción u omisión, con intención o sin ella, no sea objetiva, racional ni proporcional y tenga por objeto o resultado obstaculizar, restringir, impedir, menoscabar o anular el reconocimiento, goce o ejercicio de los derechos humanos y libertades, cuando se base en uno o más de los siguientes motivos: el origen étnico o nacional, el color de piel, la cultura, el sexo, el género, la edad, las discapacidades, la condición social, económica, de salud o jurídica, la religión, la apariencia física, las características genéticas, la situación migratoria, el embarazo, la lengua, las opiniones, las preferencias sexuales, la identidad o filiación política, el estado civil, la situación familiar, las responsabilidades familiares, el idioma, los antecedentes penales o cualquier otro motivo”

Es por ello que la educación integral atiende todas las dimensiones del ser humano y, entre otras funciones, tiene la finalidad de promover la igualdad entre todos ellos; sin embargo, la formación comúnmente recibida, reproduce todos los prejuicios formados desde los ámbitos familiares, escolares, así como los difundidos en los distintos medios de comunicación, incluidas las redes sociales, desde donde se magnifica a manera de reproche, no aceptación, intolerancia y hasta burla e ironías, las características de otras personas, mediante actitudes de homofobia, misoginia, xenofobia, la segregación racial, entre otras.

Es tan efectiva la forma de educar y aprender dichas actitudes que basta con solo verlas, imitarlas y aceptarlas como adecuadas y “normales” y se llevan a cabo en lo que observamos durante la dinámica y el trato en la familia, en compañeros de escuela y hasta lo transmitido de manera cómica en los programas que difunden audios, imágenes fijas o video, constituyéndose en verdaderas clases magistrales de discriminación.

Ha resultado cotidiano para muchas personas el burlarse, no aceptar trato y hasta ignorar o ver con lástima y de forma inferior a los que tienen un tono de piel oscura mencionándolos con el adjetivo: “negro”, dicho en tono discriminatorio; lo mismo ocurre con el gordo, el flaco, quien tiene una discapacidad física, motriz, cognitiva distinta a la establecida como “normal”; hacia el que no tiene cabello, el que es muy bajo de estatura; quien tiene una preferencia sexual distinta a la binaria; a aquellos nombrados agresiva y  despectivamente como “indios” quienes visten, hablan y tienen acciones acordes con sus usos y costumbres; a los que profesan una facción religiosa distinta a la mayormente practicada; en fin, a todos aquellos sobre los que se finca un prejuicio social y cultural.

En los planteles escolares, no se está exento de estas prácticas discriminatorias y, aunque últimamente han sido catalogadas como acciones de Bullying, éstas han existido desde tiempos anteriores; no se erradica el trato preferencial de género, los abusos físicos sobre los más débiles; la segregación de grupos de pares, bien sea por condiciones físicas, económicas, religiosas y hasta por actividades culturales y deportivas; la imposición de sobrenombres y apodos, no solo entre alumnos, sino también hacia los maestros.

El proceso de educar, como dijimos, no solo en escuelas, tiene implicación negativa directa al reproducir exitosamente estas acciones de discriminación y, ha llegado a tal grado de normalizarlo y establecerlo como prácticas que, pasan a formar parte de una aceptación social, que se repite y pasa a ocupar la categoría de costumbre.

Sin embargo, la solución se encuentra precisamente en revertir de manera inversamente proporcional este proceso; es decir, principalmente desde familias, escuelas y medios de comunicación, fomentar la cultura de la igualdad e inclusión entre personas.

Lo anterior, no es un proyecto político sexenal, mucho menos un acto mágico de algún programa educativo implementado mediante cursos académicos improvisados y apresurados en planteles escolares; de igual forma, no está encomendado a las funciones de alguna secretaría de estado o grupo político, administrativo o de gestión social; esta forma de enseñar, fomentar y generar una contracultura que provoque la igualdad y aceptación “del otro”, corresponde a cada quien, pasando el compromiso de generación en generación y, no solo en el espacio familiar, sino en todos los lugares en donde se conviva, sin más programa y directriz que el hacer visible el ejemplo de acciones inclusivas.

La educación integral es el gran recurso que debe iniciar el camino hacia la práctica del principio de igualdad entre las personas.

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